Medio de comunicación independiente

Por Guillermo Alonso

Desde hace meses, Irak vive tensa y delicada situación marcada por las protestas contra la corrupción del gobierno y la escalada de conflictos entre EE.UU., Irán y los aliados de este último.


Tras la derrota del Estado Islámico en la Batalla de Mosul de 2017, Irak ha gozado de dos años de relativa paz y estabilidad que han permitido al país ir recuperándose de la guerra poco a poco. Sin embargo, esta situación de leve progreso quizás fue solo un espejismo.

La Batalla de Mosul en 2014 es clave para el imaginario colectivo de Irak.

De un lado, Irak lleva ya cuatro meses inmerso en una serie de protestas y revueltas contra el gobierno a causa del desempleo, los bajos salarios, la precariedad de servicios públicos y la falta de algunos suministros básicos como el agua y la electricidad, así como por la corrupción.

Soleiman en Irak

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De otro lado, los iraquíes temen que, si la confrontación EE.UU.-Irán llega a desembocar en un conflicto militar, Irak se convertiría en el campo de batalla, siendo el país devastado por enésima vez.

Vayamos por partes. A comienzos del pasado mes de octubre, hubo una serie de protestas en Bagdad y en otras ciudades contra el gobierno que acabaron en tumultos empapados de sangre.

Por ejemplo, una pequeña manifestación compuesta por unas 3.000 personas se dirigió a la llamada «Zona Verde», un distrito de Bagdad donde se hallan muchos ministerios e instituciones del Estado, para protestar por el penoso suministro de agua y electricidad, además de por el desempleo.

Grupos de universitarios ya habían protagonizado previamente manifestaciones ante los ministerios, protestando por puestos de trabajo que les estaban siendo denegados a pesar de estar cualificados.

Muchos protestaban porque los puestos están siendo copados por candidatos cuya única «cualificación» pasaba por disfrutar de relaciones con partidos políticos y ciertas sectas religiosas.

A pesar del reducido número de manifestantes, cuando la gente comenzó a congregarse en la plaza Tahrir, en el centro de la mencionada Zona Verde, la policía la dispersó mediante tácticas desproporcionadas: 10 muertos y más de 280 heridos dan fe de ello.

No es que se usaran las típicas pelotas de goma, granadas aturdidoras, chorros de agua o el gas lacrimógeno, sino que incluso se llegó a abrir fuego con armas largas.

Un comunicado oficial emitido por los ministerios de Interior y Sanidad admitió que 200 personas fueron heridas, incluyendo 40 miembros de las fuerzas de seguridad, y que hubo al menos 2 muertos, a pesar de que los servicios médicos en los hospitales daban cifras mucho mayores.

Entonces el gobierno intentó rebajar la tensión: «lamentaba la violencia que había acompañado a, las protestas» y hacía un «llamamiento a la calma». Pero la desproporcionada respuesta policial ya había puesto en marcha nuevas oleadas de protestas, que esta vez serían multitudinarias. De hecho, 10 distritos en Bagdad fueron bloqueados a base de barricadas y piras ardiendo.

Pero esta no era una cuestión exclusiva de la capital. Hubo protestas similares en otras provincias, como Basora o Nasiriyah, con idéntica represión. En una semana las protestas con tinte de revueltas se habían extendido, siendo respaldadas por parte de todos los sectores de la población: desde obreros y trabajadores de clase media chií hasta ingenieros y médicos.

Manifestantes de todo extracto social participan de las revueltas contra el ejecutivo.

En efecto, lo que comenzó como una pequeña protesta de unos pocos miles, se transformó en una revuelta a escala nacional contra el gobierno del primer ministro Adil Abdul Mahdi.

La dura respuesta del gobierno fue el detonante que hizo explotar el resentimiento de la inmensa mayoría de iraquíes, cansados de un Estado corrupto que no ha sabido administrar la riqueza del país.

No son pocos los miembros del gobierno y otros altos cargos se han hecho con auténticas fortunas a costa de malversar fondos para proyectos que o bien nunca se terminan o bien ni siquiera se empiezan.

Por otra parte, el primer ministro Adil Abdul-Mahdi no gozaba precisamente de popularidad, sobre todo después de que tomara la decisión de apartar de su cargo de jefe del Servicio de Contra-Terrorismo, el general Abdul-Wahab al-Saadi, y sustituirle por un simpatizante de Irán.

Abdul Wahab era un militar especialmente querido por el pueblo debido a su notable papel en la reconquista de la ciudad de Mosul, el otrora corazón del Estado Islámico.

Una de las explicaciones que se ofrecieron sobre el porqué de tan violenta y desproporcionada reacción a las protestas por parte del gobierno es que el primer ministro Adil Abdul-Mahdi se encontraba asesorado principalmente por militares propensos a recurrir a la violencia, y que tienen nulo entendimiento sobre cómo manejar situaciones políticas.

En el octavo día, las protestas y revueltas cesaron, en parte debido a la coincidencia en esas fechas (mediados de octubre) con ciertas festividades chiitas.

Sin embargo, fueron retomadas el día 24, cuando una nueva oleada de manifestantes se apoderó de Bagdad, protestando contra el gobierno y contra la influencia de Irán. Tratando de acceder a la Zona Verde, casi 70 personas fueron asesinadas y heridas.

Entre los días 24 y 25, los tumultos volvieron a extenderse por todo el país. En la ciudad de Samawah quemaron y destruyeron numerosas oficinas de varios partidos políticos.

En Karbala, prendieron fuego al consulado de Irán, se pronunciaron proclamas anti-iraníes y se rompieron en pedazos fotografías del líder supremo de Irán, el ayatolá Ali Khamenei.

Las revueltas y las muertes se sucedieron en distintos puntos del país durante los días siguientes hasta que, al final de mes, el primer ministro anunció su dimisión.

Ya en noviembre, la situación no mejoró, todo lo contrario. Los manifestantes llegaron a bloquear Umm Qasr, el principal puerto iraquí en el golfo pérsico, lo que afectó seriamente a la importación de alimentos de la que el país depende.

Así las cosas, y debido a la fuerte presión, el día 24 de diciembre el parlamento aprobó una nueva ley electoral que permitirá a los ciudadanos elegir a individuos en lugar de listas de partidos. Además, los candidatos representarán distritos, no provincias.

Para el final de año, la cifra de muertos era de 511, y los heridos sumaban más de 21.000.

En paralelo, tenemos la escalada del conflicto entre EE.UU. por un lado e Irán por otro.

Entre los meses de julio y septiembre del pasado año, tuvo lugar una serie de ataques con drones por parte de Israel contra bases de la coalición de milicias iraquíes Hashd al-Shaabi (literalmente, Unidades de Movilización Popular), una organización política y militar de corte chiita bien establecida en Iraq y con fuertes lazos con Irán.

Los ataques fueron confirmados por Israel, que los lanzó desde Kassad, una base controlada por EE.UU. situada en la región kurda del noreste de Siria. El motivo de Israel es que tenía como objetivo los misiles iraníes que iban de camino a Líbano y Siria.

En este marco, cabe mencionar Hashd al-Shaabi, una organización chiita política a la vez que militar, que, hablando en plata, es un pequeño Estado dentro del Estado. Se trata de una coalición de grupos paramilitares, en su mayoría chiítas, que cuenta con una tropa de entre 65.000 y 85.000 milicianos y colaboradores.

Nacieron en 2014 y han tomado parte en todas las batallas de la campaña iraquí contra el Estado Islámico. Además, cuentan también con representación en el parlamento, de suerte que son una importante pieza que debe ser tenida en cuenta para cualquier proyecto de gobierno estable.

Hashd al-Shaabi está fuertemente influenciada por Irán, y es considerada un proxy del país persa en la región. Sin embargo, no conviene simplificar: estas organizaciones paramilitares están muy enraizadas y cuentan con el fuerte apoyo de algunas comunidades chiítas locales; Irán les condiciona y les presta apoyo hasta cierto punto, aunque no les controle.

De hecho, el pasado día 30 de septiembre, el primer ministro iraquí aprobó un decreto para integrar a las fuerzas del Hashd en el ejército regular; lo que hizo surgir desacuerdos internos, pues suponía ceder parte de su autonomía.

Asimismo, es el Estado iraquí quien abona los salarios directamente a los soldados y no a los diferentes comandantes y líderes de cada milicia, como hasta hace poco ocurría. Ello, naturalmente produce una encrucijada de lealtades.

Hashd al-Shaabi y otras organizaciones similares, en el caso de que la actual escalada de tensiones condujese a un conflicto, se alinearían con el país persa.

Por ejemplo, Abu Ala al-Walai, líder de la milicia Kata’ib Sayyid al-Shuhada, una de las unidades que integran el Hashd al-Shaabi y cuyas bases fueron alcanzadas en uno de los ataques israelíes, afirmó que en caso de guerra su grupo atacaría posiciones estadounidenses. Además, tienen un enorme interés en la guerra con drones y que están trabajando para desarrollar aparatos que puedan ser montados y puestos a punto en el salón de una casa.

EE.UU. y sus aliados quisieran eliminar, marginar o, de algún modo, expulsar al Hashd al-Shaabi de la región, y, por tanto, la influencia iraní, pero lo cierto es que están demasiado bien establecidos.

Las tensiones no hicieron más que ir en aumento hasta que, el día 27 de
diciembre, la base aérea K-1, situada en la provincia de Kirkuk, sufrió un ataque que fue atribuido a la milicia chiita Kata’ib Hezbollah, parte integrante del Hashd al-Shaabi.

¿Qué futuro nos aguarda en el próximo requiebro del camino?

A causa del ataque, un contratista norteamericano murió y cuatro militares
resultaron heridos. EE.UU. decidió tomar represalias emprendiendo dos días más tarde, el día 29, cinco ataques aéreos sobre arsenales y puestos de control de Kata’ib Hezbollah: tres en Irak y dos en el Siria, con un resultado de 25 milicianos muertos y más de 50 heridos.

En un comunicado emitido ese mismo día por el Departamento de Defensa, se confirmó que los ataques fueron efectuados para defenderse, debido a las ofensivas previas de Kata’ib Hezbollah.

Y esto condujo a una nueva respuesta cuando, el día 31, justo antes de año nuevo, una muchedumbre de milicianos del Hashd al-Shaabi se adentró en la llamada Zona Verde, que alberga el complejo de la embajada de EE.UU., cuyo edificio de recepción fue asaltado por los milicianos del Hashd al-Shaabi al grito de «¡abajo EE.UU!» y «¡muerte a EE.UU. y a Israel».

Sin embargo, hacia la caída de la noche, buena parte de los milicianos se habían retirado de la embajada y habían organizado una sentada en las afueras del complejo, donde se les unieron civiles relacionados con las protestas de las que hemos hablado al comienzo y que también se manifestaban en contra de la presencia de EE.UU. en Irak.

Estados Unidos anunció el envió de cientos de tropas para reforzar la seguridad, lo que a la vez suponía reafirmar que no se irían de Irak a pesar de la presión iraní.

Finalmente, el día 3 de enero, tuvo lugar un ataque con drones por parte de la fuerza aérea norteamericana contra un convoy que salía del aeropuerto de Bagdad en el que viajaban, entre otros, Abu Mahdi al-Muhandis, comandante de Kata’ib Hezbollah, y Qasem Soleimani, general al mando
de la Fuerza Quds, la unidad de élite dentro de la Guardia Revolucionaria iraní.

El motivo alegado por la administración Trump fue que el general Soleimani estaba planificando reuniones con líderes del Hashd al-Shaabi para preparar futuros ataques que tendrían como objetivo intereses y ciudadanos estadounidenses.

Y este ha sido, sin duda, el evento que ha hecho dispararse todas las alarmas, pues Qasem Soleimani no era un personaje cualquiera en Oriente Medio.

El general de la Fuerza Quds era un hombre de mucho prestigio y fama no sólo en Irán sino en toda la región. Admirado y querido por muchos, era considerado como el adalid tanto en la lucha contra el Estado Islámico como contra la presencia e influencia de EE.UU. e Israel.

Por otro lado, también era detestado y odiado por muchas minorías y facciones en Oriente Medio.

En el país persa su muerte ha causado la ira de millones de iraníes y muchos altos mandos del gobierno y de las fuerzas armadas, entre ellos el mismo líder supremo Ali Khamenei y el presidente Hassan Rouhani, ya han anunciado que «habrá venganza».

Además, Irán también ha anunciado que se retira de los compromisos que suscribió en el Acuerdo Nuclear, por lo que pronto sus centrifugadoras comenzaran de nuevo a enriquecer uranio.

Como decíamos al principio, Irak se encuentra en una situación muy delicada en este momento. A la inestabilidad socioeconómica y sus correspondientes protestas se ha sumado el peligro de un conflicto a gran escala entre Irán y EE.UU. que amenazan con sumir nuevamente al país en la ruina. Veremos a donde conduce todo esto.

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