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EEUU en su primer siglo y medio de vida construyó su identidad nacional alrededor de la idea de que América era un país puro, una meca de la libertad que debía ser protegida de todo agente externo, especialmente europeo, que podría corromperla. Por ello, durante todo el siglo XIX y el primer tercio del XX, los EEUU fueron un país aislacionista. Todo ello fue posible porque la comunidad política norteamericana, el núcleo de ciudadanos, estaba formado por una capa socioeconómica homogénea de europeos emigrados que aceptaban entre ellos un nuevo comienzo alejado de la corrupción moral europea.

Huelga decir que ni las comunidades indígenas ni los esclavos o exesclavos africanos formaban parte de esta comunidad política estadounidense. Y ni siquiera así, los Estados Unidos logró escapar de una guerra civil entre propuestas de organización del Estado antagónicas.

¡Fuera! La Doctrina Monroe debe ser respetada - Caricatura política de Gillam de 1896 en la que el Tío Sam se encuentra con un rifle entre las figuras europeas escandalosamente vestidas y los representantes de Nicaragua y Venezuela vestidos con trajes nativos. Biblioteca del Congreso. – Wikimedia Commons

Después de 1945, el país americano cambió completamente su aproximación al mundo. Tras hacerse patente en Pearl Harbour que aislarse del resto del planeta no garantiza una convivencia pacífica con él, Washington entonces dio un vuelco a su doctrina. Si no podían mantener al país de la libertad asilado de las tiranías, liberarían al mundo de estas.

La cosmovisión universalista liberal ejercida por los Estados Unidos desde el final de la Segunda Guerra Mundial no se ha limitado a ser únicamente la doctrina elegida para su política exterior. Se convirtió, como antaño fue el liberalismo aislacionista, en la primera y única fuente de la identidad nacional norteamericana. Estados Unidos no solo seguía siendo el faro de la libertad, son que ahora tenía la tarea mesiánica de liberar a otros países de la tiranía. Puertas a dentro, esto se traducía en que toda comunidad, incluso aquellas que no eran descendientes de migrantes europeos, podían articularse en este proyecto nacional.

Todo miembro de la comunidad política norteamericana que apoyara la democracia y la libertad del mundo era un buen ciudadano como cualquier otro. En consecuencia, el ejército, la herramienta principal para defender esas libertades y cumplir con sus objetivos universalistas, se convertirá también en un elemento central de la vida civil norteamericana, a un nivel sin parangón en las democracias liberales occidentales. Tras la guerra, el primer presidente de los EEUU no podía ser otro que el hombre a cargo de liberar Europa de la tiranía. La experiencia militar en la Casa Blanca seria siempre muy bien valorada por su pueblo.

Ante este marco, la integración de comunidades antes excluidas de la vida política ciudadana, como la afroamericana, la de los nativos americanos y la creciente comunidad de latinos, sería llevada a cabo de forma relativamente sencilla y orgánica. Norteamericano era aquel que defendía el orden liberal internacional.

Porcentaje de autoidentificados liberales en los Estados Unidos, desglosados ​​por estado, según Gallup, agosto de 2010.
Porcentaje de liberales autoidentificados en los Estados Unidos, desglosado por estado, según Gallup, 2018 (publicado en febrero de 2019).

Sin embargo, el orden liberal internacional se viene abajo poco a poco. El auge de ideologías iliberales tiene lugar no solo en el resto de las democracias occidentales, sino también en los EEUU.

A escala sistémica, Norteamérica demuestra que ya no tiene el poder suficiente para mantener su hegemonía como única superpotencia. Cruzadas lejanas deben abandonarse, como la de Afganistán.

Asimismo, aprovechando el momento, Rusia lanza en Europa una revisión del sistema de seguridad post-Guerra Fría a gran escala, sabedora de que Washington ya no puede sostener según qué frentes. China, otro rival sistémico, desafía a los EEUU en su flanco de mayor relevancia, el Pacífico. Todo ello entre la confusión de los estrategas del pentágono que creían que China se convertiría por gracia divina del mercado y la clase media, en una democracia liberal.

El liberalismo esta en retroceso, no solo fáctico, sino también ideológico. Ya no vende bien. Demasiadas meteduras de pata y demasiadas crisis económicas han convertido la propuesta liberal en algo que simplemente no motiva a muchos ciudadanos occidentales. Y esto también es así en los propios EEUU. El problema para Washington, además, toca de lleno la identidad nacional del país. Si el liberalismo ya no ejerce el atractivo suficiente para unir a la población del Estado, otras ideas deben llenar el hueco.

"La nación húngara no es una simple suma de individuos, sino una comunidad que necesita organizarse, fortalecerse y desarrollarse, y en este sentido, el nuevo Estado que estamos construyendo es uno iliberal, un Estado no liberal. No niega los valores fundacionales del liberalismo, como la libertad, etc. Pero no hace de esta ideología un elemento central de la organización del Estado, sino que aplica en su lugar un enfoque específico, nacional, particular". Viktor Orbón tras ganar las elecciones en 2014. Autor: Elekes Andor

Sin embargo, el liberalismo, por definición, tenía la capacidad de unir en el mismo barco ideológico a comunidades tan dispares y con niveles socioeconómicos tan divergentes como aquellas que habitan en Norteamérica. Ahora, esto se ha terminado. Propuestas iliberales surgen como sustituto identitario, reaccionario y neoaislacionista. Sin embargo, estas propuestas solo sirven para los ciudadanos originales de los EEUU: los descendientes de migrantes europeos, que ocupan el estrato socioeconómico más elevado y las magistraturas de poder de la nación en su inmensa mayoría.

Esto abre los ojos a las comunidades históricamente marginadas en la sociedad americana. Y es que los afroamericanos, los indígenas y los latinos, lo único que tenían en común para formar parte de la comunidad nacional era el liberalismo mesiánico compartido por todos los miembros. Ahora, a medida que éste se derrumba, la diversa comunidad política norteamericana se fragmenta ante la flagrante diferencia material de unas comunidades a otras.

El movimiento de Black Live Matters responde a esta nueva realidad. La comunidad afroamericana entiende ahora que el liberalismo es rechazado por un creciente porcentaje del pueblo norteamericano, ellos ocupan un lugar de menor prestigio en la nación, a pesar de llevar en ella tanto tiempo como las comunidades blancas. El mero hecho de referimos a las comunidades negras de americanos como afroamericanos, ya los convierte en algo distinto de los americanos. Concretamente en medio africanos.

Un caso parecido presta a los latinos, que en calidad de migrantes que se cuentan por millones desafían el carácter europeo hegemónico de la nación, particularmente en el sur donde, de hecho, podrían crear comunidades nacionales hibridas que terminarán por sentir poco o ningún vínculo con las dinámicas federales de la costa este. Este caso es especialmente peligroso para la integridad territorial norteamericana porque estas comunidades podrían eventualmente reclamar territoritos históricos que fueron en algún punto estados independientes, como Texas, con una identidad y tradiciones únicas a caballo entre México y EEUU.

Alrededor de 100 manifestantes bloquean la línea de tren ligero en St. Paul, para protestar por el trato de Marcus Abrams por parte de la policía de St. Paul. Autor: Azul de Fibonacci

Si la elite blanca que descendiente de europeos apuesta por iniciativas iliberales, como sustituto necesario de la identidad nacional norteamericana, estará expulsando de la comunidad nacional a aquellas poblaciones que necesitan de una ideológica inclusiva y universalista para forma parte de la nación. Así, estas comunidades entenderán forzosamente que ya no forman parte de la nación, y sus realidades materiales objetivamente discriminadas y desiguales se convertirán o, se están convirtiendo, en la punta de lanza de movimientos de emancipación.

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