Medio de comunicación independiente

Por Guillermo Pulido Pulido

Las elecciones presidenciales en EE.UU. han dejado un panorama político caracterizado por un ambiente de fuerte polarización y crispación, como posiblemente no se veía en ese país desde la década de los 1960.

Violencia política

No es esperanzador que en EE.UU. haya por ahora menos violencia política que la que hubo en los años 60 y la resaca durante los primero años 70. Aquellos fueron años de Ku Kux Klan en el Sur, revueltas en las ciudades, grupos terroristas como los Weathermen, el Ejército Simbiótico de Liberación o los Panteras Negras. Pero ahora están proliferando las milicias armadas mientras los incidentes de tiroteos mortales aumentan.

La violencia no se limita a los terroristas de extrema derecha como ocurrió los últimos años, sino que en los últimos meses se han dado casos en los que militantes de izquierda han tiroteado y asesinando a seguidores de Trump. Como estimaban en el Departamento de Seguridad Nacional (DHS) es probable que aumente la violencia y el terrorismo de extrema izquierda y derecha en los próximos meses y años.

No obstante, el terrorismo y la proliferación de milicias en EE.UU. es un efecto, y no la causa, de una grave crisis política que no tiene visos de desaparecer en el corto o medio plazo. A su vez, la actual crisis política es efecto, no la causa, de una cultura política estadounidense que está en declive.

Ataques terroristas en EEUU hasta los primeros meses de 2020
Ataques terroristas en EEUU hasta los primeros meses de 2020

Cultura política y democracia

Los sistemas políticos democráticos, para funcionar correctamente, requieren de una base sociopolítica y de cultura política adecuados y específicos. La Ciencia Política ha demostrado que de instaurar formas de gobierno democráticas en territorios de contexto sociológico no adecuado, la democracia en realidad agrava los conflictos políticos y hay una mayor tendencia a la guerra civil, que otras formas de gobierno (algo que desgranaré con detalle en artículos posteriores).

No obstante, por ahora no es ni de lejos el caso actual de los EE.UU., pero es un toque de atención sobre la fragilidad del ambiente político y social que necesitan las democracias para sobrevivir; y que la democracia, el voto y la regla de la mayoría no son ninguna solución mágica para moderar y encauzar los conflictos políticos (como expliqué en el caso de la política exterior en mi artículo "La Democracia Armenia y el Fin de los Sueños de Paz en el Nagorno-Karabaj").

Los politólogos Almond y Verba en 1963 publicaron su seminal libro sobre cultura política titulado "La Cultura Cívica". Describían tres tipos ideales de cultura política (parroquial, súbdita y participante), para analizar el desempeño de cinco países con constituciones democráticas. Llegaban a la conclusión que una combinación equilibrada de las tres culturas era la adecuada para que la democracia pudiera funcionar de manera óptima.

Si la cultura era parroquial (la población no se implica en la vida política), la democracia era alienada por las élites. De imperar la cultura de súbdito, no puede haber una democracia con elecciones competitivas, sino que segmentos de la población se alinean en bloque con los líderes de su grupo social (como pasa en las democracias árabes de Líbano o Irak). De predominar la cultura participante, se corre el riesgo que la democracia degenere en populismos y falta de gobernabilidad, ya que la población impediría el compromiso político entre las élites de los partidos políticos.

La cultura cívica previene los problemas de cada una de estas culturas equilibrándolas entre sí, sin que haya demasiada participación, pero la justa para evitar comportamientos parroquiales; permitiendo cambiar el voto para castigar o premiar a las élites.

En EE.UU., actualmente estamos observando como la cultura política comienza a alejarse de la cultura cívica que Almond y Verba describieran para ese país y como ejemplo para el mundo, para ir aproximarse a comportamientos de cultura política participante. Lo que comienza a generar situaciones de bloqueo e inestabilidad que hemos visto estos últimos años en EE.UU..

Por su parte, Anthony Downs en su libro "Una Teoría Económica de la Democracia", describía a los partidos políticos como empresas que tratan de maximizar la captación de votantes (clientes). Como en las democracias occidentales en general la mayoría de votantes se situaban en rangos cercanos al centro y media aritmética, se generaba sistemas políticos y de partidos en el que predominaba el centrismo, facilitando los pactos, la gobernabilidad y estabilidad.

Sin embargo, de darse una demografía electoral en el que la mayoría de votantes comienzan a desplazarse a los extremos políticos (Sanders, Ocasio Cortez, Trump, etc), los partidos políticos, siguiendo la lógica economicista descrita por Downs, comenzarán a reflejar mensajes y programas políticos alejados del centro, dificultando los acuerdos y pactos de estado.

El siguiente gráfico del Pew Research Center, demuestra el proceso de fractura política entre la poblaciones estadounidense.

La importancia de la cultura política en el devenir y proceso de los sistemas políticos democráticos, fue preclaramente explicado y descrito por Harry Eckstein en su libro "Division and Cohesion in Democracy", concretamente en el capítulo "A Culturalist Theory of Political Change". La democracia requiere de una cultura nacional que no sea autoritaria, sino una cultura en la que predomine y se aliente la discusión, el disenso y la libertad individual en todas sus instituciones (escuela, familias, etc). Comparó Eckstein a Noruega con Alemania, en la que antes de la Segunda Guerra Mundial la cultura era mucho más autoritaria, por lo que en momentos de crisis (como después del crack de 1929) la población era receptiva a mensajes autoritarios como los de Hitler.

Conclusión

Ni Trump ni Ocasio-Cortez son Hitler, pero la cultura política tiene una gran importancia para el correcto desenvolvimiento del proceso democrático.

Que en los EE.UU. aumenten el número de milicias y grupos extremistas, o que los excesos de la cultura participativa degeneren en populismo, desintegrando la cultura cívica que describieran Almond y Verba, no son desde luego un buen augurio para democracia norteamericana.

La polarización y dificultad para el compromiso político que ello conlleva, es especialmente preocupante en un sistema político presidencialista y mayoritario como el de EE.UU..

Los equilibrios, contrapoderes y controles que los Padres Fundadores diseñaron en la Constitución de la República de los Estados Unidos se pensaron para inducir al diálogo, el compromiso y el pacto político, evitando tiranías de la mayoría y generando un proceso político muy abierto y controlado públicamente. Sin embargo, ese mismo diseño presidencialista degenera en parálisis del proceso político, agudizamiento del conflicto al no producirse pactos.

Esa es una constante de los sistemas políticos presidencialistas que tan comunes son en América Latina, como fue el conocido caso de Chile de los años 70. También fue el caso de EE.UU. durante la década de 1850 (después del fracaso de la Ley Kansas-Nebraska) hasta que estalló su guerra civil en 1861.

Hoy se está muy lejos de aquello, pero sin duda estos son tiempos en los que el motor de la democracia funciona muy alejado de su óptimo, por la escasa calidad del combustible que la cultura política suministra para su funcionamiento. Y esto no solo ocurre en EE.UU., sino que se observa a lo largo de todo el mundo occidental.

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