Yemen. Una crítica a machete.
Por Yago Rodríguez.
Debo prevenir al lector de que está apunto de leer algo casi hiriente. He buscado provocar en este artículo. No pretendo tirar por tierra todo el esfuerzo de las ONG ni las donaciones de los estados árabes o de cualesquiera otros donatarios del Yemen, sin embargo hay preguntas terribles que merecen ser planteadas.
¿Sigue existiendo Yemen? En 1990 Yemen del Norte y Yemen del Sur se unificaron. 4 años después conocieron su primera guerra intestina en la que el norte guerrero se impuso, como de costumbre.
Desde 2017 el frente militar ha separado nuevamente al norte y al sur, como si de la frontera pre-1990 se tratara... En realidad hablar de separación o unión en un país lleno de tribus indolentes ante semejantes conceptos es propio del lenguaje de las burocracias internacionales, pero no refleja el sentir de la población.
Yemen está como siempre ha estado: en guerra. El anterior dictador, Abdulá Sale tuvo al menos 6 guerras entre 2004 y 2011 contra los hutíes, Al Qaeda nunca se ha ido del país y en 2014 comenzó el enésimo conflicto interno.

Cuando el presidente de Yemen reconocido internacionalmente, - Hadi-, huyó a Adén, capital de Yemen del Sur, faltó tiempo para que los separatistas suryemeníes se enfrentarán a la raquítica estructura estatal que Hadi representaba, por mucho que en teoría a ambos les convenía aliarse.
Solo los Acuerdos de Riad en 2019 lograron que separatistas suryemeníes y Hadi se avinieran a tolerarse mutuamente y a desmilitarizar Adén. Bueno, en realidad se supone que esos acuerdos van a empezar a ser implementados este año. Ya veremos.
Al Qaeda sigue ahí pese a los ataques aéreos de los drones de Estados Unidos y a las operaciones lideradas por Emiratos en la zona. De poco sirvió que el príncipe heredero de Dubai, Said al Nahyan perdiera sus piernas combatiendo allí.
Al Qaeda seguirá ahí, el Dáesh también lo hará, los noryemenies serán tan indómitos como cuando el Imperio Británico o los Otomanos tuvieron que renunciar a la conquista de ese territorio. Los suryemeníes serán tan levantiscos como cuando en los años 50 lanzaban granadas de mano en el Barrio del Cráter o a un aula llena de niños ingleses.
Yemen seguirá siendo Yemen, igual que cuando una tribu tuvo a bien devolverle al Estado un tanque soviético T-62 que guardaban por si venían mal dadas allá por 2011.
Los noryemenies seguirán atacando a los sauditas igual que cuando en los años 90 los puestos fronterizos de estos fueron constantemente hostigados y aniquilados. En Yemen la historia se repite una y otra vez.
En el mundo moderno percibimos la guerra como una excepcional interrupción de la paz. En Yemen la mentalidad es la misma que la de los antiguos romanos, los espartanos o los asirios: la paz es una excepcional interrupción de la guerra.
¿Quién se atrevería a invertir o a depositar sus recursos en un país así? ¿Acaso es necesario un bloqueo naval para ahuyentar a todo comerciante o inversor con sentido común? ¿Qué compañía normal querría comerciar en Yemen? La respuesta es clara. Muy pocas.
En un país así el único mercado posible es el de las ONG bien subvencionadas por la Comunidad Internacional. El "otro" mercado es el de aquellos que obtienen su beneficio del riesgo que supone saltar la ley y traficar con productos de dudosa legalidad.
El problema de Yemen no está en esta o en aquella guerra, en la intervención o en un supuesto bloqueo Saudita, el problema es estructural y obedece a una dinámica interna.
Recientemente Emiratos Árabes Unidos ha anunciado su enésima donación de dinero al pobre país, 243 millones alcanzados durante la Conferencia de Yemen de 2021. Con todo este dinero el país ya ha alcanzado los 6.000 millones entregados en forma de ayuda humanitaria desde 2014 y no dudamos que sea un esfuerzo loable, ¿pero va esto a cambiar la dinámica? ¿cambiarán algo los 200 millones recaudados de Alemania o los 97 millones de la UE? ¿Acaso importan las donaciones de Arabia Saudita, Marruecos o Suecia?
Si se dona el dinero para expiar las culpas y los pecados tenemos un problema, porque significa que no hay un análisis realista y menos aún una intención de solucionar el problema de la guerra.

Por ejemplo, la ayuda humanitaria saudita o emiratí pretende ser la segunda pata del plan cívico-militar del accionar árabe en Yemen. Hay que ganarse las mentes y los corazones, claro está... ¡Pero hay un dilema! Cuando entregas comida a un aliado asediado, ¿no estás alargando el asedio, la guerra y la muerte? ¿No sería mejor permitir que el sitiador conquiste su presa y todo acabe al fin?
Así pues, podemos deshacernos en elogios y hasta dar las gracias a los todos estos países y ONG de buena voluntad: a los suecos, a los alemanes o a nuestras queridas ONG españolas ¿pero y si toda esta solidaridad bienintencionada no sirve para nada?, ¿y si hay que permitir que uno de los bandos derrote al otro para que la guerra acabe?
Planteemos otro dilema. Los sauditas lanzan en paracaídas un puñado de cajas de bazucas españolas Instalaza C-90 en la ciudad asediada de Taiz. Van a permitir que los defensores se defiendan ¿Es esto un crimen contra la humanidad? ¿Es un crimen contra la humanidad porque está permitiendo que la batalla se alargue? Quizás según las ONG, institutos de paz y otros tantos entes de nombre amable habría que haber consentido la masacre de los defensores de Taiz no permitiendo que se defendieran ni con una sola bala española, quizás deberíamos haber permitido que fueran masacrados por los hutíes, ¿no?
Hay quienes defienden que es mejor una guerra corta con un ganador claro, que un conflicto enquistado y eterno que impide el desarrollo, el crecimiento y la estabilidad ¿deberíamos entonces impedir que los X millones gastados en medicamentos por Berlín, Bruselas, Dubai o Estocolmo no lleguen? ¿Deberíamos animar a Riad a permitir que Irán y los hutíes venzan? ¿Debemos esperar que semejante decisión traiga la paz?, ¿o que en su lugar desemboque en más ambición del vencedor y en nuevos dilemas y conflictos?
La respuesta es dudosa, por muy respetable que sea la solidaridad de ciertas iniciativas.
Por último, llegamos a esa fase en la que entran en juego organizaciones españolas según las cuales haber vendido algunas bazucas hace 30 años a Arabia Saudita supone ser cómplice de supuestos crímenes contra la humanidad que más parecerían los frutos inevitables de cualquier guerra enquistada...
Si nos molestáramos en estudiar Yemen veríamos que hay pocas posibilidades de conseguir evitar que sigan guerreando, -matándose entre ellos-, y que las escasas posibilidades de éxito no tienen nada que ver con dejar de vender cuatro granadas, sino con incentivar el arbitraje de la ONU u otro actor similar, estudiar el envío de una fuerza de interposición y luchar contra el tráfico de armas regional.
¿Alguien le está dedicando un solo gramo de energía a evitar que los yemeníes se maten? Sólo queda asumir la ignorancia, la bondad tonta o la falsa preocupación por las vidas de los yemeníes.