Instrumentalización y contención: El ejemplo del Yihadismo en España (IV)
Una vez la amenaza terrorista se ha instaurado en una sociedad, cabe analizar qué instrumentos de prevención y contención dispone un estado para hacer frente a la radicalización violenta y el reclutamiento. Alonso Pascual (2009) analiza las principales iniciativas de actuación que ha adoptado el gobierno español como parte de su estrategia antiterrorista desde los atentados del 11-M.

El primer aspecto, y uno de los más importantes, consiste en promover el discurso de actores no radicales y una integración democrática con el objetivo de articular una efectiva contranarrativa. En el caso concreto de España, se ha buscado un diálogo permanente con las comunidades musulmanas con el objetivo de garantizar la influencia de los discursos no radicales y de su prevalencia sobre los idearios extremistas.
Una de las principales medidas adoptadas consistió en el registro de las entidades musulmanas existentes, con el principal objetivo de estructurar e identificar la red islámica en España, es decir, se buscaba una institucionalización del acercamiento a los representantes de la comunidad musulmana creando interlocutores válidos para prevenir y contener la radicalización violenta.
El autor también alerta sobre la importancia imperativa de integrar a las segundas y terceras generaciones de inmigrantes. Jóvenes que nacieron en España, o que llegaron al país con pocos años, pueden ser objeto de procesos de radicalización en el caso de que fallen los procesos de integración (Alonso Pascual, 2009).


Estos datos revelan que, entre 2013 y 2017, los individuos de segunda generación son mayoría entre los yihadistas en España. Estos individuos de segunda generación han resultado ser en el contexto del terrorismo yihadista, especialmente vulnerables a la radicalización y reclutamiento, como se ha podido observar en buena parte de las naciones europeas (García-Calvo y Reinares, 2018).
Otra de las ramificaciones sobre la que es imprescindible actuar es la relativa a las actividades formativas, iniciativas educativas y culturales. En este sentido, Rogelio Alonso Pascual apunta a que la correcta formación de educadores y religiosos en centros de educación primaria y secundaria es uno de los grandes objetivos dentro de la estrategia de prevención de la radicalización.
El autor habla de instaurar una subcultura democrática que evite la reproducción de los idearios totalitarios que propugna el yihadismo. Los proyectos articulados deben amparar tanto a este segmento juvenil, como a la población inmigrante, donde la soledad y la ausencia de una red de apoyo familiar o de amistad hacen sinergia con la inestabilidad laboral para crear un caldo de cultivo que puede favorecer la puerta de entrada a los procesos de radicalización (Alonso Pascual, 2009).

Los datos muestran cómo, en los últimos 10 años, la tendencia en la media de edad de los individuos objeto de los procesos de radicalización se ha ido reduciendo. Mientras que entre 2001 y 2011, el 20% de los yihadistas condenados o muertos en España se movían en el intervalo entre 24 y 26 años, entre 2012 y 2017 el número era únicamente del 8,6%.
Por su parte, los yihadistas condenados o muertos entre 18 y 20 años pasaron del 2,9% para el periodo 2001-2011 hasta el 10,3% para el periodo 2012-2017. Un incremento de 7 puntos porcentuales para un grupo de edad que se encuentra en edades muy tempranas, lo que refuerza la necesidad de las estrategias de prevención en los centros educativos (Reinares et al., 2019).
El tercer instrumento hace referencia a las comunidades de referencia y redes de contacto. Aquí debe volver a insistirse en la necesidad de evitar equiparar el terrorismo e islamismo, exigiendo la condena y deslegitimación de la violencia por parte de lideres políticos, religiosos y de la sociedad civil con una capacidad de influencia significativa sobre la población musulmana. La apertura de canales de diplomacia con interlocutores no radicales es necesario para la efectividad de la contranarrativa del discurso yihadista.
Aunque, tal y como apunta Rogelio Alonso Pascual, estos interlocutores no deben confundirse con supuestos “moderados”, que están más interesados en reproducir una ambigüedad narrativa que tiene como objetivo deslegitimar los valores cívicos no violentos. Una relación fundamentada en la confianza puede favorecer el intercambio de información entre la comunidad musulmana y las fuerzas y cuerpos de seguridad que permita desarticular células terroristas, así como anticipar posibles atentados (Alonso Pascual, 2009).

Sookhdeo (2011) proporciona una pirámide invertida que desglosa las poblaciones musulmanas en categorías. La base de su argumento es que, aunque los musulmanes de los distintos niveles de la pirámide comparten la identidad de ser “musulmán”, el nivel en que los mensajes centrales de los niveles inferiores y más extremos resonarán o serán interiorizados por otros niveles depende de la medida en que practiquen la religión.
Por lo tanto, puede que la cuestión no giré solo entorno al grado de práctica del islam, sino también la medida en que la narrativa maestra modifica los conceptos e interpretaciones del islam de la corriente principal para llegar a los niveles superiores no radicales (Al Raffie, 2012).

Otro de los factores que pueden ser decisivos para que la estrategia de prevención funcione es la responsabilidad de los medios de comunicación social. Una correcta diplomacia publica que involucre y cree una red de contactos con formadores de opinión, periodistas y políticos de países árabes es clave.
Ser conocedores de la idiosincrasia de la comunidad musulmana o la corrección de estereotipos en relación con la política exterior o el trato con la inmigración pueden ser el punto diferencial que evite la manipulación consciente de actores interesados en procesos de expansión de su ideario extremista.
El autor pone de ejemplo la detención en septiembre de 2003 de Taysir Alouny, corresponsal de la cadena de televisión Al Jazzera en España, lo cual fue percibido como una agresión contra los musulmanes. Asimismo, el tratamiento sensacionalista de algunas detenciones o la transmisión de imágenes donde se exhibe a los sospechosos inmovilizados por los agentes no ayudan a desarraigar el antioccidentalismo imperante en estas sociedades.
Dado que uno de los rasgos fundamentales del terrorismo yihadista es crear un estado de terror que polarice a la población, los medios de comunicación deben desarrollar una acción comunicativa que contrarreste cualquier tratamiento mediático en el que se blanquee las figuras terroristas (Alonso Pascual, 2009).

Toda estrategia de prevención deberá incorporar los correspondientes indicadores de detección temprana. En el caso del terrorismo yihadista, los indicadores correspondientes a la apariencia externa del individuo son ciertamente ineficaces.
La razón reside en que, a diferencia del norte de África, donde son más frecuentes muestras de conversión al Islam radical como el uso de la barba o la chilaba conocida como quamis, en el caso del terrorismo yihadista que opera en suelo occidental, los individuos no suelen tener ningún signo distintivo con respecto a la sociedad autóctona, pues el yihadismo ha incorporado y reinterpretado la figura del taqiya para justificar su secretismo: “ocultamiento de la verdadera fe del musulmán en circunstancias peligrosas para salvaguardar la vida, honor o pertenencias”.
No obstante, los indicadores de detección temprana no deben limitarse a la apariencia externa del individuo, sino que deben integrar las modificaciones de las creencias políticas y religiosas, variaciones de hábitos sociales y costumbres, así como alteraciones en la red familiar y de amistad (Alonso Pascual, 2009).
Por último, la estrategia de prevención debe ir encaminada a entorpecer y perseguir a las redes de radicalización y reclutamiento. La transnacionalidad del terrorismo yihadista exige una cooperación integral entre estados, agencias de inteligencia y cuerpos de seguridad (Alonso Pascual, 2009). Un informe de Europol del año 2008 señalaba ya que Al Qaeda entrenaba en el desierto del Sahel a yihadistas reclutados en España (Europol, 2008).
Otro importante aspecto a considerar es el tema de las prisiones, que suponen un germen para procesos de radicalización, el cual debe subsanarse con controles de las comunicaciones de internos susceptibles de ser adoctrinados por presos que podrían utilizar la ideología islámica como instrumento de atracción hacia idearios violentos (Alonso Pascual, 2009).

Entre 2013 y 2018, el porcentaje de individuos radicalizados en centros penitenciarios supondría el 10% del total (García-Calvo y Vicente, 2018). Una cifra que, no obstante, todavía queda lejos de los números relativos a los entornos offline y online de radicalización.
Ambos autores destacan que la conversión religiosa en estos casos puede venir de individuos ya radicalizados en el salafismo yihadista que, aprovechando la crisis existencial propia del encarcelamiento, instrumentalicen la debilidad del individuo para ganarse su confianza y arrastrarlo a una visión violenta de la ideología islámica (García-Calvo y Vicente, 2018).

De entre los yihadistas condenados o muertos en España entre 2004 y 2018, un 7% era reincidente en su aplicación, tanto en actividades preparativas como operativas en el marco del terrorismo yihadista.
Cabe destacar además que estos individuos reincidentes suelen hacerlo en compañía de individuos, ya sea articulado en células, grupos o redes. Un 89,7% de los yihadistas reincidentes detenidos o muertos entre 2013 y 2018 emprendió la modalidad terrorista en células, grupos o redes, frente a un 10,3% que lo realizó en solitario (García-Calvo y Vicente, 2018).
