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La posición geográfica de los países que conforman la parte occidental de África confiere a esta zona una importancia muy particular, ya que a lo largo de la misma se realizan todo tipo de actividades delictivas, entre las que destacan la piratería, el tráfico de estupefacientes y la trata de seres humanos.

África Occidental es una de las regiones más inestables del mundo en términos de seguridad. Los problemas internos se entremezclan con los derivados de la actividad de grupos extranjeros que operan de manera clandestina en la zona.

La importancia de la piratería en África Occidental. Fuente: Graphic News.

Uno de los problemas principales en la región es la piratería, que queda definida por la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (UNCLOS según sus siglas en inglés) como “todo acto ilegal de violencia que tenga un propósito especifico contra una embarcación o los pasajeros de esta misma”.

Según la Asociación Navieros Españoles (ANAVE), en África Occidental se registraron 81 ataques a buques en 2018, lo que supuso un 40% del total de los que se produjeron ese año. De hecho, en las aguas comprendidas entre Costa de Marfil y República Democrática del Congo se secuestró a seis de estas embarcaciones, tuvieron lugar 13 de los 18 ataques con armas de fuego contra las mismas en el mundo, se retuvo a 130 de los 141 rehenes capturados a nivel mundial y se secuestró a 78 marineros.

Ataques contra buques en el mundo en 2018. Fuente: ANAVE.

Como se verá más adelante, la piratería no es la única actividad ilícita que se produce asiduamente en la región. Son varias las causas que permiten explicar la proliferación de las acciones criminales en la zona, y entre ellas se encuentran las graves crisis económicas, las guerras civiles que asolan la región, la pobreza, las enfermedades y la violencia generada por las anteriores.

Fuente: Fondo Monetario Internacional.

La situación política tampoco ayuda. La baja participación política, el ascenso y la perpetuación de las tiranías en países como Guinea Ecuatorial y la práctica extendida del despotismo ponen serias trabajas a la gobernabilidad de los países de la zona. Además, sus sistemas legislativos y judiciales carecen de la estructura necesaria para ser considerados funcionales, ya que al deficiente estado de las instituciones se le une la corrupción y la impunidad. Las propias fuerzas de seguridad del Estado carecen, por su parte, de la formación necesaria para enfrentarse a estos problemas.

La imagen anterior muestra cómo, a pesar de que entre 1990 y 2013 se produjeron significantes avances en términos de instituciones y gobernabilidad en África subsahariana y en la región occidental, la situación aún es de eminente fragilidad.

En parte, esta debilidad institucional se explica por los intereses personales que persiguen los gobernantes, sus familiares o los grupos afines al gobierno, muy dados a subordinar el beneficio ajeno al suyo propio, poniendo las necesidades de la ciudadanía en un segundo plano. Esto no ha hecho sino perpetuar en el poder a clanes familiares —como es el caso de Togo con Gnassingbé Eyadéma su hijo y sucesor Faure Gnassingbé, que han gobernado el país durante los últimos 52 años— y dejar a los opositores pocos más caminos que la violencia para forzar un cambio de régimen.

Frente a la incapacidad de los gobiernos de la región para hacer frente a tales situaciones, han surgido, además, unos actores locales que no hacen sino complicar la situación a los Estados de África Occidental: los señores de la guerra.

Los señores de la guerra, que por lo general son personas que se han hecho con el poder de una subregión de un país gracias al apoyo de un grupo armado que les es leal, tienen gran influencia política y económica. Varios, incluso, están presentes en las instituciones regidas por el gobierno, y se han convertido en verdaderos hombres de negocios, sacando rédito de la financiación de guerras y el tráfico de recursos naturales, como el petróleo (cerca del 70% del petróleo africano se encuentra en la zona occidental de África, que además contiene reservas de diamantes y oro).

Aquí entra la importancia del transporte marítimo, dado que posee un gran valor para las economías locales —todo el comercio extranjero llega o se envía por vía marítima— y la lucha contra la piratería. No en vano, la región depende en buena medida de los buques mercantes que atracan en el Golfo de Guinea para abastecerse, y el grueso del producto interior bruto (PIB) de la misma se genera gracias a la actividad portuaria. Por eso, la seguridad de las rutas es una prioridad tanto para las economías locales como para las que exportan sus bienes y sacan un beneficio del comercio con los países de la zona.

En materia social también existen diversos problemas. Además de la pobreza y la desigualdad, cabe destacar la vulnerabilidad de los sistemas educativos y sanitarios en la zona, cuya incapacidad para generar profesionales cualificados termina empujando a muchos jóvenes a enrolarse en grupos criminales. Así, mejorar estos servicios sería una buena forma de tratar de poner fin a la violencia en África Occidental, que han contribuido a la difuminación de las fronteras y al desplazamiento de la población local a lugares más seguros.

El crimen organizado: un problema local con tentáculos en el extranjero

Los grupos de crimen organizado tienen una gran influencia en la zona. Según expone el director ejecutivo del Centro de Derecho Marítimo y Seguridad de África, Kamal-Deen Ali, en su tesis Maritime Security Cooperation in the Gulf of Guinea, las actividades delictivas más importantes desarrolladas por estos grupos son la piratería, el narcotráfico, las migraciones ilegales por mar y el tráfico de armas.

Pero la actividad de las organizaciones criminales no para ahí; también han extendido sus tentáculos hacia prácticas como la apropiación ilícita de petróleo, el comercio de medicinas fraudulentas, el contrabando de tabaco y el tráfico de personas, una actividad que reporta unos beneficios de aproximadamente 150 millones de dólares al año a los criminales.

Este tipo de entidades utilizan una estructura en forma de red para desarrollar actividades puramente comerciales —un individuo emprendedor se une con uno o varios más para realizar un negocio fraudulento—. Esto es significativo, pues supone que los grupos criminales se configuran en pequeñas organizaciones en las que al menos uno de los integrantes domina las lenguas tribales de la zona de operaciones, lo que facilita su trabajo. Una vez cumplen con su cometido, estas redes desaparecen, haciendo complicado su rastreo. Por lo general suelen actuar con un perfil bajo, evitando emplear la violencia para no levantar sospechas, pues les interesa no estar en el punto de mira de las autoridades para poder seguir delinquiendo impunemente, al contrario, por ejemplo, de los grupos terroristas, que dependen de la notoriedad de sus acciones para el éxito de sus empresas.

Además de grupos locales, hay organizaciones criminales extranjeras que se han afincado en África Occidental. Entre ellos destacan especialmente las de los narcotraficantes sudamericanos, que están explotando la actividad comercial de la zona para extender sus redes. De hecho, el transporte ilícito de cocaína y metanfetamina desde América del Sur constituye gran parte de los flujos de mercancías ilegales que llegan a la zona por vía marítima. Después, estas mercancías bien se distribuyen localmente —se han desarrollado laboratorios clandestinos en África Occidental para la fabricación de droga, lo que ha aumentado el consumo local—, bien se destinan a Europa utilizando las rutas del Sahel, desde donde también pueden llegar a Asia.

Cooperación internacional para poner orden en los mares

A pesar de los aspectos negativos de la región, cabe hablar también de los esfuerzos internacionales que se están llevando a cabo para mejorar la situación de África Occidental. En este sentido destacan las misiones de mantenimiento de paz, que operan bajo la tutela de la Organización de Naciones Unidas y que están destinadas a “superar el duro camino que separa los conflictos y la paz”.

Entre estas misiones destaca la AFRICOM o Africa Command, cuyo mando está centrado en fomentar la puesta en práctica de unas relaciones diplomáticas y económicas óptimas entre los 53 Estados del continente africano —todos, a excepción de Egipto—además de prevenir los posibles conflictos que puedan ocasionarse entre ellos.

Estados Unidos ha aprovechado el mandato de la AFRICOM para controlar y reforzar la seguridad de los abastecimientos de gas y petróleo que existen en la zona del Golfo de Guinea, siguiendo la política de diversificación de sus fuentes de energía publicada en la National Energy Policy, que fue aprobada en 2001.

España también trabaja por mejorar la seguridad de los países de África Occidental, especialmente en lo que se refiere a sus mares. Durante los últimos años ha puesto en marcha varias misiones militares destinadas a mejorar la estabilidad y seguridad marítima en la zona. Una de las últimas consistió en el envío, en 2016, de un patrullero para reforzar la colaboración en el Gofo de Guinea. Su misión consistió en tres fases consecutivas: acentuar la cooperación bilateral en vigilancia marítima con Mauritania y Cabo Verde para identificar riesgos relacionados con el terrorismo, el tráfico ilícito o la piratería; participar en ejercicios conjuntos con las marinas de Camerún y Ghana; y, de nuevo, cooperar con Mauritania, Cabo Verde y también Senegal en vigilancia y el adiestramiento de sus propias fuerzas de seguridad.

Con respecto a la piratería y los esfuerzos contra ella, cabe destacar también la EU-NAVFOR, una iniciativa europea para proteger los buques que, si bien en este caso opera al este de África (en las costas somalíes), pone de manifiesto la necesidad de hacer frente a esta amenaza en el continente. No en vano, sus miembros se dedican precisamente a disuadir, prevenir y reprimir esta práctica, así como el robo a mano armada en los mares de Somalia. La operación ha tenido un gran éxito hasta ahora: si en 2011 los piratas secuestraron a 736 personas y retuvieron 32 embarcaciones, en 2016 no se dio ninguno de estos casos en la zona monitorizada por los europeos.

¿Solución a la vista?

La problemática que se plantea es amplia. Por una parte, la región es bastante inestable, tanto por sus problemas internos —tiranías, guerras civiles y una poco eficiente gobernabilidad— como externos —narcotráfico, pugnas por los recursos naturales y piratería—. La ubicación de la Costa de Guinea es propicia para que los grupos criminales puedan llevar a cabo sus actividades delictivas, dada la cercanía del Sahel y la proximidad de este con la costa española, que garantiza la entrada a Europa. Esto hace de la región una zona atractiva para piratas, narcotraficantes y redes de trata de personas, pues el mercado potencial es muy vasto.

Particularmente, la piratería y el crimen organizado se perfilan como los problemas más serios a medio y largo plazo. Pero los esfuerzos locales e internacionales por hacerles frente pueden dar sus frutos, como ha demostrado la EU-NAVFOR en Somalia. De todos modos, el territorio abarcado por África occidental y sus costas es mayor que el del Cuerno de África, por lo que el éxito de las misiones que se desarrollen en esta zona dependerá en gran medida de la sostenibilidad de estas en tiempo y recursos, algo que va estrechamente ligado a la voluntad política de quienes gobiernan. Y, como se ha visto, la región no brilla precisamente por la altura de miras de sus gobernantes.

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