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Los grandes eventos deportivos y el universo de negocios e intereses tras ellos tienen un papel en la política internacional que merece ser abordado.

El evento deportivo internacional por antonomasia son los Juegos Olímpicos, una competición deportiva entre naciones organizada por el Comité Olímpico Internacional.

La ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Verano de 1896.

Los JJOO están inspirados en las ‘olimpiadas’ de la antigua Grecia que se celebraban en el monte Olimpo. A lo largo del siglo XIX el auge del nacionalismo, el movimiento romántico y el interés por el estudio de la Grecia clásica llevaron a las potencias europeas a organizar las primeras olimpiadas modernas, los Juegos de Atenas de 1896.

En una época de imperios, heroicidad y épico nacionalismo en Europa, las Olimpiadas permitían a las orgullosas naciones medir su prestigio mediante el físico de sus héroes particulares -los deportistas-.

Los juegos de 1896 no tardaron en convertirse en símbolos. De entrada, el Comité Olímpico Internacional encargado de organizarlos se asentó en Suiza -el país de la neutralidad- a fin de no generar suspicacias entre las potencias europeas.

En total participaron 14 países incluyendo Chile y Australia y el medallero vino a reflejar el poderío de la época: encabezaba la lista Estados Unidos seguido de Grecia, Alemania-Prusia, Francia y Gran Bretaña.

Fuente: Wikipedia

Desde 1896 hasta hoy las Olimpiadas se han convertido en tarimas sobre las que dramatizar la política internacional, la política interna y hasta la diplomacia.

No hay más que recordar los JJOO de Alemania en 1936, cuando la renaciente Alemania Nazi proyectó su poder económico al mundo, los boicots entre Estados Unidos y la Unión Soviética, los Estados que se niegan a reconocer a otros y a que sus atletas participen en los mismos juegos, hasta el pequeño boicot que se ha orquestado contra las Olimpiadas de Invierno de Pekín que se están celebrando en estos momentos.

Pero, ante todo, los JJOO junto a las Expo internacionales representan el mejor medio que tiene un Estado para proyectar su prosperidad, atraer las inversiones, aumentar su proyección internacional y en definitiva incrementar su prestigio.

En otro orden de eventos encontramos aquellos que afectan a deportes particulares -los Mundiales- y sus derivadas, Mundial de Clubes, copas continentales, torneos menores…

En estos casos el componente estatal pierde relevancia, entre otras cosas porque muchos de esos deportes no son simbólicos para toda la humanidad, de ahí que los Estados no los instrumentalicen para hacer política internacional, aunque sí para mejorar su imagen pública y fomentar la actividad económica.

Berlín durante los JJOO de 1936. Autor: Lőrincze Judit

Por ejemplo, recientemente en Emiratos Árabes Unidos se ha celebrado el Mundial de Clubes, momento que los hutíes han aprovechado para lanzar varios misiles contra el país para visibilizar su causa, sin embargo, la defensa antimisil de EAU ha funcionado a la perfección tras el primer ataque, lo que ha permitido proteger el evento.

Como curiosidad, simultáneamente el presidente de España Pedro Sánchez acudió a Dubai para conocer el pabellón español de la Expo Dubai y atraer las inversiones emiratíes. Poco después lo haría el príncipe William de Inglaterra.

El Mundial de Clubes ha permitido a Abu Dhabi hacer negocio mediante el estadio Al Nahyan, los acuerdos con distintas empresas -especialmente con Ali Baba Cloud-, aumentar el perfil internacional de Emiratos -al darse a conocer- y de paso agradar a los propios emiratíes con el espectáculo deportivo de ver a un equipo local como el Fujairah tener la posibilidad de enfrentarse al mítico Chelsea.

Los deportes de masas permiten a un país ganar poder blando y un espacio propio en la mente de millones de personas. Cuando en el cerebro humano un país es asociado a un hecho agradable -como un mundial de fútbol- eso tiende a crear una imagen positiva.

El entrenador Vicente del Bosque levantando la Copa del Mundo en Sudáfrica, 11 de julio de 2010. Autor: Anthony Stanley 

Por ejemplo, es probable que los españoles tengan una visión especialmente dulce de Sudáfrica debido a que allí obtuvieron su primera Copa del Mundo en 2010, a la par que ese país ahora resulta más conocido que Angola o Tanzania, que están al lado.

Todo esto por no hablar del estímulo económico y anímico de los anfitriones ante el reto de atender a miles de huéspedes y dar una imagen atractiva. Son proyectos que suelen generar cohesión interna y lucrativos contratos, lo que también suele ser atractivo para las élites políticas y económicas.

En otros casos de menor importancia, como celebrar partidos con 2 equipos nacionales en un Estado tercero, contribuye a mejorar la imagen del anfitrión ante el mundo -aunque no necesariamente ante el prestatario de ambos equipos-. En estos casos el prestatario suele tener un interés puramente económico, mientras que el anfitrión busca mejorar su imagen.

Es el caso de los partidos de fútbol españoles celebrados en Arabia Saudita. Muhamad Bin Salman y su agenda de reformas busca mejorar la imagen internacional del reino, a fin de modernizar y abrir Arabia Saudita al mundo. En este sentido, los equipos de fútbol españoles -que son seguidos por millones de personas en todo el mundo- han sido usados por Riad para lavar su imagen.

Por último, toda esta exposición internacional también puede ser negativa. En primer lugar, genera una vulnerabilidad que los enemigos tratan de aprovechar -véase los hutíes realizando un atentado terrorista contra Abu Dhabi o los palestinos matando a varios atletas israelíes en los Juegos de Munich de 1972. En segundo lugar, los propios problemas intestinos pueden provocar una mala imagen internacional, es el caso de la militarizada policía brasileña destruyendo favelas para garantizar la seguridad y construir estadios, los miles de accidentes laborales para construir las instalaciones del Mundial 2022 en Doja o la enorme polución de Pekín durante las Olimpiadas de 2008.

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