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Por Sara Álvarez Quintáns

Quema de colmillos de elefante para luchar contra el tráfico ilegal de este material. Fuente: AP News.

Tras décadas de conflicto armado, las economías ilícitas de Myanmar han experimentado un fuerte desarrollo. Las conexiones entre el conflicto y la criminalidad fomentan la continuidad de las hostilidades y minan la gobernanza en aquellas zonas del país controladas por los grupos insurgentes.

La cifra de beneficios que generan las economías ilícitas de Myanmar asciende a los 6 mil millones de dólares anuales. Sin embargo, en palabras del ministro de comercio, Than Myint, esto sería solo “la punta del iceberg”.

Según la Alianza Transnacional para Combatir el Comercio Ilícito (TRACIT), Myanmar es uno de los países del mundo con mayor incapacidad para prevenirlo, tan solo por detrás de Iraq y Libia.

Durante la década de los 90, la dictadura militar favoreció que los grupos insurgentes se beneficiaran del comercio ilícito de bienes en un intento de reducir los niveles de violencia y aumentar la seguridad. Una parte considerable de los acuerdos de alto el fuego que se han firmado desde entonces (la mayoría de los cuales han resultado inefectivos) fueron posibles porque el gobierno permitió la explotación ilegal de recursos a los grupos armados.

Sin embargo, esta clase de acuerdos pronto demuestra ser contraproducente. Los grupos que se benefician de economías ilícitas como la del opio o el tráfico de especies exóticas obtienen importantes fondos económicos, lo que solo contribuye a aumentar su poder e independencia. En consecuencia, se genera un círculo vicioso que perpetúa el conflicto en lugar de promover la paz.

Fuente: UNODC World Report on Drugs

Poner fin a esta clase de dinámicas resulta muy complejo una vez iniciadas. Por ejemplo, cuando en 2014 el gobierno de Thein Sein impuso un control sobre las exportaciones madereras, los grupos que se beneficiaban de este mercado como los nacionalistas del estado de Kachin, dejaron de ver la colaboración con el gobierno como algo beneficioso.

Opio, heroína y drogas sintéticas

Myanmar es uno de los tres países que conforman el Triángulo Dorado de la producción de opio y heroína. Durante décadas el mayor productor a nivel mundial ha sido reemplazado por el Creciente Dorado (Afganistán, Paquistaní e Irán), aunque las cantidades de opiáceos que salen de Myanmar siguen siendo considerables.

Los estados de Shan y Kachin, al este del país, son los mayores productores de opio. La UNODC ha reportado que la producción en 2019 decreció un 11%, prolongando la tendencia a la baja que viene siguiendo en los últimos años. Desgraciadamente, el provecho que los narcotraficantes sacan de la exportación de heroína sigue rondando los mil millones de dólares, sin contar con lo generado en el mercado nacional.

Los narcóticos continúan financiando la insurgencia en Myanmar. Jeremy Douglas, director regional de la UNODC en Bangkok, llegó a afirmar que el negocio del narcotráfico es mucho mayor ahora de lo que era en los tiempos de esplendor del Triángulo Dorado (Myanmar, Tailandia y Laos). Pero ¿cómo es esto posible, si la producción de heroína está en descenso?

La respuesta reside en el aumento de la presencia de drogas sintéticas. En los últimos años, la producción de narcóticos como la metanfetamina (“hielo”) o la yaba (metanfetamina de baja calidad mezclada con cafeína) ‒mucho más fáciles de sintetizar y que requieren de menor mano de obra‒ se ha disparado gracias a la demanda del mercado asiático. Países como Japón, Australia o Corea del Sur son los principales destinos de estas sustancias, que presuntamente aportan a los narcotraficantes unos 60 mil millones de dólares al año.

Las drogas sintéticas son más fáciles y baratas de producir, así como de transportar a través de los controles fronterizos. Las sustancias químicas necesarias para sintetizar los narcóticos son importadas a través de la frontera con China, lo que convierte al estado de Shan en el centro de actividad idóneo para la producción de narcóticos sintéticos. En esta región del país, la economía formal queda empequeñecida al lado de la economía ilícita promovida por el narcotráfico.

Esto no solo representa un problema para el tráfico internacional de narcóticos, sino para la población de Myanmar también. Los niveles de drogadicción son preocupantes, contándose los usuarios por cientos de miles. Preocupa, a su vez, la presencia de enfermedades relacionadas con el consumo, como el VIH o la hepatitis tipo C.

Los recursos naturales de Myanmar explotados: jade y animales exóticos

No son solo narcóticos: Myanmar se ha consolidado como uno de los puntos clave del comercio de especies exóticas del Sudeste Asiático. Existen diversos mercados legales de estos materiales en determinados países de la región, pero el comercio ilícito los supera con mucho en tamaño.

Cargamento de escamas de pangolín, una de las especies más demandadas de los últimos años. Fuente: The ASEAN Post

La fauna exótica de Myanmar se ha visto amenazada por la demanda de ciertos productos que sirven como decoraciones lujosas o como ingredientes en la medicina tradicional. Los más buscados son las escamas de pangolín, la piel de elefante, el marfil de elefantes y rinocerontes, las pieles de tigres y otros grandes felinos, y la bilis de oso negro. La mayoría de estos animales son especies protegidas, por lo que el tráfico de sus órganos y otras partes no solo alimenta el conflicto sino que constituye un riesgo medioambiental.

Además de los animales, los recursos minerales y madereros también son explotados por traficantes y grupos armados por igual. El jade, en particular, es uno de los más valorados, con un mercado asociado cuyo valor se sitúa en millones de dólares. Se trata de un sector muy corrupto, con un nivel de regulación mínimo y que favorece la explotación de las poblaciones locales. Es especialmente preocupante el número de trabajadores que mueren por accidentes asociados a la extracción de este mineral.

El mercado de jade en Myanmar. Fuente: YouTube

Myanmar también es un país rico en recursos madereros. Algunas de las especies que se encuentran allí son muy valoradas, por lo que la madera constituye un recurso más del que sacar provecho económico por parte de aquellos grupos que se mueven en las economías grises.

A pesar de la prohibición de 2014 sobre las exportaciones de este tipo de bien, el tráfico ilícito de maderas exóticas continúa especialmente en el estado de Kachin.

Leña al fuego: el crimen que alimenta el conflicto

Los vínculos entre el conflicto y las economías ilícitas no son un fenómeno nuevo. Los grupos que, por su naturaleza, no pueden acceder a fuentes de financiación legítimas (terroristas, insurgentes y grupos armados de todo tipo), recurren a menudo a otros métodos, normalmente ilegales.

En Myanmar, la criminalización de la insurgencia, la corrupción de los agentes del gobierno y las fuerzas de seguridad, los tratos “por debajo de la mesa” y la influencia de las organizaciones criminales transnacionales son algunos de los factores que han trasformado el conflicto.

Los beneficios que los grupos armados obtienen al involucrarse en este tipo de actividades ilícitas es tal que se corre el riesgo de que el dinero pase a sustituir a la ideología como principal motivador del esfuerzo armado. Esto abre una ventana de oportunidad para las organizaciones criminales que operan a nivel transnacional para cooperar con los insurgentes, prolongando así las dinámicas del conflicto.

Es importante comprender la gran variedad y naturaleza de los actores que intervienen en estas dinámicas, si se quiere llegar a promover una solución efectiva para el conflicto. Desde luego, no será sencillo.

Sin embargo, un primer paso debe ser la construcción de una economía legal lo suficientemente fuerte como para eliminar la dependencia de la población y los grupos armados de las economías ilícitas y los riesgos que suponen para la seguridad.

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