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África albergaba un Islam tolerante que parecía ajeno a las dinámicas del Islam radical en el Gran Oriente Medio. Hoy, alberga varios de los grandes frentes de batalla del salafismo-yihadista.

La transformación del Islam africano puede haber sido el resultado del esfuerzo de poderes externos por obtener influencia en el continente a través del poder blando, creando las condiciones para el arraigo del integrismo. La batalla por la influencia tiene también evidentes consecuencias en el campo de la geopolítica. Las disputas de terceros actores genera incentivos para alentar los conflictos.

Escenas del Festival Maouloud en Tombuctú, Mali, prohibido el año pasado durante la ocupación jihadista. Fuente: United Nations Photo

La preocupante realidad cambiante de África

Después del 11-S la opinión pública occidental necesitaba respuestas ante el horror de lo sucedido. Un reportero del Wall Street Journal, Yaroslav Trofimov, decidió recorrer Oriente Medio en busca de respuestas. Su aventura quedó recogida en el libro Faith At War. Cuando llevaba ya bastantes países visitados decidió alejarse de la región para visitar una anomalía: Mali. Según un listado de la época era uno de los pocos países musulmanes donde la prensa era completamente libre. Allí encontró un Islam tolerante donde el salafismo-yihadista era un fenómeno extraño y lejano.  

Hoy Mali vive el noveno año de conflicto armado desde la rebelión tuareg de 2012, que tomó el control del norte del país y que fue luego barrida por una ola yihadista que aún perdura. En estos nueve años, el país ha vivido tres golpes de estado. Dos, tuvieron lugar en 2020 y 2021. Mientras tanto, la violencia salafista-yihadista afecta a países de África donde la población musulmana es minoría, como República Democrática del Congo y Mozambique, dibujando un mapa de incidentes armados que afecta a varias esquinas del continente.

Imagen: African Center for Strategic Studies.

Según el African Center for Strategic Studies, hubo un aumento del 43% en el número de incidentes armados llevados a cabo por grupos salafistas-yihadistas en África sólo en 2020. El aumento continúa la tendencia ascendente desde 2016. Esos ataques tuvieron como resultado 13.059 muertes, un aumento de un tercio respecto a 2019. Cinco zonas concentran la actividad salafista-yihadista en África: el Sahel, la cuenca del lago Chad, Egipto, Somalia y Mozambique. Todos los escenarios presenciaron un aumento de la violencia en 2020 a excepción de Egipto.

La nueva carrera por África y el poder blando que abona el terreno al radicalismo

La transformación de África en un nuevo campo de batalla para el salafismo-yihadista ha sucedido en paralelo en su transformación en un terreno de competencia geopolítica, la nueva carrera por África ("the new scramble for Africa"). Un concepto que se inspira en la vieja competencia entre las potencias europeas durante el siglo XIX. La diferencia fundamental es que en esta nueva competencia encontramos actores más allá de las viejas potencias coloniales europeas. Hoy encontramos desde mercenarios rusos en la República Centroafricana a una base militar turca en Somalia, país cuyo gobierno pretendía prolongar su mandato aludiendo a las excepcionales circunstancias de la pandemia con el apoyo del gobierno de Ankara.

Esta nueva competencia por África tiene también lugar no sólo en el ámbito del poder duro, bases militares y personal armado, sino también en el ámbito del poder blando. En el caso específico de los países musulmanes africanos, las potencias externas a la región aspiran a aumentar su influencia en el continente mediante la reislamización del mismo a su imagen y semejanza.

Tenemos el caso evidente de la pugna de Arabia Saudita e Irán por aumentar su influencia en Mauritania, incluyendo conversiones de la rama sunní mayoritaria en el país a la chií propiciadas por la actividades iraníes. El resultado general de las aspiraciones externas es una transformación del tradicional Islam africano, que siempre fue caracterizado por tolerante, por otro más conservador y rigorista. Se crean así las condiciones para que arraigue el salafismo-yihadista allí donde su discurso extremista suena atractivo a una población que sufre privaciones y vive inmersa en conflictos sociales.

Qatar busca romper su aislamiento regional en África

Evidentemente, el papel de los países de la región del Golfo no se limita únicamente al poder blando, aunque en el caso de Qatar tengamos que considerar la poderosa herramienta que es la cadena Al Yazira. Sino que también están presentes en el continente para hacer negocios. Su enorme capacidad de inversión es objeto de deseo para numerosos gobiernos, pero tiene también elementos desestabilizadores.

Los movimientos de Qatar en África serían además una forma de romper el aislamiento del país tras su disputa con sus socios del Consejo de Cooperación del Golfo. El resultado es que su acercamiento diplomático y comercial a Etiopía estaría detrás del endurecimiento de posturas de este último en su conflicto con Egipto y Sudán.

En marzo de 2020 Etiopía se levantó de la mesa de negociación con Egipto y Sudán a propósito del megaproyecto de ingeniería de la Grand Ethiopia Renaissance Dam (GERD). Se trata de una gran presa hidroeléctrica en el Nilo Azul que se convertirá en la mayor del continente y la séptima más grande del mundo, pero cuyo impacto en los recursos hídricos de Egipto y Sudán están por verse. Etiopía además rechazó la iniciativa mediadora de Estados Unidos en un momento en que Qatar estrechaba lazos económicos con el país.

El asunto de la polémica presa estuvo en la agenda de la cumbre extraordinaria de ministros de Asuntos Exteriores de la Liga Árabe celebrada en Qatar el pasado martes día 15 a instancias de Egipto y Sudán. Mientras tanto en las redes sociales de la región circulaba un vídeo en el que al parecer Hamad bin Jalifa, padre del actual gobernante de Qatar, criticaba a la cumbre. Destacaba que Etiopía se había mantenido firme en sus lazos con Qatar, al contrario que Egipto. La reciprocidad qatarí explicaría su apoyo a Etiopía para que mantenga una postura intransigente contra Egipto en el conflicto de la gran prensa del Nilo.

Las formas en que ciertos países explotan los conflictos africanos son insospechadas. En agosto de 2016, Benjamin Augé elaboró un informe para el Institut Français des Relations Internationales (IFRI) sobre las relaciones diplomáticas de Qatar con el África subsahariana. El título de uno de los capítulos (página 22) lanzaba la pregunta retórica "Is Mozambique a future competitor for Qatari gas?". Augé contaba que en cinco años se habían descubierto reservas equivalentes a las descubiertas en Nigeria en los anteriores sesenta. Hoy, Cabo Delgado, la provincia productora de gas de Mozambique vive asolada por la violencia yihadista.

Por cierto, una de las grandes causas del auge yihadista en Mozambique tiene que ver con locales que se han educado en Arabia Saudita y otros países musulmanes, donde las han inculcado la versión más radical del Islam, provocando a su regreso el incremento de los conflictos violentos.

¿Cuántos países están explotando esta característica sociocultural africana?, ¿qué riesgos provoca?, y sobre todo, ¿cómo se pueden combatir estas actitudes?

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