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Los Acuerdos de Abraham entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos marcaron el camino para otros países musulmanes, consolidando (a pesar de la ausencia más importante) el reajuste de alineamientos regionales que la disruptiva fecha de 1979 inició. Huelga decir que desde la creación de Israel en 1948 la política regional de los países árabes fue la cuestión palestina.

Sin embargo, en 1979 se abrió una brecha entre la siempre frágil fraternidad musulmana. Los hechos de ese año conducirían a una polarización sectaria que serviría de antesala para la competición por el poder en una región crecientemente multipolar. Este artículo explora ese giro y cómo los Acuerdos de Abraham son el primer pilar hacia la cimentación de éste.

Desde 1948 hasta 1979 la fuente principal de conflictividad en Oriente Medio se puede resumir vagamente en la enemistad panárabe con Israel, de modo que entorno a ese conflicto giraba en mayor o menor medida toda la política regional. La consolidación del Estado de Israel y la cuestión palestina provocó una serie de guerras con motivaciones ideológicas que, como tales, también se luchan fuera del campo de batalla. Por un lado, el siempre conveniente relato internacional, pero también por la movilización de la sociedad civil. Operación que se llevó a cabo desde los Estados árabes para terminar vinculando exitosamente un anti-sionismo militante con ser un buen musulmán.

A pesar de ello, ese mundo de unidad musulmana ante un enemigo común se resquebrajo en 1979 tras los sucesos de la revolución islámica de Irán dando el pistoletazo de salida hacia una polarización sectaria de la región que rompería el mundo islámico a medida que Arabia Saudí y la nueva República de Irán, se enfrentaban con narrativas contrapuestas para hacerse con el liderazgo regional (Ghattas, 2020).

Desde entonces, Irán ha practicado una política exterior especialmente disruptiva y ha extendido su influencia en la región bajo la bandera de la defensa de los oprimidos del mundo musulmán, y más concretamente del chiismo. Irán ha sabido aprovechar prácticamente todos los conflictos regionales para consolidar su influencia en gran parte de Oriente Medio.

Durante los conflictos entre Israel y el Líbano, Irán consiguió crear con éxito Hezbollah, una milicia chiita local que hasta día de hoy retiene un firme control del territorio y liderazgo político en el sur del país. La invasión norteamericana de 2003 en Iraq presentó otra oportunidad que supo aprovechar: la retirada norteamericana dejando Bagdad a la cabeza de una democracia fallida en manos de la mayoría chiita del país, facilito la infiltración de las fuerzas Quds para reclutar milicias únicamente leales a los altos oficiales del cuerpo expedicionario de la guardia revolucionaria iraní (Ekhtiari Amiri, Binti Ku Samsu, & Gholipour Fereidouni, 2011).

Esta operación terminó por consolidarse durante la guerra contra el Daesh. Del mismo modo, Irán persigue una política muy similar con el movimiento de Hamas en Palestina y el de los hutíes en Yemen. (Soltaninejad, 2019) (Luciano Zaccara, 2020). Se ha convertido para las monarquías del Golfo y especialmente para Arabia Saudí en una amenaza tanto ideológica como militar, más real y peligrosa que aquella que emanaba de la consolidación de Israel como Estado en Oriente Medio.

Es en este nuevo contexto regional en el que hay que leer los Acuerdos de Abraham. El acercamiento de las monarquías del Golfo a Israel responde a las exigencias estructurales de la balanza de poder en Oriente Medio, acompañadas de una asertiva diplomacia israelí (Quamar, 2020). En otras palabras, Irán se ha convertido en la principal amenaza tanto para Israel como para las monarquías del Golfo: el control iraní de Damasco y de milicias subordinadas a la Fuerza Quds operando en los Altos del Golán, así como un creciente apoyo al proyecto de Hamas, constituyen una amenaza existencial para Israel, mientras que un potencial control hostil iraní de Sanaa a través del patrocinio de los hutíes lo es para Arabia Saudí.

Las monarquías del Golfo tienen, además, un aliciente extra para su acercamiento a Israel: el vacío de seguridad que los EEUU deja en la región a medida que su foco de atención vira hacia extremo oriente y el Pacifico (Logan, 2020) (Ur Rehman, 2020) permite consecuentemente la entrada e injerencia de otras potencias externas como Rusia y China.

Manifestantes pro-Hamas en una manifestación en Damasco, Siria, en diciembre de 2008 durante el conflicto entre Israel y Gaza.

Aun así, lo que ha sido posible con Emiratos Árabes Unidos puede no serlo con Arabia Saudí, el principal actor del Golfo y la piedra fundamental para que los acuerdos de Abraham se conviertan en algo realmente trascendental. A pesar de que la cooperación Israel - Arabia Saudí es existente, formalizar las relaciones es algo extremadamente delicado para la dinastía Saud.

El movimiento presenta la dificultad, quizás inasumible, de que ni las élites religiosas encabezadas por los ulemas y la familia al ash-Sheikh ni la población saudí acepte un cambio tan brusco en la narrativa reinante desde 1948 y ello pueda ser suficiente para provocar la caída de la dinastía pues, pese a que la cuestión palestina desde el punto de vista de la Realpolitik que deben ejercer los Estados de la región ante la perenne amenaza a su seguridad ha pasado a un segundo plano, no es así para la población árabe, ya que sigue siendo una cuestión de primer orden estrechamente vinculado a la fraternidad musulmana.

Esto es especialmente cierto en Arabia Saudí, donde los Saud se legitiman en el poder erigiéndose como guardianes del mundo musulmán. Normalizar las relaciones con Israel es algo que los altos oficiales del Reino desean y creen necesario, pero hacerlo sin resolver la cuestión palestina puede ser un golpe fatal que Turquía e Irán están explotando para deslegitimar a Arabia Saudí como líder normativo del mundo musulmán, modificando la opinión pública. (Quamar, 2020).

Asimismo, la normalización de las relaciones entre el Golfo e Israel permite a esta última presionar con mayor impunidad sobre la cuestión palestina en la dirección deseada, aunque sea esta incluso la completa anexión de todos los territorios palestinos sin tener que sufrir mayores inconvenientes diplomáticos.

El Primer Ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, y el Rey de Arabia saudita, Salmán bin Abdulaziz.

Algo que hace 50 años hubiera sido un casus belli panárabe, hoy es pasado por alto gracias a una combinación entre la supremacía militar israelí y el cambio de paradigma regional. Adicionalmente, a medida que Palestina se queda sin padrinos en el mundo árabe la solución de dos Estados se aleja aun más de la realidad, lo que sin duda conducirá a una mayor radicalización del movimiento de Hamas y como hemos visto estos días, a una actitud más pronta al conflicto.

Arabia Saudí necesitaría revertir antes el desastre militar en Yemen para poder formalizar las deseadas relaciones con Israel desde una posición de fuerza ante su propia población. Alineación, de hecho, más natural de lo que parece desde una perspectiva estructural, necesaria para contener la creciente amenaza (estructural) que supone Irán, a pesar de las recientes aproximaciones entre ambos países. Por último, si el conflicto entre Israel y Palestina se recrudece, a Riad se le complicará quizás hasta lo imposible normalizar sus relaciones con Israel, paradójicamente, como fruto de las aproximaciones lideradas por EAU.

Bibliografía

Ekhtiari Amiri, R., Binti Ku Samsu, K., & Gholipour Fereidouni, H. (2011). The Hajj and Iran's Foreign Policy towards Saudi Arabia. Journal of Asian and African Studies, 46(6), 678-690.

Ghattas, K. (2020). Black Wave. New York: Henry Holt and Company.

Kechichian, J. (1999). Trends in Saudi National Security. Middle East Journal, 53(2), 232-253.

Logan, J. (2020). The Case For Withdrawing From The Middle East. Defence Priorities.

Luciano Zaccara. (2020). Foreign Policy of Iran under President Hassan Rouhani's First Term (2013-2017). Singapur: Palgrave macmillian.

Quamar, M. (2020). Changing regional geopolitcs and foundations of a rapprochment between Arab Gulg and Israel. Global Affaires.

Soltaninejad, M. (2019). Iran and Saudia Arabia: Emotionally Constructed Identites and the Question of Persistent Tensions. Asian Politcs& policy, 11(1), 104-121.

Ur Rehman, A. (2020). Causes behind the Abraham Accord and its consequences for the Peace Process in the Middle East. The Middel East International Journal for Social Sciences, 2(2), 73-83.

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