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Por Alejandro Matrán.

El pasado 22 de abril el gobierno de Sudán aprobó una nueva medida para acabar con la mutilación genital femenina (MGF) en el país. Todo aquel que realice esta intervención, ya sea en un centro clínico o no, se enfrentará a tres años de cárcel y una multa.

La ablación es una práctica (normalmente sufrida por menores de 18 años, es decir, niñas, según la Convención Sobre los Derechos del Niño) que viola los derechos a la salud y la integridad física, entre otros, pero sobre todo viola en ocasiones el derecho más importante de todos: el derecho a la vida.

Si bien hay países que no cuentan con ningún tipo de restricción, también existen diferentes medidas contra la mutilación genital femenina por todo el mundo: desde la prohibición total hasta permitir que se realice según cuál de los tres tipos de mutilación, incluso en función de la región dentro de un propio país.

Sudán es uno de los países africanos donde más casos de MGF se dan junto con Egipto, Somalia, Guinea y Malí. Al mismo tiempo, Sudán solamente contaba con leyes contra esta práctica en seis de los dieciocho estados que forman el país, por lo tanto, es motivo de celebración que el gobierno haya decidido tomar cartas en el asunto de una vez por todas.

Sin embargo, debemos tener en cuenta que las leyes corren el riesgo de convertirse en un mero papel que ocupe un hueco más en las estanterías de las oficinas de todo el país si no se toman las medidas necesarias para asegurar su implementación.

Después de una prohibición de este tipo, las intervenciones clandestinas podrían ser un grave problema para el país. Como ocurrió anteriormente en Egipto cuando el gobierno tomó medidas similares, los médicos que llevan a cabo operaciones clandestinas obtendrían mayor lucro cuanto más duras fueran las medidas.

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Prevalencia de la mutilación genital femenina en mujeres de 15 a 49 años según UNICEF «Mutilación / Ablación genital femenina: Una Preocupación Mundial», 2016.Autores: JohnuniqRowanwindwhistler

Por aquel entonces, en el año 2016, tras la muerte de la joven Mayar Moussa en una clínica privada de Suez, el gobierno se dio cuenta de que las medidas que había tomado no eran suficientes.

Tanto el médico que había realizado la intervención mortal como la enfermera, el anestesista y la madre de la joven fueron procesados y, aunque sus sentencias no fueron tan duras como el gobierno hubiera deseado debido a la falta de tiempo para reaccionar, a partir de entonces El Cairo se comprometió notablemente con la causa.

Sería tremendamente decepcionante que, teniendo el ejemplo de su vecino del norte, Sudán esperara a sufrir casos como el de Mayar Moussa para tomar más precauciones puesto que ya hemos comprobado que la retirada de licencias médicas, las multas y un tiempo en prisión no es suficiente para detener las intervenciones clandestinas.

Por un lado, hay que asegurarse de que las autoridades no hagan la vista gorda con los nuevos casos, pero es que esta no es una cuestión únicamente de disciplina sino también socio-cultural.

En todos los países en los que se practica la ablación existe la creencia generalizada de que se trata de un principio religioso. Nada más lejos de la realidad. Además, en algunas comunidades supone un problema a la hora de contraer matrimonio puesto que uno de los supuestos objetivos de la mutilación genital femenina es el de garantizar la fidelidad al marido mediante la extirpación del clítoris.

La complicación de la lucha contra la MGF radica en que se trata de una práctica tradicional fuertemente arraigada y que conlleva un arduo trabajo en colaboración con líderes de pequeñas comunidades, médicos y fuerzas de seguridad para difundir e informar a la sociedad civil sobre los riesgos y consecuencias que este tipo de prácticas conlleva, así como con líderes religiosos para aclarar la confusión que gira entorno a la relación y diferencias de los conceptos de tradición y religión.

Afortunadamente, las propias comunidades han ido desarrollando un sentimiento contra la MGF por parte tanto de mujeres como de hombres.

Según Plan International, en países como Malí, la figura de la abuela juega un rol realmente importante en este tema puesto que tradicionalmente han sido ellas las encargadas de la educación sexual de las nuevas generaciones así como tienen más influencia sobre sus nietas que sus propias madres.

Por otro lado, se han establecido también movimiento masculinos contra la MGF como #TouchePasAMaSoeur (No Toques A Mi Hermana), en Senegal.

Education | Agencies such as Unicef are contributing towards… | Flickr

Francesca Moneti, especialista en Protección Infantil de UNICEF dice que «aunque la mutilación genital femenina está asociada con la discriminación de género, nuestros estudios demuestran que la mayoría de chicos y hombres están, en realidad, en contra de ello».

Un informe de UNFPA (Fondo de Población de las Naciones Unidas) de 2017 recoge el testimonio de Saeed, un hombre de 74 años, líder del campo de refugiados sudanés de Wad Sharefai: «durante mucho tiempo tuve la sensación de que nuestras mujeres sufrían muchos tipos de violencia pero pensaba que así es la vida».

Tras pasar por un programa formativo de la Luna Roja sudanesa y UNFPA, Saeed comenzó a fomentar discusiones sobre la MGF en su comunidad y utiliza la mezquita local como medio para provocar un pensamiento crítico contra esta práctica.

Este tipo de programas han llevado a Sudán al punto en que se encuentra actualmente. Ahora bien, es momento de dejar de depender de las agencias internacionales y ONGs. Ha llegado el turno del gobierno, que tiene que trabajar día y noche en establecer un sistema que permita disolver las raíces del problema a través de la educación formal de los más jóvenes, para ayudarlos a comprender la situación, y de la formación de los adultos y otros agentes influyentes antes de que sus nuevas leyes se conviertan en papel mojado.

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