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En un espacio geográfico en el que las sequias cada vez son más recurrentes, más prolongadas y el desierto avanza inexorablemente hacia el sur, es este fluido vital el que con cada vez más profusión está regando el suelo de las naciones que componen el Sahel, sin que las fuerzas de seguridad de estos países o los organismos supranacionales puedan hacer nada para detener la sangría.

Pese al surgimiento de una Fuerza Militar Conjunta compuesta por los países occidentales de esta región y la implicación de la Unión Europea, Francia y las Naciones Unidas con tropas sobre el terreno, los conflictos étnicos y el yihadismo, a través de las ramas regionales de Al Qaeda y Estado Islámico están empujando al Sahel a una espiral de violencia.

Si descendemos a analizar la situación por países, vemos como Mauritania comienza a sufrir los embates del yihadismo una vez roto el pacto de no agresión entre el gobierno y las trasnacionales del terror que operan en países vecinos. A su vez, el país es tablero de juego de la guerra sorda entre Qatar y Turquía contra Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos respecto al apoyo de las primeras a la organización islamista internacional Hermanos Musulmanes.

Los habitantes de Mali ven que nada cambia tras las elecciones presidenciales y continúan los conflictos étnicos en el centro del país, sucediéndose las diarias matanzas de decenas de civiles en las regiones fronterizas con Níger, territorio donde se enfrentan entre ellas milicias étnicas y contra la rama del ISIS en la zona conocida como Estado Islámico en el Gran Sahara (EIGS o ISGS por sus siglas en ingles)

Níger ha pasado en una década de combatir las revueltas de los tuaregs a enfrentarse a una amenaza yihadista seria, ya que lo que comenzó con incursiones del Estado Islámico por el norte tras la caída de su bastión en Libia y de Boko Haram por el sur en Diffa, ha derivado en ataques continuos a civiles, policías y militares en diversas zonas del país.

Con tal de poner fin a esta violencia continua el gobierno de Niamey ha tenido que implantar, o prorrogar en su caso, el estado de emergencia en 3 regiones de Níger, como en Diffa para frenar la amenaza de Boko Haram o las de Tillaberi y Tahoua para detener las incursiones yihadistas desde Burkina Faso y Mali.

Mientras en la Tierra de los Hombres Íntegros ha pasado, tras la caída de Compaoré, de ser un país libre de yihadistas a que opere el Grupo en Apoyo del Islam y los Musulmanes (JNIM), el Estado Islámico y Ansarul Islam en su suelo en un intento de imponer su ideología y de controlar las rutas de contrabando hacia Europa.

El caso de Burkina Faso es preocupante ya que si bien a comienzos de 2018 la actividad terrorista se circunscribía a las provincias noroccidentales, vecinas de Mali y Níger, con el transcurso de los meses, los ataques se han extendido por todo el oriente y el sur del país, poniendo en peligro a las vecinas Benín, Togo, Ghana y Costa de Marfil.

Más al este, Chad, en un nuevo episodio de su eterna guerra civil ha visto como milicianos pertenecientes al Consejo de Comando Militar para la Salvación de la República o CCMSR,  ante el hostigamiento que sufren por parte de tropas de Haftar en su refugio libio, irrumpieron en el norte del país para enfrentarse con el ejército y expoliar su bases. A causa de ello, el presidente Deby ha tenido que desviar sus ya de por si menguados recursos, al tener tropas enfrentándose al yihadismo tanto en Mali como en la región del Lago Chad, para enfrentar este nuevo desafío

En el Oriente del Sahel la situación permite un grado de optimismo, ya que recientemente Etiopia y Eritrea han superado sus diferencias y se abocan a una paz definitiva tras décadas de largo conflicto entre las dos naciones. Una paz a la que también parece llegar el país  más joven del continente como es Sudan del Sur, el cual estaba inmerso en una guerra civil desde el prácticamente el mismo día en el que nació.

Al contrario que en el anterior acuerdo de paz firmado en 2015, esta vez las diferencias entre los grupos étnicos-religiosos que componen Sudan del Sur han pesado menos que las presiones de los países vecinos que han forzado la paz entre las partes en Jartum a fin de poner fin a la inestabilidad que este conflicto les generaba y las  mareas de refugiados que tenían que sostener con sus menguados presupuestos.

Por tanto nos encontramos ante una oscilación en la perenne hostilidad en la región, por la cual se empiezan a atisbar rayos de luz en las naciones orientales de la misma, mientras negros nubarrones se ciernen sobre los países occidentales de la mano de conflictos étnicos y el crecimiento exponencial de la actividad yihadista.

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