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En 2015 la UE hizo frente a lo que hasta entonces había sido su mayor crisis de refugiados y migrantes. A pesar de que a nivel factual la presión que soportamos aquel verano fue mínima comparada con la que venían soportando los Estados africanos y los vecinos de Siria, en especial Jordania, Líbano y Turquía (las dos primeras con numerosa población previa descendiente de refugiados palestinos) el cleavage creado en la política europea fue brutal y aún no nos hemos recuperado del todo.

En Minsk y en Moscú tomaron buena nota de la división entre europeos, uso este término para acortar la mención a ciudadanos/as de la UE, sin perjuicio de que los extra-comunitarios también lo sean. Paradójicamente fue Merkel la que lanzó aquel “Wir schaffen das” (lo conseguiremos), como una consigna humanitaria ante lo inhumano de la “Fortaleza Europa”.

Frontera húngaro-serbia. Un muro diseñado para evitar el cruce de inmigrantes ilegales de Serbia. Autor: Délmagyarország/Andrea Schmidt 

De vuelta a 2020-2021 vimos como el acorralado régimen de Minsk utilizó las lecciones aprendidas para exponer al PiS polaco ante su propia xenofobia, y las imágenes que presenciamos en Hungría en 2015 se reprodujeron, al menos parcialmente, en Polonia. De todas formas, lo que quedó claro tanto en Rusia como en Belarús fue que la solidaridad de muchos europeos acababa donde acababa su mundo conocido.

Y llegamos al 24-F, cuando la invasión neo-imperialista y anexionista de Rusia, creo que ya no cabe duda sobre esto último, obligó a millones de ucranianos a abandonar su país. Y sí, con toda justicia a la institución de la Protección Internacional, se debe admitir que hubo refugiados acogidos por Rusia, así como se debe de admitir que Rusia ha utilizado este término torticeramente para enmascarar la deportación de cerca de dos millones de ucranianos, entre ellos muchos niños, a territorio ruso.

La protección internacional en su forma ideal debería ser una institución desprovista de toda carga política pero, nos guste o no, la diferencia entre la reacción en 2015, 2020-2021 y 2022 de las autoridades europeas ha sido abismal. De los campos de refugiados en Grecia y los Balcanes a la práctica concesión de permisos de residencia. Y atención, no estoy intentando crear ningún sentimiento xenófobo anti-ucraniano, dejo ese dudoso honor a los inquilinos del Kremlin, sencillamente recalco como debería de ser y como es el Sistema de Protección Internacional.

Por darle el beneficio de la duda a la UE, que hasta sus más acérrimos defensores sabemos que no es la más rápida ni la más cohesionada de todas las OOII, se podría argumentar que 2015 fue su primera gran crisis de grandes desplazamientos poblacionales proveniente del ámbito extra-continental. Recordemos que en los años 90 a raíz de lo ocurrido en Bosnia y Kosovo se puso en marcha un mecanismo de acogida hasta entonces sin precedentes.

Mapa de la crisis de refugiados en Europa. Solicitantes de asilo en el período 1 de enero - 30 de junio de 2015. Autor: Maximiliano Dörrbecker (Chumwa)

No obstante, la existencia de la PESC, una llegada tardía a la política europea tras los traumáticos sucesos de la antigua Yugoslavia, puesto que el ultranacionalismo serbio no tiene ningún derecho a utilizar ese término, por mucho que se envolviese en la bandera de la RFY, implica que la UE tiene vocación de estar involucrada en el mundo y tiene compromisos porque decide tenerlos.

Y quizás, su mayor fracaso haya sido para con su vecino del sur, el continente africano, y para con la transición de lo que, lo admitamos o no, era el portero del edificio comunitario, Libia. A raíz de esto, me gustaría dedicar algunas palabras a las críticas a la OTAN por la intervención en estos dos conflictos. Se pueden y se deben señalar los casos en los cuales fueron muertos civiles y destruidos objetivos no bélicos, pero también se debe dejar claro que son daños colaterales y errores, y que una organización militar no será nunca responsable por una transición civil.

Fue en aquel momento cuando la administración estadounidense decidió que su política de reconstrucción de Estados no estaba dando frutos y que el asesinato del embajador Stevens hacía deseable una retirada de sus últimas botas sobre el terreno. Una UE superada por la crisis económica y monetaria, guardó sus ambiciones exteriores para otro momento y tras la caída de Gadafi no pudo o no quiso prestar la ayuda necesaria para la transición libia.

Volviendo a nuestro momento presente, con el reciente cambio de táctica de la Federación Rusa en Ucrania, aparentemente consistente en la destrucción de toda infraestructura civil eléctrica y térmica, a las puertas del invierno, parece que el Kremlin quiere expulsar a los ucranianos de su Estado. Algunos de ellos incluso por segunda vez, puesto que habían vuelto tras recuperar la confianza en que Ucrania iba a resistir.

Hay que recalcar que este nivel de destrucción, que por fortuna parece que será mitigado por un invierno más suave, no se ha visto en operaciones de la OTAN, como pretende hacernos creer el whataboutismo imperante en los círculos del Kremlin. Con esta elección entre una hipotética muerte por frío e inanición o una nueva huida masiva hacia la UE, el Kremlin pretende desencadenar otra crisis de refugiados que no sepamos manejar y que fracture nuestras sociedades.

Se equivocan, y en parte no me es nada grato admitir que lo hacen por etnocentrismo europeo. Los refugiados y migrantes de las crisis de 2015 y 2020-2021 no eran europeos, no eran mayoritariamente “blancos” y de entrada se les ponía un estigma de “difícil integración”. Por otro lado, los refugiados ucranianos serán recibidos con los brazos abiertos por sus vecinos las veces que haga falta, por el simple motivo, por horrible que pueda parecer, de que son “conocidos”.

Su causa es absolutamente identificable y defendible para cualquiera que tenga un origen poscomunista, su lengua es similar a la de los polacos, checos y eslovacos, su religión a la de los polacos (católicos) y los moldavos y rumanos (ortodoxos), sus comunidades transfronterizas han existido desde que existen sus vecinos y, a pesar de los roces pasados, la buena vecindad ha acabado triunfando como, por ejemplo, la de los libaneses con Siria.

¿Cuál es mi conclusión en este artículo? En primer lugar, que la hipótesis rusa fracasará, los vecinos de Ucrania tienen suficiente capacidad y voluntad para absorber una nueva oleada de refugiados, cuyo excedente, con mil perdones por la palabra, puede tranquilamente pasar al resto de la UE. En segundo lugar, que sus gobiernos y en especial su sociedad civil ha demostrado ser mucho más ágil y proactiva, sea por la proximidad geográfica y cultural o por la voluntad europeísta de Ucrania. En este sentido, el flujo de generadores y de combustible diésel para alimentarlos es una prueba clave.

Migrantes hacinados en una plataforma del Westbahnhof de Viena el 5 de septiembre de 2015. Autor: Guau

Y finalmente, la conclusión más dolorosa, que espero que algún día la institución de la protección internacional se despoje de sus cadenas ideológicas y diplomáticas y acepte que ningún ser humano en ningún rincón del planeta merece ser expuesto a un peligro contra su vida, integridad física o mental por el simple motivo de ser quien es o por “crímenes” ideológicos.

La acogida posterior al 24-F debería ser la nueva normalidad en la protección internacional.

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