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Estados Unidos vive el momento más incierto de su historia reciente. Los altos niveles de polarización política, el cuestionamiento de las instituciones y los procesos democráticos, el contexto internacional que pone en cuestión su hegemonía y una coyuntura económica poco favorable junto con unas instituciones que no están sabiendo responder a las tensiones antidemocráticas generadas por el partido republicano ponen en peligro la democracia estadounidense.

Los próximos años serán decisivos para la supervivencia de la democracia más antigua del mundo.

Donald Trump hablando en un mitin en Fountain Hills, Arizona. Fuente: Gage Skidmore

El giro autoritario de los Republicanos

La administración Trump, como era previsible, supuso un enorme daño a la reputación internacional de los EEUU, pero también generó muchas tensiones internas en forma de polarización y cuestionamiento del sistema democrático. Sin embargo, aunque Trump tiene una enorme responsabilidad en la situación actual del país, lo cierto es que el fenómeno clave aquí es el progresivo giro autoritario y antidemocrático que ha dado el Partido Republicano en un proceso que empezó mucho antes de la llegada al poder de Trump.

La deriva autoritaria del partido Lincoln lleva labrándose durante muchos años (podríamos retrotraernos a los 70 y el giro republicano para buscar los votos del sur) pero los años 90 suponen un buen punto de inicio para explicar como el Grand Old Party (GOP) se encuentra en la situación actual.

En plena legislatura Clinton, Newt Gingrich, el hombre fuerte del Partido Republicano en aquel entonces, se preguntaba cómo un individuo como Clinton había podido llegar a presidente. Su conclusión fue la siguiente:  Clinton no gana por sus cualidades o porque sea el mejor candidato, sino a causa de que el partido republicano ha fracasado a la hora de llegar a sus votantes porque ha abrazado un estilo moderado que alinea al electorado demócrata y traiciona los valores republicanos.

Así las cosas, deciden emprender un giro más a la derecha y endurecer los ataques a Clinton para crear un impulso polarizador que movilice a su electorado. La estrategia de Gingrich tiene éxito y en 1994 los republicanos obtienen unos excelentes resultados en las elecciones de medio mandato.

Donald J. Trump saluda a Newt y Callista Gingrich en el Despacho Oval de la Casa Blanca, el martes 24 de octubre de 2017, antes de la ceremonia de juramento de Callista como embajadora de Estados Unidos.

Aquí comienza a echar raíces una visión dentro de los Republicanos en la cual el partido nunca es lo suficientemente radical o de derechas y los fracasos electorales se deben a un exceso de moderación. Los que mantienen esta visión se enfrentan a aquellos republicanos preocupados por la demografía, que ven como las minorías étnicas cada vez tendrán mayor peso electoral, por lo que, si el partido se distancia de ellos con un discurso más radical, será imposible batir a los demócratas.

La facción mayoritaria del partido en ese momento era la que proponía mayor moderación, pero los seguidores de Gingrich tenían una posición asentada que fue creciendo poco a poco y sobre todo tenía especial eco en las bases republicanas, aunque todavía no había logrado permear en la cúpula del establishment del GOP.

La derrota electoral en 2008 y la administración Obama suponen un momento decisivo para los republicanos descontentos con el rumbo del partido, y de las semillas plantadas por Gingrich florece el Tea Party, que surge tanto como reacción contra Obama como contra el establishment republicano al que perciben excesivamente moderado.

El Tea Party comienza a ganar adeptos, movilizarse y a ser una fuerza a tener muy en cuenta dentro de las dinámicas de poder de partido. Obama vuelve a ganar un segundo mandato ante Romney y el diagnóstico de la derrota es claro: hay que apelar a las minorías para imponerse a los demócratas.

Protesta del Tea Party en Dallas, Texas, abril de 2009. Autor: Mateo Rader

Esto termina de alienar a los sectores republicanos de manera que, cuando en 2016 Trump decide presentarse, le aúpan claramente a la posición de candidato anti establishment republicano, más aún cuando el candidato preferido de la cúpula del partido, Jeb Bush, era un candidato moderado con un discurso más conciliador, especialmente en materia migratoria. Así las bases del partido y algunos miembros del mismo decidieron rebelarse y el hijo de esa rebelión es Donald Trump.

A este caldo de cultivo que fue preparándose durante años hay que añadir la creciente influencia de los medios de comunicación conservadores sobre el partido que, en su intento por conseguir la mayor audiencia posible, entraron en una dinámica de búsqueda de conflictos constante y polarizante, así como de declaraciones incendiarias, convirtiéndose en altavoz de discursos histriónicos y teorías de la conspiración, presionando aún más al partido en esta deriva autoritaria, ya que un reportaje negativo en Fox News podía suponer una derrota electoral para cualquier republicano.

El partido se vio presa de sí mismo, Los Republicanos se metieron en una dinámica derechista y autoritaria de la que surgieron y se beneficiaron muchísimas fuerzas que les empujaron más profundamente en esa deriva, hasta el punto de que su única opción posible para evitar el desastre electoral era una huida hacia adelante abrazando a Trump y esperando lo mejor.

Incierto futuro

El Tribunal Supremo, gracias a su mayoría conservadora, ha eliminado el derecho federal al aborto, lo que en la práctica significa su restricción e incluso ilegalización en muchos estados. También ha restringido las competencias del gobierno para legislar sobre el cambio climático y ha aceptado pronunciarse sobre un caso que podría otorgar todo el poder sobre las elecciones a las legislaturas estatales, legalizando así formas extremas de gerrymandering o incluso otorgándoles la capacidad de ignorar el voto popular e imponer sus propios electores para el colegio electoral, en lo que sería una suerte de amaño prelectoral perfectamente legal. Todo esto mientras está en marcha la investigación sobre el intento de golpe de estado del 6 de enero.

El golpe fracasó porque algunos republicanos en posiciones clave decidieron oponerse a Trump y dar al traste con su plan, pero la amenaza de Trump no ha desaparecido y, si alguna de las investigaciones abiertas contra él no lo impide, se volverá a presentar en 2024. El partido le está esperando y preparándose para asegurar que obtenga el poder la próxima legislatura, incluso si pierden las elecciones.

La mayor amenaza para Occidente no se encuentra en Moscú o en Pekín, sino en Washington. La democracia estadounidense está aguantando unas enormes tensiones que sus instituciones no están preparadas para soportar por más tiempo. Más del 50% de los estadounidenses considera que su país dejará de ser una democracia en algún momento y ese momento podría estar más cerca de lo que parece.

La caída de la democracia estadounidense dejaría a Occidente sin su líder y supondría un riesgo mayúsculo para el resto del mismo, especialmente para una Europa que, si ya dependía de EEUU, con la guerra de Ucrania, el reforzamiento de la OTAN y las nuevas relaciones energéticas transatlánticas, ha aumentado aún más su dependencia.

La situación en EEUU es preocupante y es muy posible que se deteriore aún más en los próximos años, lo que pone a Occidente contra las cuerdas. Es el momento de que Europa busque realmente su autonomía, acabando con su dependencia de Rusia, pero también de EEUU, de lo contrario continuaremos apostando nuestro futuro a la estabilidad de Washington, una apuesta cada vez más arriesgada.

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