Medio de comunicación independiente

Por Yago Rodríguez

Dijo un político español hace unos años aquello de que los símbolos son dragones en política, y así es. El ser humano es uno de los escasos animales capaces de conferir valor y significado a cosas tan abstractas como el derecho, el poder o la religión.

Las teorías marxistas captan en buena medida esta idea a través de eso que llamamos el "constructivismo", esto es que la realidad es construida y construible entorno a percepciones no necesariamente ancladas en la realidad.

Como el ser humano altera su percepción a través de un filtro de ideas abstractas, las formas, el prestigio y la narrativa juegan un papel fundamental a la hora de esculpir la imagen que otros tienen de nosotros. Ni siquiera la Unión Europea se libra de esta realidad.

Por ejemplo, en los gestos y en la vestimenta se lanza un mensaje. Cuando Nicolás Maduro se ponía aquél chándal -por lo demás bastante hortera- con la bandera
de Venezuela lanzaba un mensaje de cercanía al venezolano medio, de igual manera que lo hacía José Mújica en Uruguay al usar un viejo coche y evitar usar un traje.

Cuando José Luis Rodríguez Zapatero no se puso en pie al paso de una unidad estadounidense durante el Desfile de las Fuerzas Armadas hizo un gesto
muy claro a Estados Unidos y a la intervención de Iraq. Durante las jornadas claves del Procés en Cataluña la bandera española nunca dejó de ondear en el Parlament, nadie se atrevió a descolgarla. Los símbolos y los gestos pesan.

En los últimos meses hemos asistido a dos sucesos vergonzosos como poco. Al Alto Representante de la Unión, Josep Borrell, se le hizo una encerrona en su viaje a Moscú en lo que podemos considerar una humillación.

Poco después el "matón del Mediterráneo" humilló a Ursula von Der Leyen, para más inri, en plena era del feminismo más activo en Europa.

La imagen de la vergüenza

El presidente del Consejo Europeo y Ursula no supieron ni que hacer cuando vieron que no había asiento para ella. No lo tenían claro y sus sentimientos
no debían ser de tanto desaire como para haberse levantado y dejar plantado a Erdogan.

Esta tibia reacción puede tener muchas explicaciones: el shock del momento, el sentido de Estado que obliga a contenerse a uno mismo, un reflejo de la indolencia europea...

Vivimos en un continente en el que la gente se ha vuelto descreída y piensa que la superficialidad y la imagen personal o los gestos son cosas inútiles y desfasadas. Cada vez hay menos formalismos, menos "usted", menos etiqueta para acudir a ciertas celebraciones... Los formalismos o los gestos que en el pasado fueron de cortesía o educación hoy se toman como viejas e incómodas rémoras de un mundo casposo con hedor a naftalina.

No sucede lo mismo en el resto del mundo, donde el respeto y los signos de cortesía o los gestos desconsiderados tienen el mismo efecto que un insulto o un halago en público.

Invitar a Erdogan a Bruselas y hacerle una jugarreta equiparable a la suya sería un ataque político directo y una humillación que provocaría un escándalo desde el Bósforo hasta la frontera con Iraq; no cabe ninguna duda de que soliviantaría a la opinión pública turca  y ni siquiera sería difícil imaginar cócteles molotov cayendo en ciertas embajadas occidentales.

Muy al contrario, esa misma humillación contra dos de los mayores líderes europeos solo parece haber servido para generar un puñado de "Trending Topics" sin consecuencias en el mundo real.

¿Sangre u horchata?

Cuando se consienten este tipo de humillaciones y no se les da respuesta se está permitiendo que un Estado cruce una línea roja más, que el gusano político europeo se perciba incluso más gusano, y que se fomente una perversa dinámica política interna por la que "humillar" a los representantes de la Unión es una forma de obtener apoyo electoral e inflamar el nacionalismo.

Quizás a los europeos nos falte seriedad, formalismo, etiqueta y sobre todo mala leche para devolver una por una las humillaciones, quizás nos falta comprender que las buenas intenciones y el poner constantemente la otra mejilla son recetas para el fracaso, y que es necesaria cierta dureza en las formas y en las acciones y que humillaciones así, incluso aunque sean en clave interna, deben tener una respuesta decidida.

La Unión tiene herramienta económicas, políticas y diplomáticas muy poderosas, sin embargo, la ausencia de voluntad política torpedea constantemente el potencial que tiene la UE como actor político.  

Solo queda una conclusión posible. Los gestos y las formas importan, así que las acciones mezquinas de Erdogan o de cualquier otro líder deben recibir un castigo ejemplar.

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