¿Y si no va de Urania?
Rusia empezó el despliegue de tropas en la frontera con Ucrania a finales del 2021, hasta llegar a tener cerca de 200.000 efectivos y con la posibilidad cada día más real de una operación militar de mayor o menor tamaño que finalmente se ha concretado.
La razón de todo ello, según el Kremlin, se reduce a “una respuesta” a las posiciones amenazantes de la OTAN. Francamente, esta versión dada desde Moscú es bastante corta y no justifica una acción como la emprendida. Es argumentable que sea una respuesta al fracaso de los acuerdos de Minsk II y la intención de Kiev de unirse a la OTAN, sin embargo, esta tesis parece incompleta. ¿Por qué ahora? ¿No sirve ya bastante bien a los intereses rusos un conflicto enquistado sin final en el horizonte en el este de Ucrania?

Más allá de Ucrania
El tempo parece propicio en dos flancos. En primer lugar, en casa. Putin está en mal momento; su popularidad se mueve entre el 55 y el 65%, y a nadie se le escapa que en 2014 en una posición similar y tras el éxito de la anexión de Crimea y las sanciones posteriores de Occidente, el porcentaje de aprobación se disparó hasta cerca del 90%.
Hoy las cosas son más difíciles. La pandemia está castigando duramente la economía del país. A su vez, el poco disimulado intento de asesinato del opositor Alexei Navalny y su posterior arresto en 2020 trajo protestas a lo largo del país y nuevas sanciones económicas de Occidente. Se trata, de hecho, de la hora más baja de la era Putin.
Como en el caso de los acuerdos de Minsk II, no podemos considerar esto como una causa única, pero en los últimos meses tampoco podemos ignorar que el Kremlin haya recordado con nostalgia el incuestionable éxito domestico que la operación en 2014 de Crimea y el Donbás supuso. ¿Por qué no aprovechar la situación, escalarla y repetir la formula?
El segundo flanco que parece guardar un tempo perfecto es la posición de la UE. No es novedad para nadie que Rusia busca activamente desmantelar la Unión. La simpatía, amistad y a veces apoyo explícito del Kremlin a partidos europeos anti-Unión Europea tanto de extrema izquierda como de extrema derecha, no es ningún secreto.

La razón es simple: la UE, por un lado, representa el eslabón débil de Occidente. Romper la UE significa estar más cerca de desarticular Occidente desde dentro y, eventualmente, debilitar la OTAN y poder reconfigurar el tablero de Europa oriental de forma que sirva a los intereses nacionales rusos.
Por otro lado, Rusia persigue la vieja máxima romana de divide y vencerás. La gran estrategia del Kremlin en el siglo XXI pasa por el chantaje energético a sus clientes para avanzar en materia geopolítica. Es un principio básico que cuanto más pequeño y dependiente sea el interlocutor, más vertical será la relación. La UE representa un cliente demasiado grande, capaz de hablar con una sola voz.
Además, Rusia recientemente ha fracasado en su intento de compensar su propia dependencia del mercado europeo aumentado el suministro energético a Beijín con la misma fuente de la península de Yamal, lo que hubiera significado la posibilidad de desviar el gas de oeste a este sin mayores pérdidas económicas para Rusia y con toda la ventaja estratégica que ello conllevaría.
China, sin embargo, no ha dicho que no a todo. Moscú y Beijín han firmado un contrato de gas que pretende aumentar dramáticamente el suministro al país sínico para finales de esta década (de 4 bcm en 2020 a 48bcm). Xi tiene claro que, en cuestiones energéticas, cuanta menos dependencia externa mejor y prefiere reducirla a lo estrictamente necesario.
La UE sin líder
Merkel, que siempre ha liderado la diplomacia europea desde la cancillería del país más poderoso de Europa con resultados moderadamente satisfactorios, ya es historia. Por esta razón, al frente de Alemania se sienta un Canciller nuevo que sabe que el liderazgo de la UE esta ahora en París. Sholz, además, es jefe de gobierno de una colación entre los socialdemócratas, los verdes y los liberales.

El gobierno tiene la meta de cerrar todas sus centrales nucleares a lo largo de 2022, en el marco de un firme compromiso contra el cambio climático. Esta agenda, que practica la estrategia del avestruz en política internacional, convierte a Alemania en un país aun más dependiente del gas ruso, pues la transición energética no se hace de la noche a la mañana. Por ello, Alemania se ha convertido en el mayor garante del Nord Stream 2 que, convenientemente, abre una nueva ruta de gas entre Rusia y Alemania por el mar Báltico, lejos de la dependencia territorial ucraniana.
Otros países de la UE y la OTAN se han pronunciado en contra del gaseoducto Nord Stream 2 que solo hará de Europa una región más dependiente de Moscú. Sin embargo, el partido verde alemán, cuya agenda extremadamente ambiciosa gira alrededor de conseguir un país libre de carbono, controla el ministerio de economía (y protección climática) y de asuntos exteriores alemán. En otras palabras, las relaciones exteriores alemanas están supeditadas a la agenda climática y económica del partido verde germano.
Por esta misma razón, es previsible que el Nord Stream 2 se ponga en marcha tan pronto como se hayan calmado las aguas.
Francia, y concretamente Macron, también se encuentran en una posición sumamente incomoda. Macron insiste en querer ser el sucesor de Merkel como líder de la política europea, aun así, ante este primer embate extremadamente delicado, no ha sabido actuar como el líder prometido. La razón vuelve a ser interna: Francia está a las puertas de elecciones presidenciales, un batacazo diplomático con Rusia podría ser fatal para Macron, así que ha preferido adoptar, en la medida de los posible, un perfil bajo.
Esta actitud ha dejado a la UE sin liderazgo y dividida en su aproximación al problema. Asimismo, este perfil bajo de Macron, que a nivel electoral quizás es la mejor opción, tampoco es demasiado bueno: Macron constantemente se ha presentado como el candidato para liderar Francia y la UE con un perfil bonapartista.
On a more serious note, between #Zemmour, Macron, and Mélenchon (and probably other candidates), it is clear that the future of NATO is central to the election.
— Abdellah Belfakir (@Belfakir_Ab) September 24, 2021
Interesting time indeed. pic.twitter.com/P0OLr1fkjM
Las elecciones europeas de 2019 fueron planteadas en esos términos, acto que Le Pen aprovechó para, a su vez, encauzar dichas elecciones como un plebiscito hacia Macron. Ahora, un nuevo contrincante, Zemmour, de corte gaullista y anti-OTAN, se presenta con una retórica muy beligerante respecto a los valores de la UE, lo que podría multiplicar los rivales con opciones reales a tomar el Eliseo. Macron no puede correr riesgos.
Todo ello se sabe en el Kremlin, por eso la UE no ha sido tratada como un actor válido en ningún momento en el transcurso de los acontecimientos. Para Rusia, solo hay un interlocutor válido para hablar de la seguridad europea: Estados Unidos. Algo que en sí mismo daña aun más las relaciones comunitarias: Europa del este entiende que Francia no está lista para liderar nada y consolida sus sospechas sobre Alemania, que desconoce completamente aquel concepto que ellos mismos acuñaron: realpolitik.
Todo ello, en un contexto donde en Europa los precios de la energía están tan disparados que imposibilitan cualquier acción sancionadora a Rusia, sin que esta responda agraviando la crisis energética europea más allá de lo que puede soportar. En el mejor de los casos, acudiremos una guerra de desgaste económica nada atractiva para ambos actores.
Con la invasión, la UE va a salir extremadamente debilitada y la OTAN va camino de converirse en la única organización válida para hablar de seguridad en Europa, lo que significa un aumento de la dependencia de los EEUU y un giro en las prioridades europeas. La integración política y económica europea cederá el paso ante los debates comunitarios sobre la seguridad del continente.
¿Por qué Putin y Macron mantuvieron una reunión a 6 metros de distancia? https://t.co/CP7c7S1En1
— C5N (@C5N) February 12, 2022
Con un este crecientemente militarizado y una presencia norteamericana solo comparable a los tiempos de la Guerra Fría. A Rusia esto le conviene mientras signifique una desintegración de la capacidad de negociación colectiva de la UE y una mayor dependencia energética, mientras busca diversificar exitosamente su clientela con nuevos gaseoductos en Asia.
Ante este escenario cabe pensar que el despliegue militar y la invasión de Ucrania corresponden a una suma de causales, de los cuales la situación de seguridad en la frontera ucraniana es solo una parte y no tan importante como se indica, donde objetivos domésticos a corto plazo que apremian y objetivos estratégicos a largo plazo, confluyen de forma oportuna.