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Los conflictos en países extranjeros pueden ser analizados como fenómenos aislados, en forma de relato de los acontecimientos que tienen lugar, desde el origen de unas protestas aisladas hasta la caída de un gobierno o de todo un imperio. Esta concepción positivista de la historia política permite llegar a conocer un caso concreto en detalle, pero falla al conectarlo con la realidad mundial, para lo que se necesita un contexto histórico y geográfico más amplio. Este es precisamente el objetivo del siguiente artículo, elevar la mirada de los conflictos actuales en Ucrania y Kazajistán como parte de la relación entre Rusia y occidente.

El presidente ruso, Vladimir Putin, durante una conferencia de prensa conjunta con el presidente moldavo, Igor Dodon. Fuente: Kremlin.ru

La política de contención

Rusia es el país más grande de la Tierra, con más de 17 millones de kilómetros cuadrados. Su vasto territorio ha experimentado grandes avances y retrocesos desde su consolidación como Estado, tras la conquista de Siberia por parte del primer zar, Iván “el Terrible”, en el siglo XVI. Rusia logró su mayor extensión durante la existencia de la Unión Soviética, que llegó a ocupar más de una séptima parte de la superficie terrestre, a la que habría que sumar los países de Europa del Este y otros aliados del bloque comunista en la Guerra Fría.

Tras el final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos adopta la política de contención, elaborada a partir del famoso “Telegrama Largo”, en el que el diplomático George Kennan advierte de la ambición soviética de expansión global. La política de contención, influenciada por la teoría del corazón continental de Halford Mackinder, tenía como objetivo aislar a la Unión Soviética para “contener” al comunismo, evitando el enfrentamiento directo, pero interviniendo en todos los puntos del “creciente interior” –el cinturón alrededor del área pivote rusa– que fuera necesario.

La teoría del corazón continental. Fuente: Mackinder, El pivote geográfico de la historia.

A partir de esta doctrina, la Guerra Fría se puede interpretar como un combate de boxeo en el que implícitamente hay unos golpes prohibidos, la escalada nuclear y el enfrentamiento directo en Europa, y en el que cada ataque por un lado es contestado por otro. Grecia, Corea, Vietnam, Irán, Berlín, Praga, Chile, Afganistán… y así una inacabable lista de conflictos con la participación directa o indirecta de Estados Unidos y la Unión Soviética durante más de cuatro décadas. En algún caso, se puede incluso trazar una relación de causalidad directa entre unos movimientos y otros, como la muy conocida crisis de los misiles de Cuba en respuesta a la menos conocida pero equivalente instalación de misiles nucleares de la OTAN en Turquía apuntando a Rusia.

Percepción mutua de la política exterior estadounidense y soviética. Fuente: Skopkowski, Best Vintage Cold War Political Cartoons

Tras la desaparición de la Unión Soviética en 1991, Rusia experimenta una gran crisis económica, política y existencial en la que queda sometida a los intereses privados e internacionales, sin apenas poder desarrollar una política exterior activa. Durante las presidencias de Mijaíl Gorbachov y Boris Yeltsin caen todos los regímenes comunistas del mundo salvo Cuba, China y Corea del Norte, y se produce una acelerada penetración occidental en Europa del Este que prepara la incorporación de numerosos países a la Unión Europea y a la OTAN.

Las revoluciones de colores

En el nuevo siglo, tras el éxito de la primera ofensiva, occidente pretende seguir aprovechando la debilidad de Rusia para hacer avanzar el capitalismo y la democracia en Europa del Este y Asia Central por medio de las revoluciones de colores, denominadas así por la utilización de flores o ropas coloridas como símbolo mediático. Estos movimientos, que pretendían ser protestas democráticas y pacíficas, fueron instigados por los servicios de inteligencia y otras organizaciones principalmente estadounidenses a la manera de los golpes de Estado blandos.

Algunas de estas revoluciones tienen éxito, como la de las Rosas en Georgia en 2003, la Naranja en Ucrania en 2004 o la de los Tulipanes en Kirguistán en 2005, mientras que otras no logran su objetivo de cambio político, como la de los Vaqueros en Bielorrusia en 2006, la Azafrán en Myanmar en 2007 y la Verde en Irán entre 2009 y 2010. La diferencia con respecto a la década anterior es que para entonces Rusia ya había empezado a recuperar su influencia regional con el fuerte liderazgo de Vladimir Putin.

Desde 2010 existe menos consenso para agrupar las distintas protestas en favor de la democracia, como la Primavera Árabe o los movimientos que han seguido desencadenándose en algunas de las antiguas repúblicas soviéticas, pero todos ellos tienen en común que han terminado afectando los intereses rusos. En Oriente Medio, la continuidad del régimen de Bashar al-Assad ha sido crucial para Moscú, pues en Siria se halla la única base naval rusa en el Mediterráneo, la de Tartús. Por su parte, en el espacio postsoviético han estallado movilizaciones contra los gobiernos de países como Ucrania, Bielorrusia y ahora Kazajistán.

Revolución de las rosas, avenida Rustaveli, Tbilisi, Georgia, 2003. Autor: Zaraza

En la actualidad, Rusia limita con otros 16 Estados. El país con el que más frontera comparte es Kazajistán, con más de 7.500 kilómetros, mientras que la mayor frontera por el lado europeo es Ucrania, con más de 2.000 kilómetros –por ponerlo en perspectiva, la frontera entre España y Portugal no llega a 1.300 kilómetros–. Kazajistán es el noveno país más grande del mundo, pero solo tiene 19 millones de habitantes; por su parte, Ucrania es el tercer país más grande de Europa tras Rusia y Francia y uno de los más poblados, con más de 40 millones de habitantes. Estas dos antiguas repúblicas soviéticas han seguido una trayectoria política reciente muy distinta, de acercamiento a Europa en el caso ucraniano y de apoyo a Rusia en el kazajo, pero pueden ser consideradas los dos países más importantes en el área de influencia rusa.

De Ucrania…

El año 2021 terminaba con noticias sobre el plan de invasión rusa en Ucrania como el posible final a un conflicto que se remonta a las manifestaciones del Euromaidán iniciadas en 2013 y que han derivado en una guerra civil e internacional de baja intensidad. El enfrentamiento está en gran parte motivado por la complejidad interna de Ucrania, un país con una mayoría de la población proeuropea y una minoría prorrusa en el este, en la península de Crimea y el territorio del Donbás, las provincias de Donetsk y Luhansk.

El Euromaidán expulsó del poder al presidente prorruso Víktor Yanukóvich, pero tuvo como respuesta la anexión rusa de Crimea en 2014, tras un referéndum de autodeterminación rechazado por la comunidad internacional, pero con el 95’77% de los votos a favor. De esta manera, se empezó a poner en práctica en el este de Ucrania la idea del irredentismo ruso o “Gran Rusia”, la ambición de una ampliación territorial que reúna a todos los pueblos de lengua y cultura rusa y recupere el orgullo nacional herido en 1990-1991.

Las maniobras militares a un lado y otro de la frontera ruso-ucraniana son habituales, como también lo son en los países bálticos y en otros territorios, cumpliendo el papel de elemento disuasorio. Sin embargo, la amenaza –sea esta más o menos creíble– de una invasión es de una naturaleza diferente, sorprendente incluso para la agresiva política exterior del eterno ministro ruso Serguéi Lavrov, pues ni siquiera las tensas relaciones entre Rusia y occidente suelen llegar tan lejos por el miedo mutuo a una escalada imparable.

Este movimiento se produce como respuesta a la solicitud ucraniana de entrada en la OTAN, presentada por el presidente Volodímir Zelenski el año pasado, y revela la importancia estratégica de Ucrania para el Kremlin. El objetivo de anexión futura del Donbás, así como la seguridad de las fronteras rusas, se pondrían en peligro con la incorporación de Ucrania a la alianza militar occidental, de ahí el aumento reciente de la presión rusa en la frontera.

El irredentismo ruso en un mapa político actual. Fuente: Wikipedia, Gran Rusia

…a Kazajistán

Kazajistán es un territorio muy complejo, habitado por una mezcla de etnias que van desde las hordas nómadas hasta los pueblos forzosamente trasladados durante el período estalinista. Este gran productor de hidrocarburos se había mostrado como un país estable bajo el gobierno formalmente democrático, pero en la práctica iliberal de Nursultán Nazarbáyev, el presidente desde la independencia en 1991. Nazarbáyev dimitió en 2019, con 78 años, en favor de Kassym-Jomart Tokáyev, si bien continuó siendo el presidente del Consejo de Seguridad Nacional, una especie de mandatario en la sombra. El culto al líder en Kazajistán ha sido tal que la capital del país, Astaná, fue rebautizada tras la retirada de Nazarbáyev con su nombre, Nur-Sultán.

Las protestas, cuya mecha ha sido la subida del precio de una materia prima clave –como suele ser habitual–, el gas licuado en este caso, estallaron el 2 de enero y pronto derivaron en reivindicaciones contra la inflación, la corrupción, la desigualdad y la libertad política, entre otros asuntos, y en apenas una semana se han cobrado la dimisión del primer ministro Askar Mamin y su gabinete al completo, y también de Nazarbáyev de su puesto vitalicio.

El presidente Tokáyev ha denunciado “un intento de golpe de Estado” y considera a los manifestantes “bandidos y terroristas que han sido preparados en el extranjero”, el modus operandi de las revoluciones de colores. Bajo esta justificación, Tokáyev declaró el estado de emergencia y la intervención de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, una alianza de defensa mutua entre antiguas repúblicas soviéticas bajo el liderazgo de facto ruso. La primera movilización de estas tropas desde la creación de la organización demuestra que la continuidad del gobierno es una cuestión de Estado, pero no solamente de Kazajistán sino también y, sobre todo, de Rusia.

Nazarbáyev con Putin en el Kremlin en el año 2000. Fuente: Kremlin.ru

Sobre la composición y el desarrollo del movimiento, es difícil distinguir la información veraz del relato contaminado por los intereses nacionales de los Estados, puesto que no publican lo mismo los medios de comunicación occidentales, que denuncian la orden oficial de disparar a matar, y los prorrusos, que destacan la violencia y los saqueos por parte de los manifestantes, pero lo cierto es que se han producido decenas de muertes de manifestantes y fuerzas de seguridad. En cualquier caso, de lo que se trata aquí es de enmarcar las protestas de Kazajistán en las relaciones mucho más amplias y complejas entre Rusia y occidente.

Conclusión

Esta interpretación no busca blanquear a un gobierno que cuenta con muy pocas credenciales democráticas, pues las reivindicaciones del pueblo kazajo son muy legítimas, aunque en la oposición se puedan mezclar muchas corrientes políticas y muchas formas de acción, y no todas ellas respetables, como se aprendió de las primaveras árabes. Tampoco se pretende minimizar la importancia de las dinámicas internas ni convertir al resto de los actores, los protagonistas en realidad, en meras marionetas al servicio de unos pocos jugadores internacionales.

Lo que se propone es una comprensión de este episodio en una escala geográfica y temporal mayor, señalando que son las grandes decisiones las que pueden decantar la balanza entre el estallido o no de una revolución, o entre su triunfo o su fracaso. Desde esta perspectiva, la crisis política en Kazajistán puede entenderse como el contraataque preventivo de occidente ante la amenaza rusa en Ucrania. Para evitar el enfrentamiento directo entre dos superpotencias nucleares, se desvía la tensión a otro punto del tablero buscando no una victoria decisiva, sino explotar las pequeñas ventajas tácticas que proporciona la sorpresa, como en un “cambio de orientación” en el fútbol o una “jugada en el lado débil” en baloncesto.

Es pronto para saber si las protestas lograrán cambios importantes en Kazajistán, y también si se puede considerar una revolución de colores por la participación de los servicios secretos occidentales, pero en política internacional no está permitido creer en las casualidades. La escalada militar durante la Guerra Fría, que obligó a la Unión Soviética a tener presencia en casi todo el planeta, debilitó su economía hasta tal punto que es una de las causas de su colapso más destacadas por los historiadores. Es probable que los mandos militares y diplomáticos de las potencias occidentales tengan en mente repetir aquella estrategia para desgastar a Rusia, pues en el mundo multipolar los movimientos en el creciente interior entre los miembros de la OTAN y Rusia siguen la lógica de la Guerra Fría.

Referencias

Loizeau, M. y Berdugo, M. (2005): Estados Unidos a la conquista del Este, Canal + / Lundi Investigation.

Mackinder, H. J. (2010): “El pivote geográfico de la historia”, Geopolítica(s), 1(2), pp. 301-319.

Marples, D. R. (2016): “Russia’s perception of Ukraine: Euromaidan and historical conflicts”, European politics and society, 17(4), pp. 424-437.

Olmos, F. (2022): “Todo lo que necesitas saber sobre las protestas en Kazajistán”, The Political Room. https://thepoliticalroom.com/protestas-en-kazajstan/

Rusia Today (2022): “El presidente de Kazajistán denuncia ¨un intento de golpe de Estado¨ y que ¨todas las hostilidades fueron coordinadas desde un centro¨, Rusia Today. https://actualidad.rt.com/actualidad/416416-presidente-kazajistan-denuncia-intento-golpe-estado

Skopkowsko, L. (2018): “Best Vintage Cold War Political Cartoons”, Swamp. https://vocal.media/theSwamp/best-vintage-cold-war-political-cartoons

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