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Una de las justificaciones sobre la invasión de Ucrania que el presidente ruso dio es que Ucrania, como nación, a duras penas existe. Que Ucrania carece de argumentos históricos para declarase territorio soberano.

Sin embargo, Putin falla en entender que las naciones son un ente vivo y flexible que evoluciona y se transforma, pero sobre todo falla en entender que las naciones se forjan en la guerra. La resistencia a ultranza ucraniana, luchando como solo un pueblo lucha cuando sabe que su propia existencia está en juego, prueba de forma inapelable lo que Putin quiere negar: que son una nación.

El Presidente de Ucrania, Volodymyr Zelenskyi (izquierda) y Secretario General de la OTAN, Jens Stoltenberg (derecha). Bruselas, 16 de diciembre de 2021. Fuente: President.gov.ua

Europa, en cuanto a la dinámica de construcción de una identidad nacional y su mitología necesaria, ha seguido por norma general el mismo patrón en todo el continente. Y para ello hay que trasladarse a pleno siglo XIX. Las revoluciones liberales y la expansión napoleónica proporcionaron a lo largo del viejo continente el conjunto de valores y libertades que elevaban a un súbdito de una dinastía a un ciudadano de una nación.

El estado ya no era el coto privado de un rey, era la propiedad de todos sus ciudadanos, y éstos eran llamados a defender esta nueva patria de cualquier invasor. Con la ciudadanía liberal llegó la identidad nacional. Las guerras de liberación napoleónicas organizadas por primera vez por ciudadanos libres, son las primeras que entenderán la guerra como un combate por la supervivencia de la nación.

El contraste con las guerras del pasado es lacerante: guerras pagadas en sangre de levas desmotivadas, por razones ajenas a éstas, que normalmente respondían a un intercambio poco civilizado de territorios entre monarcas.

Estas guerras en el contexto napoleónico, como la guerra de Independencia española de 1807, proporcionarían el hito fundacional de la nueva nación. La fiebre romántica contemporánea constituye otra pieza fundamental para la construcción de estas naciones europeas.

Los fusilamientos del tres de mayo de 1808, o Los fusilamientos en la montaña del Príncipe Pío. En esta pintura el maestro Francisco de Goya representa la represión de los primeros levantamientos populares en contra de los invasores franceses durante la Guerra de Independencia Española (1808 - 1814).

A mediados del S.XIX Europa volvía su mirada al pasado medieval, rescatando un periodo desprestigiado para construir una mitología nacional que pudiera vincular los nuevos estado-nación con estados medievales que legitimaran su existencia, prestigio nacional y orgullo ciudadano. Así se construyeron las naciones europeas, incluso aquellas que nunca adoptaron la revolución liberal, como es el caso de Rusia. Ucrania, por su lado, se perdió todo esto.

Ucrania durante el siglo XIX era una dependencia rusa, parte intrínseca del Imperio Romanov. Asimismo, contrariamente a las otras guerras napoleónicas, el Emperador no se molestó en expandir los ideales de la Revolución en tierra de los zares. Ucrania no tuvo revolución nacional ni liberal. Es más, Rusia fue quien se agenció, durante la fiebre del romanticismo, el pasado medieval de Kiev.

El rus de Kiev se constituyó como el primer estado eslavo y ortodoxo. Sin embargo, tras las invasiones túrquicas de las estepas de Asia Central, el estado eslavo fue disuelto. Unas décadas más tarde, con la creación del Principado de Moscovia en 1263, , el legado del Rus de Kiev sería recatado: Moscú encabezaría ahora a los eslavos ortodoxos en el único estado de esa índole en la región.

El territorio de la actual Ucrania quedaría divido en tres, al oeste del Dniéper gobernaría la Mancomunidad de Polonia-Lituania, de religión católica; toda la costa norte del Mar Negro permanecería por varios centenares de años bajo control de los tártaros, musulmanes descendientes de los pueblos túrquicos que se asentarían en la zona de forma definitiva. Por último, al este del Dniéper, el Gran Ducado de Moscú seria quien rescataría la tradición eslava y ortodoxa de Kiev.

Mapa histórico simplificado de las fronteras de Ucrania (1654 - 2014). Fuente: Sven Teschke, Junge Heinz, Katepanomegas, trabajo derivado de: Natkabrown

Así las cosas, Rusia reclama el pasado de Kiev como propio y, en consecuencia, niega de plano la existencia de la nación ucraniana. Sin embargo, Ucrania sí habría conseguido articularse como un pueblo distinto al ruso. Durante la era soviética, en 1932-1933, se presenta la Gran Hambruna, conocida en Ucrania como el Holodomor.

La historiografía no se pone de acuerdo en si ésta fue dirigida expresamente hacia minorías nacionales (Ucrania ya contaba desde 1929 con una organización nacionalista relevante que llamaba a una Ucrania independiente) o si simplemente las áreas más castigadas fueron las de producción agrícola, como Ucrania y el Cáucaso.

En cualquier caso, contribuyó indiscutiblemente a la construcción de un Otro: el pueblo ucraniano moría en masa por decisiones hechas en Moscú. Algo que, además, no pasaba en otras regiones. Sentó las bases de un principio que ya no podría ser revertido jamás: los ucranianos no son rusos.

En este contexto aparece la polémica figura de Stephan Bandera, un ultranacionalista ucraniano al que no le temblaría el pulso a la hora de colaborar con la Alemania nazi con tal de expulsar a los soviéticos de su tierra. Bandera era a la vez un fascista con participación activa en pogromos y la principal figura de liberación nacional, un referente de poco conceso. No salieron bien las cosas para los nacionalistas ucranianos y la nación quedo de nuevo sometida al imperio soviético.

Monumento al líder de la Organización de Nacionalistas Ucranianos Stepan Bandera en el Parque Taras Shevchenko, Kiev, Ucrania. Autor: Mykola Vasylechko

Cabe destacar que la Republica Socialista Soviética de Ucrania contaba con una posición especial. De alguna forma, Rusia reconocía el estatus histórico de Ucrania como la tierra ancestral de estos. Pero los nacionalistas ucranianos hacía tiempo que habían desarrollado un concepto diferente sobre su pasado y la hermandad con Rusia.

Esta guerra, que niega la existencia de un pueblo ucraniano, se va a convertir en aquello que la nación ucraniana nuca tuvo, lo que le fue denegado sistemáticamente: su hito fundacional. Ucrania, además, se situará en una posición de fuerza para reclamar su propio pasado y vincularse directamente con el Rus de Kiev. Esto no es baladí; se trata un duro golpe a la mitología nacional rusa; Moscú no puede reclamar el pasado medieval de Kiev si se ve obligada a reconocer Ucrania como un pueblo distinto al ruso.

Un claro reflejo de esta dinámica es la decisión de extender, en la lengua castellana, el uso del término “Kyiv” en ucraniano y no “Kiev”, en ruso. La victoria en el relato internacional permite a Ucrania erigirse como único heredero valido de su pasado, mientras arrebata una importantísima parte de la mitología fundacional nacional rusa, y es que esta guerra también tiene un importante frente identitario.

Celebraciones del Día de la Victoria en Donetsk, en la autoproclamada República Popular de Donetsk, 9 de mayo de 2016. Autor: Andrew Butko.

Cuando Putin niega la existencia del pueblo ucraniano no solo se trata de una burda excusa para un casus belli, intenta proteger la identidad rusa que le legítima para reclamar Kiev como patrimonio nacional ruso.

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