Vladimir Putin y el resurgir de Rusia
Por Iván López Miralles.
“Rusia es un país con más de mil años de historia y casi siempre ha aprovechado el privilegio de llevar a cabo una política exterior independiente. No vamos a cambiar esta tradición hoy en día".
Esta cita fue pronunciada por Vladimir Putin en la insigne Conferencia de Seguridad de Munich en el año 2007. Este sonado discurso supuso un punto de inflexión en la orientación de la política exterior rusa. Con su rechazo al unipolarismo estadounidense, al carácter provocativo de la OTAN y al uso unilateral de la fuerza, Vladimir Putin postulaba a su país como un firme candidato al cada vez más tangible mundo multipolar que se abre camino a pasos agigantados. Pero, ¿cuál es realmente la estrategia de Vladimir Putin? ¿Es Rusia una superpotencia? ¿Está preparada para marcar su propia agenda en el orden internacional?

El colapso de un gigante
En diciembre de 1991 colapsa la Unión Soviética. Durante buena parte del siglo XX se había postulado como un firme candidato al liderazgo mundial. Una era marcada por la confrontación bipolar con Estados Unidos, que veía en la doctrina comunista de gobierno de partido único y control estatal de la economía una posible amenaza para las democracias occidentales de libre mercado. Dos esferas de influencia de corte militar mantenían el equilibrio de poder. La OTAN y la alianza militar del Pacto de Varsovia se vieron envueltos en una carrera armamentística en la pugna por el statu quo.
El estancamiento económico, las presiones internas y un sistema rígido cada vez más desconectado de la realidad de la sociedad civil aceleraron la caída del bloque soviético. Ante un panorama asolado por la incertidumbre, Boris Yeltsin con la ayuda estadounidense, así como de los organismos económicos internacionales como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial, aplicaron la conocida terapia de choque. Bajo un contexto incierto, de alarma, colapso económico, inflación y tormenta política se emprendió una estrategia de privatización de empresas estatales, donde a cada una se le asignaba una cierta cantidad de cupones que luego la población podría adquirir.

El renacimiento soviético
La llegada al poder de Vladimir Putin supone el principio del “reinicio ruso”. En una primera etapa concentra sus esfuerzos en retomar el poder evitando las derivas separatistas que llevan a oligarcas rusos a enriquecerse mediante la ampliación de las brechas de desigualdad y reconcentra el poder en el Kremlin. A partir de 2005, Putin consigue detener la caída al abismo de Rusia aprovechando el impulso de la subida de los precios del petróleo y centrando su discurso en la política doméstica, conectando con la sociedad civil a través del refuerzo de la seguridad y la estabilidad.
El enfoque teórico de su política exterior podríamos encuadrarlo en una mezcla de legado soviético, tradiciones de la diplomacia rusa y la aparición de nuevos enfoques. Se cambia el dogma por un análisis coste-beneficio y se consolida el nacionalismo pragmático bajo los ideales del realismo y el interés nacional con el resurgimiento del fundamentalismo antioccidental. Asimismo, también podemos encontrar rasgos identitarios con épocas pasadas; en este sentido se buscan políticas de equilibrio de poder, así como la salvaguarda de la seguridad nacional, el bienestar económico y aumento del prestigio nacional.
Bajo estos preceptos ideológicos, Rusia encuentra en la explotación de su riqueza energética un arma estratégica. Los periodos al alza de los precios del petróleo han facilitado a Rusia cuadrar sus cuentas, financiar programas de rearme y la modernización de sus armas nucleares y convencionales, así como atender a las necesidades de la sociedad y mantener de esta manera una cierta paz social con la que obtener la confianza de sus ciudadanos. Al mismo tiempo, le ha permitido enviar mensajes de presión a la Unión Europea y “castigar” en cierta medida a algunos de sus vecinos con el objetivo de crear situaciones de dependencia con Moscú.

Una nueva política exterior, de seguridad y de defensa
El resurgimiento ruso vendrá marcado por la asertividad y la dureza de Vladimir Putin en su estrategia de política exterior, de seguridad y de defensa. Putin recibe un país financieramente en bancarrota, con un fuerte desgaste interno derivado de la guerra chechena y con una política exterior basada en alianzas tradicionales.
Un aspecto importante que permite entender la transición de la estrategia exterior rusa hasta la actualidad, reside en los acontecimientos posteriores a los atentados del 11 de Septiembre. En poco tiempo, Putin ve cómo Estados Unidos emprende campañas de intervención en Afganistán, invade Irak, aumenta su espacio de influencia en Asia Central, así como el asentamiento de bases militares en las repúblicas exsoviéticas de Uzbekistán, Tayikistán y Kirguistán en el marco de la guerra contra Al Qaeda. Para sorpresa de muchos, Putin vio una oportunidad para alinearse con Washington y poder hacer frente a los combatientes chechenos en Afganistán sin ningún tipo de cuestionamiento externo. Esta ayuda rusa vendría supeditada a la adhesión a la OMC, concesiones en el Tratado de Misiles Antibalísticos y a las iniciativas de ampliación de la OTAN.
Sin embargo, las posteriores decisiones unilaterales de Washington y el apoyo conjunto con la Unión Europea a los países de su tradicional zona de influencia en el Báltico, Asia Central, el Cáucaso y Ucrania suponía para Moscú una privación de sus amortiguadores fronterizos. Con la nueva ampliación de la OTAN en el año 2004, Moscú declararía a la organización militar como un enemigo potencial y abriría en 2007 el llamado “Período de enfriamiento”.
El “near abroad”
Una de las principales reglas de la geopolítica es que todo vacío de poder va a ser inmediatamente ocupado hasta el límite de sus capacidades. La razón de ser de la nueva política exterior rusa es inherente a la clásica disputa de equilibrio de poder con la OTAN. Cuando implosiona la Unión Soviética, la organización del Atlántico Norte se encontraba lejos de las fronteras del territorio ruso.
En el momento que Rusia vuelve a los mercados internacionales de la mano de su riqueza petrolífera y gasística, la OTAN ha ido cubriendo ese vacío de manera que muchos países de Europa Central y Oriental han buscado la cobertura de la organización militar de EEUU y eso ha permitido a la alianza atlántica situarse en las inmediaciones de la Federación Rusa. Desde el punto de vista de Moscú y como base sustancial del discurso de Putin en Munich, esto es visto como un intento de limitar las capacidades de Rusia para convertirse en una potencia global.

Por ejemplo, en el caso de Georgia, una población que intenta desprenderse de los valores de la ocupación soviética para abrir paso a una occidentalización, en 2008 fue el centro del foco internacional tras el estallido de la guerra con Rusia. Los análisis sobre quien inició la contienda prevalecen ambiguamente a día de hoy.
Un informe de la Unión Europea en 2009 señalaba a Georgia como disparador del conflicto tras el ataque a las fuerzas de pacificación rusas que estaban en la zona bajo una misión de la OSCE. Asimismo, Luke Baker señala que la guerra resultó de un error de cálculo del presidente georgiano. Sin embargo, ya en 1922 Iósif Stalin había convertido a Osetia del Sur en región autónoma de la República Socialista Soviética de Georgia, añadiéndole la llanura adyacente y la ciudad de Tsjinvali, habitada principalmente por georgianos.
Georgia se presentaba como el primer conflicto en el que Rusia podría demostrar sus capacidades militares. El control en facto de los territorios de Osetia del Sur y Absajia marcaba el inicio de una sintomatología que se vería trasladada a una política exterior más agresiva con el control de Transnitriaen Moldavia y la anexión de Crimea en el año 2014.
La contextualización al conflicto con Ucrania se remonta al estallido de las movilizaciones ciudadanas "Euromaidan” después de que el presidente ucraniano rechazase la firma de un acuerdo de asociación con la Unión Europea. Rusia ve a Ucrania como parte de su esfera de influencia y una aproximación a occidente resultaba un aspecto inaceptable para el Kremlin. En primer lugar hay que tener en cuenta que históricamente hay una simbología identitaria común de ese territorio con el alma del pueblo ruso. Además, durante muchos años Ucrania ha sido una de las principales vías para llegar a los mercados de Europa occidental, ya sea a través del Nordstream, un gasoducto submarino que trae directamente el gas de territorio ruso a Alemania, o Turquía y Bulgaria como puerta de acceso a los mercados occidentales.

Desde un punto de vista orográfico, Ucrania es una planicie que desde la óptica militar es muy difícil de defender, con lo que una anexión a la OTAN significaría un problema de seguridad para Moscú. Finalmente, como bien sabemos, en la península de Crimea Rusia tiene la base principal de la flota del mar negro, por lo que si Ucrania cayese en manos de la OTAN esto cuestionaría la presencia de la armada rusa no solo en el mar negro sino en todo el mar mediterráneo. Este cuartel general es un pilar fundamental para la presencia de un aspirante a ser una potencia global.
El éxito en Crimea y la facilidad en su movilización, envalentonaron a Rusia para probar suerte en el Este de Ucrania. Apoyándose en aliados locales, Moscú puso en marcha en las zonas orientales de Ucrania (lo que se denomina Donbass) una zona de amortiguación que engloba las zonas de Donetsk y Lugansk, las dos provincias orientales con frontera directa con Rusia. Bajo una modalidad de guerra simétrica y regular, Rusia movilizaría los llamados “hombrecitos de verde” en un intento de disfrazar a las tropas con lazos alrededor de las extremidades.
Hasta el día de hoy, Rusia ha jugado con la incertidumbre. Los últimos acontecimientos que aventuraban los analistas sobre una invasión a Ucrania, una anexión del Donbass y Bielorrusia, una ley marcial etc. han quedado en nada. Bajo una estrategia asertiva de seguridad nacional, el Kremlin ha llevado a cabo una política de demostración de capacidades con el objetivo de estar presente en la opinión pública y reforzar su prestigio interno al mismo tiempo que consolida su posición como potencia capaz de marcar la agenda internacional, condición inherente para jugar en la misma mesa que las potencias hegemónicas.
La geopolítica rusa
Desde un punto de vista geopolítico, Rusia podría vivir tranquila en el ámbito internacional si aceptara un papel secundario en el juego. Rusia es un actor fundamentalmente terrestre con una zona de amortiguadores defensivos bien cubierta. Pero, si por el contrario hay una aspiración de convertirse en una potencia global, el componente naval surge como un imperativo para Moscú. La crisis climática y el deshielo del ártico pueden abrir nuevas posibilidades a Rusia para estar más presente en los mares y océanos, por lo que una intensificación de las rutas comerciales por el ártico sería un balón de oxígeno para Moscú. Una variable a tener en cuenta a largo plazo.

Por su parte, en el conflicto del Nagorno-Karabag, Rusia ha mostrado por primera vez las credenciales inherentes a toda potencia global, la capacidad de mantener el equilibrio de poder entre adversarios. Armenia es un aliado estratégico en el ámbito militar y, por otro lado, Azerbayán es un socio importante en el suministro de armamento. Rusia, que no reconoce el Nagorno-Karabaj, ha desempeñado el papel de gendarme regional con el fin de hibernar la situación que pueda evitar una escalada de tensión que ponga en peligro una zona geoeconómicamente tan importante como es el Cáucaso.
Otro de los puntos geopolíticos clave de la estrategia rusa ha sido su desempeño en Siria. En este caso, Moscú ha buscado defender sus propios intereses. Tartús, una base naval situada en la costa mediterránea siria ubicada en Latakia, es un punto neurálgico clave para Rusia como apoyo a la flota del Mar Negro con el fin de no depender únicamente de Sebastopol. Desde septiembre de 2015, la intensificación del conflicto sirio le ha permitido aumentar cada vez más su presencia militar terrestre y naval.
La implicación rusa en el conflicto sirio es por lo tanto instrumental en una doble dirección: por una parte le permite mantener empantanado a Estados Unidos y a otros ejércitos occidentales y al mismo tiempo le permite tener mayores facilidades para los movimientos de su armada de guerra.
Conclusión
Desde la llegada al poder de Vladimir Putin, la política exterior rusa ha estado supeditada a la externalización e influencia internacional de la agenda política del Kremlin. La utilización de su riqueza petrolífera y gasística como arma estratégica le ha permitido ganar un mayor peso en el espectro mundial. Si bien todavía su categorización como potencia mundial está en cuestión, Putin ha reanimado un país que se encontraba en el abismo.

Referencias
LUCAN A. WAY. “The limits of autocracy promotion: The case of Russia in the ‘near abroad’. European Journal of Political Research 54: 691–706, 2015.
NÚÑEZ VILLAVERDE, Jesús A. y CARRASCO, Mayte. Política Exterior y de Seguridad de Rusia: ida y vuelta a la escena mundial.
Giuliano Bifolchi. Geopolítica del caucaso del norte en clave rusa. Revista de Didácticas Específicas, nº19, PP. 112-119.