LAS CLAVES DEL CONFLICTO EN MYANMAR

El conflicto en la Unión de Myanmar (antigua Birmania) es, en esencia, una guerra civil entre los distintos grupos armados de las minorías étnicas del país y el gobierno estatal, fuertemente controlado por las fuerzas armadas a pesar de un incipiente proceso de liberalización democrática.
Desde la independencia, Myanmar ha sufrido un proceso de construcción nacional fuertemente marcado por el militarismo, la discriminación y la precariedad económica. En la actualidad, y tras décadas de conflicto, todavía no se ha conseguido alcanzar un acuerdo duradero de alto el fuego.
Un país fragmentado
En Myanmar existe una gran multitud de etnias. Oficialmente, el Estado reconoce a unas 135, siendo la predominante la etnia bamar (birmana), equivalente más o menos al 68% de la población. Le siguen en número las etnias shan y karen, aunque muy por detrás (con el 9% y 7%, respectivamente). La mayoría de estas etnias son de origen tibeto-birmano. Como se puede apreciar en la imagen, muchos de estos grupos ocupan la periferia del país, mientras que en el centro hay una presencia predominante de birmanos.

En total, en el país se hablan más de cien lenguas distintas. Y, a pesar de todo ello, la predominancia de la etnia birmana se usa para construir una identidad nacional no inclusiva y que falla a la hora de reflejar la realidad multiétnica de Myanmar.
No todos los grupos étnicos se corresponden con un grupo insurgente, aunque en muchos casos los combatientes se agrupan por razones de etnia. Y, a la vez que existe una gran variedad de etnias, los grupos armados son igual de prolíferos en Myanmar. Sin embargo, clasificarlos no es tarea sencilla: tras décadas de conflicto, muchas de estas organizaciones han creado alianzas, sufrido escisiones o cabios de rumbo, por lo que los procesos de paz se vuelven muy complejos.
Por ejemplo, en el estado de Wa actúa mayoritariamente el Ejército Unido del Estado de Wa (UWSA), mientras que los combatientes de la etnia karen (una de las mayoritarias) se agrupan entorno a la Unión Nacional Karen (KNU).
Por otra parte, la mayoría de la población de Myanmar pertenece a la confesión budista de la rama theravada. Esto es relevante, puesto que la religión juega un papel muy importante dentro del conflicto. Debido a que la religión se identifica con la identidad nacional, no es inusual que se utilice para enaltecer a la población en contra de las minorías étnicas y religiosas.
Organizaciones como el Movimiento 969 han tomado parte directa en las hostilidades, agrediendo a la población civil y expulsando a poblaciones enteras del territorio, especialmente a los rohinyás de Rakain.
Los rohinyás
Entre los distintos grupos étnicos que componen Myanmar se encuentran los rohinyás. Estos pasaron a protagonizar gran parte de la prensa internacional en 2017 por el éxodo masivo que generó una avalancha de refugiados en la región.
La huida de los rohinyás del estado de Rakain, en el oeste del país, se debió en gran medida a la violencia que el Estado y los grupos budistas más extremistas han venido ejerciendo contra ellos. Además de no ser considerados como ciudadanos, practican una versión sufí del islam en un país mayoritariamente budista, lo que los convierte en el objetivo del odio y la propaganda.
No existen cifras oficiales que acoten la realidad de los desplazamientos y los refugiados que esta crisis ha generado, puesto que los números que proporciona el gobierno y los que facilitan las organizaciones internacionales y oenegés parecen no coincidir.
La situación de esta etnia es un ejemplo perfecto de cómo la religión y la etnicidad interactúan en el conflicto que tiene lugar en Myanmar.
Proceso(s) de paz
Desde la aprobación de la constitución nacional en 2008, el proceso de paz sufrió un considerable impulso, que, sin embargo, no se ha traducido en resultados concretos ni duraderos.
El año 2015 fue clave para el avance del proceso de paz. Además de celebrarse unas elecciones en las que el partido Liga Nacional para la Democracia (LND) de Aung San Suu Kyi salió victorioso, se celebró un alto el fuego que involucró tanto al gobierno como a ocho de los principales grupos armados. Sin embargo, tuvo una duración corta, y las hostilidades se recrudecieron poco después.
El gobierno de Myanmar declaró un alto el fuego unilateral en diciembre de 2018, principalmente aplicado a los estados de Kachin y Shan. Este alto el fuego excluyó, entre otros, al estado de Rakain, por la actividad de los grupos armados en la zona, especialmente el Ejército de Salvación Rohingya (ARSA).
En la actualidad, la violencia en el estado de Rakain continúa entre el Ejército de Arakan (AA), que lucha por la independencia, y el Tatmadaw (las Fuerzas Armadas de Myanmar). Esto podría suponer no solo una dificultad para la aceptación y repatriación de los rohinyás exiliados, sino también para las prospectivas del proceso de paz.
En 2019, las negociaciones fueron suspendidas, aunque no canceladas.
A finales de año, Myanmar deberá celebrar unas nuevas elecciones. Es de esperar que las tensiones sociales en el país aumenten, puesto que se solaparán problemas como la violencia en el estado de Rakain, las dificultades del proceso de paz y las relaciones entre el gobierno civil y el Tatmadaw.
Sería recomendable que los esfuerzos del gobierno se dedicaran a garantizar la celebración de unas elecciones libres y democráticas, y que las partes implicadas en el conflicto alcanzaran un acuerdo de no interferencia, puesto que sería la mejor apuesta para garantizar que el proceso de paz siga adelante con éxito.