Turquía: Cinco años más de Erdogan
Los rumores de la muerte política de Erdogan han sido exagerados. El presidente turco ha vuelto a imponerse en unas elecciones y continuará dirigiendo el país cinco años más. La oposición unida consiguió forzar una segunda vuelta por primera vez en la historia de Turquía, pero finalmente acabó muriendo en la orilla y no consiguieron desbancar a Erdogan.
Ahora se avecina un escenario incierto tanto para la oposición como para el país, que atraviesa una situación económica muy delicada en gran parte por las descabelladas políticas económicas de Erdogan.

La unión no hizo la fuerza
La oposición unida consiguió plantar cara a Erdogan, pero su ventana de oportunidad se cerró en la primera vuelta. En la primera jornada electoral, con una oposición movilizada por la esperanza de la victoria gracias a unos sondeos favorables, una alta participación y un tercer candidato nacionalista, Sinan Ogan, que podía disputarle una pequeña pero decisiva parte del electorado a Erdogan, todo parecía que se ponía de cara para acabar con el actual presidente, pero finalmente no fue así y eso acabó con cualquier posibilidad de victoria para la oposición en la segunda vuelta.
En este sentido, la segunda vuelta presentaba a la oposición un dilema irresoluble. Si querían tener alguna opción tenían aliarse con Ogan y para ello debían comprar su discurso nacionalista de derechas muy duro con los kurdos. Sin embargo, si hacían esto corrían precisamente el riesgo de alienar a los votantes kurdos, indispensables también para la victoria. La coalición de Kilicdaroglu pronto se encontró en una situación desfavorable en la que hicieran lo que hicieran tendrían que asumir grandes costes.
Optaron por cortejar a Ogan endureciendo su discurso respecto a la inmigración y los refugiados prometiendo incluso expulsar a todos del país con la esperanza de que el electorado kurdo continuara apoyándoles para evitar la victoria de Erdogan. Esta estrategia no tuvo éxito.

En primer lugar, Ogan pronto anunció que apoyaría a Erdogan, pero después de que la oposición ya hubiera endurecido su discurso, por lo que no había marcha atrás. Kilicdaroglu profundizó en el discurso nacionalista con la esperanza de sustraer a algunos votantes de Ogan que no estuvieran dispuestos a votar a Erdogan a pesar de su apoyo público. Por el camino ocurrió lo que se esperaba, a la población kurda no le gustó que Kilicdaroglu coqueteara con un candidato hostil hacia ellos y comprara su discurso. Como resultado, la abstención creció en las zonas kurdas y la ventaja de Erdogan aumentó con respecto a la segunda vuelta.
En este contexto, cabe preguntarse qué fue lo que falló y todos los dedos apuntan a Kilicdaroglu. El candidato escogido no era el más popular ni el que se creía que podía movilizar más eficazmente al electorado pero, como hemos visto en otras uniones de la oposición como en Hungría, fue una decisión de consenso. Kilicdaroglu no era el mejor candidato, simplemente era el candidato sobre el que pudieron ponerse de acuerdo los seis partidos que conformaban la oposición. Así las cosas, sólo cabe preguntarse qué hubiera ocurrido si se hubieran presentado Ekrem Imamoglu o Mansur Yavas, alcaldes de Estambul y Ankara respectivamente, y figuras mucho más populares y enérgicas que Kilicdaroglu.
En cualquier caso e independientemente de las lecciones que debe extraer la oposición de la derrota, lo que está claro es que Turquía es un país dividido desde hace tiempo. En las citas electorales desde 2014 (elecciones presidenciales en 2014, 2018 y 2023 e incluyendo el referéndum constitucional de 2017) Erdogan ha salido victorioso con porcentajes que apenas superan el 50% (52,14% en los últimos comicios).
Turquía está partida en dos entre los que creen que Erdogan le ha devuelto a Turquía su grandeza perdida y los que creen que el país está inmerso en un acusado declive autoritario. Esta división también se muestra especialmente entre las grandes ciudades y las zonas costeras, que suponen más del 70% del PIB del país, votando mayoritariamente a la oposición, y el interior rural que vota en masa a Erdogan.

A pesar de los errores de la oposición y el callejón sin salida estratégico en el que cayeron tras la primera ronda es preciso reconocer que sufrían una desventaja de partida. Las elecciones han sido libres, pero no justas. Los medios de comunicación privados están, en su mayoría, en manos de empresarios vinculados a Erdogan y la televisión pública forma parte del aparato de propaganda del actual presidente.
Así, los tiempos que dedicaron los principales medios del país a las elecciones favorecieron enormemente a Erdogan, copando todo el tiempo en televisión y los distintos programas, asumiendo su discurso y criticando a la oposición. Kilicdaroglu tuvo que buscar su espacio en las redes sociales y construir su campaña desde ahí, pero está situación perjudico sus opciones de convencer a una parte del electorado.
¿Ahora qué?
Con Erdogan, Turquía seguirá la senda que estaba marcando hasta ahora, pero de manera más acelerada. El país seguirá profundizando en el presidencialismo y la sombra autoritaria seguirá oscureciendo Ankara. Además, la amenaza de la oposición unida llevó a Erdogan a conformar también alianzas con otros partidos más pequeños para maximizar su apoyo electoral. Entre estos partidos se encuentran algunos islamistas que pueden provocar una profundización en el proceso de islamización en el que está sumido el país desde los últimos años.
En el plano exterior las líneas maestras actuales se mantendrán con un Erdogan tratando de exprimir al máximo sus relaciones tanto con Occidente como con sus rivales, lo que seguirá generando tensiones en el seno de la OTAN y con EEUU y la UE. Con respecto a Bruselas, esta última victoria de Erdogan permitirá aclarar definitivamente las cosas entre ambos. Turquía no va a entrar nunca en la Unión Europea y son conscientes de ello en Bruselas y Ankara, por lo que seguir manteniendo un proceso de adhesión congelado desde 2018 y que no puede arrojar ningún resultado carece de sentido.
El problema continúa siendo la falta de alternativas a la adhesión, la UE en este momento no tiene más elementos con los que atraer a Turquía a su esfera de influencia y eso es un problema significativo para un estado de su importancia. El reconocimiento de esta situación podría impulsar a ambos a buscar alguna alternativa. La Comunidad Política Europea se hizo no sólo con Ucrania en mente sino también pensando en Turquía, pero su formulación continúa siendo muy vaga y sus objetivos muy diversos como para ser una herramienta efectiva a corto plazo.

La situación más acuciante para esta nueva legislatura de Erdogan será la económica. La situación financiera en Turquía es muy complicada y la Lira turca volvió a depreciarse tras conocerse los resultados de las elecciones, marcando un nuevo mínimo histórico. La Lira ha perdido el 80% de su valor en los últimos años y aun así es una moneda sobrepreciada. El banco central turco ha estado vendiendo billones de sus reservas federales para prevenir el colapso total de la moneda, provocando una apreciación artificial de la moneda.
Sin embargo, Turquía se ha quedado sin reservas y políticas extrañas como bajar los tipos de interés en plena crisis inflacionaria ponen al Estado en un punto crítico. A esto hay que añadir la falta de independencia del banco central y que es el propio Erdogan, sin oposición alguna, quién toma todas las decisiones económicas, por lo que tenemos un caldo de cultivo perfecto para la inestabilidad económica.
Erdogan deberá reformular sus políticas económicas con su nuevo gobierno si quiere salvar la situación. Medidas como subir los típicos de interés y cierta restricción del gasto parecen inevitables y podrían tensionar a su electorado acostumbrado a subsidios y otros programas típicos del AKP. Está será la lucha que marcará los próximos cinco años de la política turca y, al igual que con las elecciones, mal haríamos en dar a Erdogan por muerto ya que ha conseguido sobrevivir en muchas ocasiones.