Unión Europea: Sin liderazgo
Preguntaba Henry Kissinger a quién había que llamar para hablar con Europa. La pregunta, ya célebre, mostraba la dura realidad de la política exterior europea. Y es que, sin una política exterior común y ausente de liderazgo, la UE no podía responder la llamada para usar su voz en los asuntos internacionales. Simplemente no había nadie que respondiera.
Han pasado más de cuarenta años desde la cita de Kissinger y la UE ha avanzado bastante en este aspecto. Cuando Kissinger mostraba sus dudas, ni siquiera existía la UE tal y como la conocemos hoy tras el tratado de Maastricht (1993) o la figura del Alto Representante (creada en 2009), pero lo cierto es que la UE sigue mostrando una grave falta de liderazgo en un contexto internacional cada vez más complejo.

La debilidad del eje francoalemán
Si tenemos que señalar a la persona que ha ejercido el liderazgo sobre la UE en los últimos tiempos esta es Ángela Merkel. La posición alemana como potencia económica europea y, por tanto, mayor capacidad para afrontar crisis como la de 2008, hicieron que el resto de Europa mirara hacia Berlín y Berlín, con titubeo y con cierto retraso, respondió dictando las líneas maestras de la política europea durante su mandato.
Sin embargo, el mandato de Ángela Merkel terminó y desde los sectores más europeístas la llegada de Scholz al poder se vio con esperanza. Confiaban en un nuevo estilo de liderazgo alemán con un enfoque proeuropeo y no tanto dependiente de los intereses nacionales como durante la etapa Merkel. Sin embargo, el nuevo primer ministro socialdemócrata no ha cumplido las expectativas.
Alemania se encuentra ausente de su posición de liderazgo volviendo a caer en sus errores del pasado. Desde Berlín siempre se ha hecho gala de un liderazgo reticente, saben que por su posición deben liderar, pero prefieren no hacerlo y se esfuerzan decididamente por evitarlo. El planteamiento alemán siempre es tratar de influir en un acuerdo que involucre varias partes más que en arrogarse una solución o política concreta. Scholz ha sido victima de este liderazgo reticente desde el principio de su mandato.
Lo cierto es que la posición de influencia alemana quedó muy pronto lastrada con el estallido de la guerra en Ucrania. La guerra hizo estallar las costuras de la política exterior alemana respecto a Rusia. La UE advirtió en numerosas ocasiones (especialmente a raíz de 2014) a Alemania sobre su dependencia energética de Rusia, Bruselas también se opuso a la construcción del Nord Stream, pero desde Berlín hicieron caso omiso.
Célebre es ya también el video de los representantes del gobierno alemán riéndose en Naciones Unidas ante las criticas de Trump por su dependencia de Rusia. Alemania priorizó sus intereses nacionales y subestimó gravemente la amenaza que suponía Putin.
Esta situación, la de un gobierno reticente a tomar decisiones y obligado a buscar el equilibrio entre las diferentes partes de su coalición unido a la perdida de credibilidad y la vulnerabilidad en la que la guerra de Ucrania ha dejado a Berlín, dificultan su posición de liderazgo. Tras la guerra, el punto central de la acción europea es el conflicto mismo y sus consecuencias y ahí, Alemania, con su dependencia energética de Moscú y su rechazo a escuchar durante años las advertencias al respecto, no tiene demasiada credibilidad para liderar la respuesta europea.
Con Berlín en horas bajas todos miran hacia París. Macron ha mostrado una gran voluntad proeuropea desde el principio de su mandato, convirtiendo a la Unión Europea en el centro de su política exterior. Macron sigue el planteamiento de muchos otros mandatarios franceses, expandir y consolidar el poder francés a través de la Unión Europea. Francia sabe que no puede ser un poder global por sí mismo, pero sí podría serlo bajo la UE.
Para ello sólo hay un camino, mayor integración, la UE tiene que ser más fuerte, estar más integrada, tener mayores competencias y mayor autonomía para hablar con voz propia en el escenario internacional, sólo así podrá ser tenida en cuenta la voz francesa. Macron es el gran valedor del concepto de autonomía estratégica que pretende una UE alejada tanto de la dependencia de Rusia y China como del seguidismo a Estados Unidos.

Si tenemos que nombrar al líder de la UE seguramente nombremos a Macron, pero lo cierto es que su posición de liderazgo se ha ido lastrando paulatinamente. La etapa final de Merkel coincidió con la llegada de Macron y esto se tomó como un momento de “pasar la antorcha”, el liderazgo europeo pasaba a Francia. Los primeros meses del gobierno de Scholz confirmaron esta nueva posición pero, de nuevo, la guerra de Ucrania comenzó a lastrar el liderazgo francés.
Al inicio del conflicto las llamadas francesas a la diplomacia se interpretaron como una señal de debilidad y complacencia por parte de muchos socios europeos, especialmente del Este. Interpretaban que era momento de castigar a Rusia por su agresión, no de lanzar llamadas a la negociación.
Además, aun aceptando que tarde o temprano se iba a negociar, el resultado de esas negociaciones iba a depender del campo de batalla, por lo que los esfuerzos deberían centrarse en armar a Ucrania y no hablar con Putin por el momento. El avance ruso y el descubrimiento de actos como el de Bucha terminaron por lastrar el posicionamiento francés.
Por otro lado, cuando estalló la guerra Francia estaba cerca de su proceso electoral y la atención de Paris estaba en sí misma. La política interna también ha jugado un factor pues, tras su reelección, el gobierno de Macron es más débil que antes y reformas como la de las pensiones y la forma elegida para su aprobación, sin pasar por el parlamento, han lastrado su influencia en Bruselas.
Por si fuera poco, la tendencia del presidente francés a lanzar propuestas y hacer declaraciones públicas sin consultar con el resto de estados Miembros no gusta ni en las capitales ni en Bruselas, lo que reduce la confianza en Francia. Prueba de esto es el discurso de Macron en su última visita a China proponiendo no distanciarse de China y reducir la dependencia europea no sólo de Pekín sino también de Washington.
La presidenta de la Comisión Úrsula Von der Leyen también viajó a China y sólo unos días antes de las palabras de Macron ofreció un discurso bastante duro con Pekín advirtiendo de los riesgos de China como potencia mundial que fue muy bien recibido en las capitales europeas. El contraste con Macron no podía ser más grande.
Terceros actores
Con el eje francoalemán en horas bajas se abre la posibilidad de que otros estados europeos ocupen ese vacío que dejan París y Berlín.
Algunas voces afirman que la guerra en Ucrania ha supuesto un gran refuerzo para los países de Europa del Este, especialmente Polonia, y que serán estos quienes lideren la UE del futuro. Estas voces desconocen profundamente el funcionamiento y dinámicas internas de la Unión Europea.
Es cierto que la imagen de Polonia se ha revalorizado significativamente con el conflicto, Polonia ha sido el país europeo que más tiempo lleva advirtiendo sobre los riesgos que supone Moscú para Europa y la realidad ha acabado dándole la razón. Polonia disfruta ahora de mayor autoridad y legitimidad en la Unión, pero esta autoridad es coyuntural y tendrá enormes dificultades para mantenerse en el tiempo.

La guerra ha reforzado el posicionamiento polaco respecto a Rusia y, en tanto que Rusia es ahora el centro de la acción exterior de la UE, la autoridad de Varsovia aumenta. Fuera de la guerra, Polonia sigue tan cuestionada como antes.
La influencia de Polonia en el resto de los debates europeos como las reglas fiscales, la transición verde, la unión bancaria o, en general, el debate de integración europeo es muy limitada. Además, continúa en conflicto abierto con la Comisión con respecto al estado derecho. La situación actual ha supuesto un enfriamiento de este choque ya que a ninguna de las dos partes les interesa ahondar en sus discrepancias en un momento en el que se necesita unidad, pero el conflicto persiste.
Polonia incumple sistemáticamente los valores europeos y sus posiciones, probablemente con excepción de Hungría, no encuentran eco entre el resto de los estados miembros. Además, ocurre una paradoja con Varsovia, al mismo tiempo que su posición respecto a Rusia ha salido muy reforzada porque se ha demostrado cierta, su posición respecto a la UE ha quedado enormemente dañada, Polonia propone mayor soberanía nacional y menos Unión, algo que ha saltado por los aires con la invasión y el advenimiento de un mundo multipolar cada vez más inestable e inseguro que hace obligatora mayor integración si los países europeos quieren influir en el mundo.
El caso de España es similar al de Polonia. Aunque la influencia de España en Bruselas venía creciendo a raíz de la pandemia es la guerra, para un país que apuesta decididamente por la renovables y no depende de Rusia, la que ha reforzado sus posturas. España goza, probablemente, de mayor poder e influencia que nunca en Bruselas. Esto ha provocado que, tanto Francia como Alemania, por separado, busquen a Madrid para reforzar su liderazgo.
España con su europeísmo y su creciente influencia puede ser un actor muy constructivo y jugar un papel importante en Bruselas en el futuro venidero, pero lo cierto es que por si sola no tiene autoridad suficiente como para marcar las líneas maestras de la política europea más allá de actos concretos. El papel de España es más el de aliado primordial, influyente y necesario que el de liderazgo europeo.
Por último, en Italia el gobierno de Meloni, con su euroescepticismo y sus frías relaciones con los otros tres poderes de la UE (Alemania, Francia y España) hacen muy dificil catapultar a Roma a una posición de liderazgo. Además, su necesidad de fondos europeos ha hecho que tenga que cumplir con muchas medidas que Meloni criticó cuando estaba en la oposición, por lo que el debate sobre Europa interesa que siga en un segundo plano para resaltar esta contradicción.
Hemos hablado de liderazgo europeo, pero no de instituciones europeas, de estados miembros y no de la Unión, y conviene una apreciación al respecto. Si tanto la pandemia como la guerra han reforzado el liderazgo de alguien ese es el de Úrsula Von der Leyen, su figura se ha crecido ante la adversidad y ha sabido mostrar su liderazgo en las difíciles situaciones que la ha tocado vivir como presidenta de la Comisión, opacando completamente al presidente del Consejo Charles Michel.
¿Por qué no puede ser ella la líder que la UE necesita? Sería lo más lógico que la presidenta de la Comisión Europea asumiera el liderazgo de Europa y en cierto sentido y situaciones ya lo ha hecho. Pero los limites de este liderazgo son claros, las competencias. Las competencias de la UE en política exterior siguen siendo pequeñas y las decisiones de la Comisión seguirán dependiendo de los estados miembros. Hasta que no se consiga mayor integración las instituciones europeas seguirán teniendo un papel subordinado a los estados miembros en su acción exterior.

Europa se encuentra ante un momento decisivo en un contexto internacional complicado y convulso y afronta este periodo sin liderazgo alguno. La falta de credibilidad tanto de Alemania como de Francia y la ausencia de alternativas realistas han dejado a Europa huérfana de un liderazgo más que necesario en la situación actual. De momento, no parece que esta ausencia haya lastrado el poder europeo, veremos si la UE consigue mantener en el tiempo su influencia global sin que nadie que coja el teléfono.