Vuelta al pasado: La historia de Quincy Adams
Por Miguel Otero
Muchas personas conocen, aunque solo sea de oídas, quién fue John Adams, Padre Fundador de los Estados Unidos que ejerció como primer vicepresidente del país durante el mandato de George Washington (1789-1797) y posteriormente como segundo presidente (1797-1801), además de desempeñarse previamente como abogado y diplomático. Sin embargo, mucho menos conocida es la figura de uno de sus hijos, John Quincy Adams, que también logró hacerse un hueco en la historia americana.
John Quincy Adams nació en 1767 en la actual ciudad de Braintree, Massachusetts y fue un político y diplomático que llegaría a convertirse en el sexto presidente de los Estados Unidos, originando la coincidencia de que un presidente fuera hijo de otro presidente, una situación que se repetiría casi dos siglos después con los Bush.

A pesar de haber sido presidente, Quincy Adams destacó principalmente en el ámbito de la diplomacia y el manejo de las relaciones internacionales del país. Sus inicios en esta disciplina tuvieron lugar desde una edad muy temprana, pues a partir de los 11 años acompañó a su padre durante sus estancias como embajador en Francia y Países Bajos, haciendo posteriormente de secretario personal del embajador americano en Rusia, Francis Dana, en una misión diplomática que fracasó al no llegar a obtener este el reconocimiento oficial por parte de la emperatriz Catalina II. Antes de regresar a Estados Unidos en 1785 para completar sus estudios en Harvard, Adams, también pasó por otros países europeos como Suecia, Finlandia, Dinamarca o Gran Bretaña. Durante aquellos años en el extranjero logró dominar el francés y el holandés, a la par que estudió Derecho, latín y griego.
Tras graduarse en Harvard y ejercer durante algunos años la abogacía, en 1794 fue designado por el presidente Washington como embajador de EEUU en los Países Bajos, comenzando así su carrera como diplomático. En los tres años que ocupó este puesto, Adams abogó por la neutralidad estadounidense en las Guerras Revolucionarias Francesas, ya que consideraba que el país se beneficiaría económicamente manteniéndose al margen del conflicto.
Asimismo, apoyó la firma del “Tratado de Jay” con Gran Bretaña, destinado a resolver las diferencias surgidas entre ambos países como resultado de la guerra de Independencia. En 1796 Washington lo nombró embajador en Portugal, pero tras convertirse su padre en presidente como resultado de las elecciones de dicho año, finalmente fue destinado por este como embajador en Prusia. Como logro significativo de Quincy Adams en esta etapa destaca la negociación de un acuerdo comercial entre Prusia y EEUU, además de su papel como asesor del presidente en asuntos relacionados con Europa.
En las elecciones de 1800 John Adams perdió la reelección frente a Thomas Jefferson, lo que supuso que ambos Adams abandonaran sus respectivos puestos a comienzos del año siguiente. Después de esto, en 1803 Quincy Adams fue elegido senador por Massachusetts, posición que ocuparía hasta dejar el puesto en 1808. Ese mismo año fue propuesto por el nuevo presidente Madison para ser el embajador americano en Rusia, convirtiéndose así en el primer embajador oficial de EEUU en el país tras el “fracaso” de Francis Dana casi 30 años antes, misión en la que, como ya hemos comentado, el propio Adams participó.

Adams acababa de abandonar el Partido Federalista, opuesto ideológicamente al Partido Demócrata-Republicano de Madison, pero su vasta experiencia en la diplomacia europea y su apoyo como senador a la política exterior del presidente Jefferson; también demócrata-republicano, le sirvieron para obtener la confianza de la nueva administración. En sus cinco años como embajador en la tierra de los zares, nuestro protagonista mantuvo una muy buena relación con el ministro de Exteriores ruso y con el Zar Alejandro I.
Se posicionó a favor de la neutralidad americana en el contexto de las guerras napoleónicas y en 1812 vivió desde su cargo la invasión de Rusia gestada por Napoleón, que finalizaría con derrota del francés. Ese año se inició la guerra de 1812 entre EEUU y el Reino Unido, cuyo acuerdo de paz firmado en 1814, el Tratado de Gante, fue negociado por la parte estadounidense mediante una delegación encabezada por Adams.
Como dato curioso, mientras estuvo en San Petersburgo junto a su familia, experimentó en primera persona el opulento estilo de vida de la familia real rusa y toda la aristocracia y élite del país, algo que irritó a un Adams que tenía una idea distinta de lo que era la vida diplomática y que plasmó en la correspondencia mantenida con su madre Abigail, como se observa en este fragmento de una carta de junio de 1816: “Una Misión Estadounidense en el exterior es una lección perpetua de humildad; por no decir de humillación. Fija a un hombre en la condición de parásito; y luego le dice que mantenga el respeto por sí mismo y la Consideración por su país”. Por último, entre 1815 y 1817 realizó en Reino Unido el que sería su último trabajo como embajador antes de dar su gran salto en la política nacional estadounidense.
La llegada al poder de James Monroe en 1817 dio lugar a un merecido ascenso para John Quincy Adams, pues entró a formar parte del gabinete presidencial como secretario de Estado (equivalente al ministro de Exteriores de otros países), convirtiéndose en el principal gestor de las relaciones internacionales del país. Quincy Adams sirvió en este cargo a lo largo de los ocho años de mandato del presidente Monroe, y sus logros en el mismo lo sitúan como uno de los mejores secretarios de Estado que ha tenido EEUU, existiendo un gran número de historiadores que incluso lo califican como el mejor de todos.

Entre estos logros predominan la formulación de la Doctrina Monroe y el Tratado de Adams-Onís, que a continuación explicaremos con más detenimiento. El paso de Adams por la dirección del Departamento de Estado es explicado con gran acierto por el también secretario de Estado y prestigioso internacionalista Henry Kissinger en su obra seminal “Diplomacia” (1994), en la que nos apoyaremos en adelante.
La política exterior desarrollada por Adams se vio muy influenciada por la Doctrina del “Destino Manifiesto”, que justificaba la expansión estadounidense en el continente americano, y puede observarse en estas líneas que escribió a su padre en 1811: “Todo el continente de América del Norte parece estar destinado por la Divina Providencia a estar poblado por una nación, que hable un idioma, profese un sistema general de principios religiosos y políticos y acostumbrado a un tenor general de usos y costumbres sociales. Para la felicidad común de todos ellos, para su paz y prosperidad, creo que es indispensable que estén asociados en una sola Unión federal”.
En relación con esto destaca el mencionado Tratado de Adams-Onís, también conocido como Tratado Transcontinental o Tratado de Florida. Este tratado entre EEUU y España tenía como objetivo establecer la frontera entre el país norteamericano y el virreinato de la Nueva España, nombre que recibía el territorio de América del Norte (también incluía otros territorios en América Central, Asia y Oceanía) perteneciente al Imperio español. Los términos del tratado fueron negociados por Adams como secretario de Estado estadounidense y por el plenipotenciario español Luis de Onís, y aunque su firma tuvo lugar el mismo año 1819 en que se inició la negociación, no fue ratificado por ambas partes hasta febrero de 1821.
Con arreglo a lo estipulado en el acuerdo, España renunció a sus posesiones mas allá del paralelo 42 Norte; que incluía el territorio de Oregón y entregó definitivamente a EEUU las Floridas (Florida Occidental y Florida Oriental), mientras que España obtuvo la soberanía del territorio de Texas. Por otra parte, según comenta Kissinger, hasta el siglo XX, la política exterior de los EEUU se basó en cumplir el destino manifiesto del país y mantenerse libres de compromisos en ultramar, postura que el propio Quincy Adams reflejó en un discurso de 1821 con estas palabras: “Por donde sea que el estandarte de la libertad y la independencia se haya desplegado o se vaya a desplegar, ahí estarán su corazón (de los EEUU), sus bendiciones y sus plegarias. Pero no irán a ultramar en busca de monstruos que destruir. Desearán la libertad y la independencia de todos, pero sólo serán paladines y justificadores de sí mismos”.

En este sentido, EEUU también miraba con recelo la política de poder desarrollada en Europa a través de mecanismos como la Santa Alianza y su injerencia en otras naciones. Debido a esta desconfianza ante las potencias integrantes de la Santa Alianza y ante Gran Bretaña, cuyo secretario de Exteriores había propuesto a los estadounidenses colaborar activamente para proteger las colonias españolas en América de la influencia de la Alianza, Adams instó al presidente Monroe a formular un cambio de la política exterior estadounidense. Esta nueva política quedó recogida en la conocida como Doctrina Monroe proclamada en 1823, que en su mayoría fue elaborada por Adams y puede resumirse en la máxima “América para los americanos”.
Kissinger describe cómo esta nueva dirección de la política exterior americana convirtió al océano que separaba Europa de los EEUU en un “foso protector” y, mientras que la regla fundamental de la política exterior americana anterior era que EEUU no se implicaría en las luchas de poder europeas, la Doctrina Monroe supuso un avance al manifestar que Europa tampoco debía entrometerse en los asuntos de América, advirtiendo a las potencias europeas de que estarían dispuestos a ir a la guerra para defender la inviolabilidad del continente. Monroe consideraba asuntos americanos aquellos relativos a todo el hemisferio occidental, no solo a EEUU, por lo que esta doctrina era ciertamente expansionista.
De esta forma, Kissinger afirma que al no considerar política exterior su expansión, EEUU pudo valerse de su fuerza para imponerse sobre los indios, sobre México y en Texas, con la conciencia tranquila, porque además la doctrina justificaba la intervención estadounidense no solo ante amenazas existentes, sino también ante cualquier amenaza factible. En definitiva, la Doctrina Monroe significaría un antes y un después en la política exterior americana, siendo citada directamente por otros presidentes posteriores como James K. Polk para defender la anexión de Texas, Andrew Johnson para referirse a la compra de Alaska o Theodore Roosevelt y su política del “Big Stick”, una enmienda-reinterpretación de la propuesta de Monroe y Adams.
Finalizado el mandato de Monroe, John Quincy Adams se convertiría en su sucesor y sexto presidente de EEUU como demócrata-republicano tras vencer al general Andrew Jackson en las polémicas elecciones de 1824, pues tuvo que ser la Cámara de Representantes la que dilucidara quién debía presidir el país tras haberse impuesto Jackson en el voto popular y en los votos electorales, dando lugar a un conflicto que sin duda alcanza para escribir otro artículo. La presidencia de Adams, a diferencia del resto de su carrera, no fue muy productiva ni relevante, también gracias a la gran labor que había realizado previamente al frente del Departamento de Estado, y se prolongó por un solo mandato. Después de perder la reelección frente a Andrew Jackson en 1828 pensó en retirarse de la vida política, pero acabó presentándose a la Cámara de Representantes por Massachusetts, sirviendo al país como congresista desde 1831 hasta su muerte en 1848, primero como miembro del Partido Antimasónico y posteriormente como miembro del Partido Whig, siendo uno de los más prominentes partidarios de abolir la esclavitud.

En conclusión, John Quincy Adams es una figura fundamental en la historia de Estados Unidos y su vida es digna de estudio para comprender mejor el mundo actual. Es un ejemplo de servidor público, acudiendo siempre allá donde su país requirió sus aptitudes y conocimientos, y además es necesario resaltar su trabajo como diplomático, que lo llevó a ser toda una referencia en materia de Relaciones Internacionales, sentando las bases de la política exterior estadounidense que llega hasta nuestros días. Para culminar, me gustaría destacar una cita de Quincy Adams, que refleja bastante bien la forma de actuar que tuvo en la vida: “El coraje y la perseverancia tienen un talismán mágico, ante el cual las dificultades desaparecen y los obstáculos se desvanecen en el aire”.