Visegrado se rompe
El Grupo de Visegrado formado por República Checa, Eslovaquia, Polonia y Hungría ha actuado en los últimos años como un freno a la integración europea apoyado por la visión euroescéptica de sus miembros. Sin embargo, los tiempos han cambiado y el grupo ha empezado a quebrarse poniendo en cuestión su futuro como unidad política rival de Bruselas.

Nuevos y viejos problemas
El grupo de Visegrado surgió en 1991 como plataforma de cooperación para que los países miembros hicieran frente a las oportunidades y retos que suponía integrarse en el bloque occidental tras la caída del comunismo. El objetivo inicial del grupo era impulsar conjuntamente el acercamiento a occidente y el ingreso en sus instituciones (OTAN y UE), centrándose especialmente en la cooperación económica.
A partir de aquí las distintas dinámicas históricas y políticas fueron permeando el grupo y transformándolo en función de la voluntad política de sus miembros, hasta convertirse en la fuerza euroescéptica más relevante de la Unión Europea.
Aunque a veces se trate como tal, Visegrado siempre estuvo lejos de ser un bloque monolítico. Los países que lo conforman tenían que hacer frente a sus propias dinámicas e intereses, ya que el grupo solo representaba una plataforma para cooperar y defender sus objetivos conjuntamente cuando estos convergían.
Su conversión en una fuerza euroescéptica responde precisamente a esto, a un momento histórico en el coinciden en los cuatros gobiernos de Visegrado fuerzas críticas con la actuación, valores e instituciones de la UE, y es precisamente la misma razón (el ciclo político provocó que los intereses dentro del grupo dejaran de converger) la que ha provocado el fin de ese Visegrado euroescéptico.

Los problemas comenzaron en Eslovaquia, las nuevas elecciones y los cambios políticos en el país provocaron el nacimiento de un nuevo gobierno que suponía una ruptura con la administración anterior y que proponía un giro a Occidente y una actitud proeuropea.
Sin embargo, aunque la unanimidad en Visegrado se había roto oficialmente, poco podía hacer Eslovaquia por si sola para cambiar el rumbo del grupo y continuó imponiéndose la visión euroescéptica de los otros tres, pero esta situación duraría poco.
En 2021 las ventanas del cambio político se abrieron también en República Checa y las nuevas elecciones trajeron un nuevo gobierno de coalición que, aunque con diferentes posiciones respecto a la integración europea, suponía un claro corte con el euroescepticismo del pasado y mostraba una fuerte voluntad de acercamiento a Bruselas. Tanto es así que poco después de las elecciones checas un ministro eslovaco afirmó que más que V4 nos encaminábamos hacía un V2+2 con Hungría y Polonia por un lado y Eslovaquia y Republica Checa por otro.
A partir de aquí ya podemos hablar de la ruptura del Visegrado euroescéptico, aunque la crisis provocada por la pandemia hace que sus diferencias pasen a un segundo plano y no ocupen la atención de los medios. Además, los dos actores más relevantes del grupo, Polonia y Hungría, continuaban comprometidos con su alianza y siendo la mayor fuerza disruptiva dentro de la UE, pero eso también comenzaría a cambiar.

Ucrania o el punto de no retorno
Las desavenencias entre Polonia y Hungría no son nuevas y menos en política exterior, Polonia siempre ha mostrado una voluntad marcadamente atlantista mientras que Orbán busca construir un modelo alternativo frente a lo que considera cómo la decadencia de occidente. Sin embargo, su unión respecto a otros asuntos (principalmente su posición contestataria frente a la Unión Europea) habían permitido que estos desacuerdos pasaran a un segundo plano y pudieran colaborar a pesar de ellos.
Con la invasión de Ucrania la situación cambia, la posición de los actores políticos en Europa respecto a Rusia pasa a un primer plano y la amistad de Moscú con Budapest ya no puede pasar desapercibida para Varsovia. Orbán continúa manteniendo estrechas relaciones con Moscú y, a pesar de condenar la invasión, firma acuerdos gasísticos con el Kremlin en pleno conflicto, torpedea la imposición de sanciones y critica públicamente a Ucrania.
En estos términos la alianza con Polonia es insostenible para una Varsovia para la que la oposición a Rusia supone el núcleo de su política exterior, ya que es uno de los países que más claramente está apoyando a Ucrania.
La tensión entre Polonia y Hungría provocó la cancelación de la reunión de los ministros de defensa de Visegrado después de que los representantes de Polonia y República Checa se negaran a asistir en protesta por la actitud de Orbán respecto a la guerra, pausando así de manera oficial la cooperación entre los miembros del grupo.
#Ucrania acusa a Hungría de ayudar a #Putin y de incitar a Rusia a cometer nuevos crímenes en la guerra
— DW Español (@dw_espanol) April 7, 2022
Primer ministro húngaro #VíktorOrbán no aplicará sanciones a la energía rusa, contradiciendo la postura de la Comisión Europea y rompiendo la unidad del bloque comunitario/cc pic.twitter.com/sf9z7evwLl
Para ambos países la alianza con el otro es fundamental especialmente en el contexto europeo, dónde vetan mutuamente la activación del artículo 7 que podría suponer la retirada del derecho de voto en el Consejo. Aun así, las posiciones son tan distintas que no pueden seguir ignorándose y Polonia reconoce abiertamente que sus caminos se han separado.
La ruptura con Polonia sella el aislamiento de Orbán, al que no le quedan amigos dentro de la Unión (Su principal aliado, Janet Jansa, también fue derrotado en las elecciones en Eslovenia y el nuevo gobierno es proeuropeo) y la situación con los fondos europeo añade aún más presión a su posición.
Bruselas no es ajena a este distanciamiento y está tratando de acercarse a Polonia para alcanzar los compromisos necesarios respecto al estado de derecho, pudiendo desbloquear de esta manera los fondos europeos de los que depende Varsovia, mientras que los de Hungría continúan retenidos, siendo previsible que está situación se mantenga en el futuro.
La situación actual de Visegrado no implica que el grupo vaya a dejar de existir, ni siquiera que termine la cooperación entre los cuatro países que lo conforman, pero las circunstancias han cambiado dramáticamente. La confluencia de una visión determinada de la UE en los cuatro gobiernos de Visegrado permitió convertir a un grupo que se centraba en la cooperación económica y la búsqueda de oportunidades conjuntas, en una fuerza euroescéptica. Esa confluencia ya no existe y los tiempos de Visegrado como antítesis de Bruselas han terminado.
Bruselas desbloquea los fondos europeos de Polonia tras meses de discrepanciashttps://t.co/hoKQXLP4Gb
— RTVE Noticias (@rtvenoticias) June 1, 2022
Visegrado continuará existiendo y la situación actual puede ser una oportunidad para buscar una vuelta a los orígenes y devolver al grupo a sus raíces de cooperación económica, dejando a un lado los temas de política exterior, donde la cooperación ya es insostenible.
La ruptura de este modelo de Visegrado supone la pérdida de un gran rival para Bruselas. Sin embargo, esto no implica que la oposición a la integración haya desaparecido, simplemente adoptará otras formas. Orbán, aunque aislado, continua con su oposición a Bruselas y Washington, y mientras siga existiendo la unanimidad podrá jugar la carta del veto para lastrar el proceso de toma de decisiones europeo.
Polonia, por su parte, tampoco ha cambiado su oposición a la integración europea y, aunque sus intereses y los europeos con respecto a la guerra en Ucrania convergen, la disputa por el estado de derecho con Bruselas, a pesar de los acercamientos, continúa abierta.
El fin del Visegrado euroescéptico supone una buena noticia para la UE, pero no implica el fin de los problemas. La UE es un actor dinámico que va transformándose a lo largo del tiempo al igual que sus enemigos. Visegrado cambiará profundamente pero el camino a la integración continuará lleno de obstáculos.