Somalia: en el punto de mira de Biden
Por Yago Rodríguez.
Tradicionalmente los sucesivos gobiernos de Estados Unidos han dado un limitado valor estratégico al continente Africano en comparación con Europa, Oriente Próximo, Asia o incluso Sudamérica o el Caribe.
Más allá de Egipto y Marruecos, Washington solo ha realizado esfuerzos limitados en países como Angola, Sudáfrica, el Sahel, Etiopía o Somalia.
Desde el desastre de la Operación Serpiente Gótica en 1993 África y Somalia recibieron escasa atención de las administraciones norteamericanas, tan solo la piratería somalí y los grupos afiliados a Al Qaeda lograron atraer la atención de Washington.
En tiempos de Barack Obama la estrategia utilizada para luchar contra el terrorismo en escenarios secundarios como Yemen fue repetida en el Sahel y en el Cuerno de África: fuerzas especiales, inteligencia, adiestramiento de ejércitos locales y ataques con drones. Era el momento de retirarse de las guerras interminables de Oriente Próximo para evitar el boots on the ground.
En aquella época también se fraguó el famoso giro hacia el pivote Asia-Pacífico, hoy ya superado por el de Indo-Pacífico. El matiz es relevante para África, ya que si bien el Índico oriental es el principal escenario de competición, el Índico occidental y su costa africana también revisten su importancia.

La era Obama también marcó el cambio de rumbo respecto a China: en 2008 China aún era percibida como un país amigo al que era necesario integrar plenamente en el sistema internacional, tal y como preconizaban las tesis liberales, pero con los años el papel chino en África empezó a ser visto con una mezcla de cooperación y rivalidad.
En 2016 llegó Donald J. Trump y puso patas arriba África. El America First significó que por primera vez, los intereses inversores y comerciales se convertirían en el gran objetivo de la política exterior norteamericana, muy por encima del desarrollo o los Derechos Humanos. Además, Estados Unidos empezó a contemplar a China como un rival en todos los sentidos.
Junto al pilar económico, el crecimiento del fenómeno yihadista a rebufo del Estado Islámico hizo que la política para el Cuerno de África se enfocara a través de la lente de la seguridad y de la lucha antiterrorista; el Departamento de Defensa y sus efectivos serían los principales protagonistas.

La política de Trump para África produjo la primera gran ruptura en varias décadas. El multilateralismo y las organizaciones regionales dejaron de estar respaldadas, las declaraciones de Trump (shithole countries) y la nueva política migratoria provocaron una lenta erosión del protagonismo diplomático estadounidense.
Durante esta etapa también se produjo el vaciado embajadores estadounidenses en África, ya que muchos no eran renovados, de tal forma que las cancillerías quedaban descabezadas y sin peso político e institucional. Por último, la administración Trump introdujo personal procedente de la empresa privada y reformó la ley del Frank-Dodd Act que tuvo repercusiones sobre el comercio de minerales, y en especial en los grandes productores del centro de África.
En resumen, con Obama hubo una política tibia y continuista enfocada a través de la lucha antiterrorista y los programas de ayuda y cooperación. Con Trump la lucha antiterrista se intensificó, pero el gran cambio estuvo en la ruptura con décadas de continuismo en favor del America First económico como parte de la competición con China. Por tanto, ¿qué cabe esperar de Biden?
El Cuerno de África reviste una importancia especial: fue el origen de la piratería, es un nido de yihadistas, afecta a las dinámicas regionales africanas y del Yemen, fue el escenario de la tragedia del "Black Hawk Derribado" de 1993 que obligó a Bill Clinton a abandonar el país y además es el centro de los esfuerzos de las Naciones Unidas para estabilizar el país y paliar las hambrunas.
Biden enfrenta viejos y nuevos problemas. Los viejos problemas pasan por la descoordinación entre las distintas ramas del gobierno: el Departamento de Estado, el Departamento de Defensa, el Departamento de Comercio o el USAID tienen distintas divisiones administrativas del Cuerno de África que impiden coordinar los esfuerzos.
El terrorismo sigue presente en la región, el separatismo existe en casi todos los países de la zona, China es un socio comercial muy relevante para Etiopía o Sudán, mientras que varios países de la zona mantienen disputas de todo tipo: Etiopía con Sudán y Somalia, Somalia con Kenia y Etiopía, la Comunidad Internacional con el riesgo de la piratería, los qataríes y turcos en Somalia, los árabes con el Estrecho de Bab el Mandeb, los rusos en Sudán...
Para solventar estos problemas la administración Biden quizás va a nombrar un enviado especial para el Cuerno de África, una figura que ya existe para el Sahel y que permite otorgar un mayor peso a la política exterior en esa zona. El multilateralismo y el apoyo a las organizaciones regionales también deberían ayudar a reforzar la posición de Washington.
Por último y quizás más importante, los Derechos Humanos y la democracia van a jugar un papel primordial en la política hacia los gobiernos de la zona. Washington va a intentar apoyar activamente a los demócratas africanos aplicando sanciones a políticos reacios a implementar mejoras democráticas, como ya le ha sucedido a Emmerson Mnangagwa de Zimbaue, y quizás apoyando a figuras como Abiy Ahmed, premio nobel de la paz y presidente de Etiopía.

En el caso de Somalia y su cigótico gobierno democrático el problema es que Farmagio se niega a convocar unas nuevas elecciones y según la oposición estaría organizando un ejército para acabar con ellos apoyado por Turquía y Qatar.
De hecho, el Secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken ha urgido a los somalíes a celebrar unas elecciones transparentes y aparcar los objetivos políticos particulares dando así un espaldarazo a la oposición.
Solo queda por ver si el gobierno de Estados Unidos estará dispuesto a ir más allá de las declaraciones y las sanciones para implementar su agenda política africana.