Francia en el Sahel
El golpe de Estado acontecido el 23 de enero en Burkina Faso se convierte en el cuarto golpe en el Sahel en poco más de un año. La región, azotada por la pobreza extrema, la crisis climática y el terrorismo islamista, suma ahora un descenso antidemocrático y confirma el fracaso de las operaciones francesas y de la UE para el desarrollo y la seguridad de la región.

Los intereses franceses en el Sahel
No esta de más, empezar descartando de inicio cualquier aproximación materialista a la cuestión. A pesar de que Francia efectivamente extrae cerca de una cuarta parte del uranio que necesita para alimentar sus centrales nucleares de las minas en Níger, no se necesitan cinco mil soldados a lo largo de cinco países para asegurar su suministro, además, París está en proceso de cancelar completamente su dependencia energética con dichas minas.
La presencia francesa en el Sahel se enmarca en el contexto de la guerra contra el terrorismo, muy en la línea doctrinal de los EE. UU. aplicada en Afganistán. De hecho, Francia retiró las tropas definitivamente del país centroasiático en 2012, mismo año que insurgentes y filiales de Al-Qaeda se hicieron con prácticamente tres cuartas partes del territorio de Malí. Se puede argumentar, entonces, que en 2012-2013 Francia decide jugar su papel en la lucha contra el terrorismo allí donde pueda ejercer, de paso, influencia histórica.
Así, en 2013 Francia lanza la Operación Serval en Malí para rescatar el gobierno de Bamako, ya que una fuerza yihadista se dirigía hacia el sur, potencialmente a tomar la capital. En cuestión de días, la integridad territorial de Mali fue restaurada. La Operación Serval fue entonces substituida por la Operación Barkhane, iniciada en 2014.

La Operación Barkhane sigue en gran medida la estrategia norteamericana de lucha contra el terrorismo. Esto es, entender que con una aproximación militarizada sin un componente de desarrollo y state-bulding no se conseguirán restaurar las plenas capacidades del Estado ni su independencia en materia de seguridad. Se trata de un asunto vital para que el país en cuestión no se convierta en un Estado fallido, santuario del yihadismo con potencial internacional.
La Operación Barkhane, que empezaría con 4.500 soldados desplegados en los 5G Sahel (Mauritania, Mali, Burkina Faso, Níger y Chad) y alcanzaría el pico de los 5.100 en 2020, seguía esta estrategia, siempre ambigua, de guerra al terrorismo. La realidad es que, a pesar de las buenas intenciones, Barkhane peca de los mismos errores que los EE. UU. han cometido en Afganistán.
Por un lado, la operación carece de objetivos claros, lo que permite, como en el caso de Afganistán, dilatar su permanecía en el terreno tanto como se crea necesario: se trata de operaciones sin un final concreto debido a lo elusivo y etéreo de sus objetivos. En segundo lugar, a pesar de la aproximación híbrida entre el desarrollo y la seguridad, es ésta última la máxima prioridad de París. Y es que, ante todo, Francia busca combatir y neutralizar el terrorismo. El por qué es doble, por un lado, como se ha señalado, se busca suprimir cualquier posibilidad de que uno de estos países se convierta en una base de operaciones yihadistas que pueda golpear Europa.
🇲🇱Mientras tanto, pudimos ver como el día 10 de enero de 2020, se convocaban manifestaciones en Bamako (Mali) en contra de la presencia extranjera en el país, especialmente dirigidas contra la presencia militar francesa en el marco de la Operación Barkhane. pic.twitter.com/bVjBoTSRRc
— Descifrando la Guerra (@descifraguerra) January 15, 2020
Por el otro, tal escenario causaría millones de desplazados en un área demográficamente “explosiva” según la retórica tanto de París como de Bruselas. Francia y la UE temen que la crisis demográfica que se avecina en la región (Níger, Chad y Malí son tres de los cinco países con el mayor ratio de fertilidad del mundo) azuzada a su vez por la embestida climática y la violencia yihadista, sumerja a la región en una crisis migratoria sin precedentes históricos y que, a su vez, sea un agente desestabilizador en la política europea hacia posturas iliberales.
La ambigüedad de los resultados en el campo del desarrollo y state-bulding ha llevado a París a priorizar el conteo, más palpable, de insurgentes islamistas muertos, hasta el punto de pasar muy por encima de las necesidades y prioridades de estos países. A modo de ejemplo, en Malí, en el año 2013, Francia vio en los separatistas de Kidal potenciales aliados a los que apoyar contra los yihadistas a expensas de cualquier valoración que pudiera tener Bamako, quien, de hecho, los consideraba peor enemigo que los yihadistas.
En definitiva, Francia ha obviado sistemáticamente el dialogo político en estos países y sus prioridades, para perseguir sus propios objetivos enmarcados en la guerra contra el terrorismo.
Movimientos soberanistas y golpes
Este desacuerdo entre prioridades, muchas veces acompañado de una retórica condescendiente que habla de “entrenamiento”, “buena gobernanza” y “cooperación bilateral”, se ha topado con clamas soberanistas y anticoloniales. Máxime cuando los números de la lucha contra el terrorismo en la región, tras siete años de intervención europea, lejos de haber descendido, han aumentado tocando techo en 2019. Ante un escenario de violencia rampante, gobiernos corruptos y estéril intervención extranjera, los militares han movido ficha encarnando el cambio con un putsch y una población lista para oír las propuestas de un hombre fuerte.
🇬🇼 INTENTO DE GOLPE DE ESTADO EN GUINEA-BISSAU 🇬🇼
— Descifrando la Guerra (@descifraguerra) February 1, 2022
Se está produciendo un intenso tiroteo en las inmediaciones del palacio presidencial de Bissau en Guinea-Bissau. El gobierno y el presidente del país se encontrarían recluidos en el edificio.pic.twitter.com/mFhxAuGuY3
En consecuencia, el hastío de la presencia francesa en el Sahel se ha apoderado no solo de la población, sino también de los oficiales de los gobiernos de la región: En el sesenta aniversario de la independencia maliense de Francia, tras unas declaraciones de Macron condenado el golpe de Estado de 2020, los malienses empezaron a canalizar su ira contra militares franceses en protestas de corte anticoloniales. Más tarde, a 31 de enero de 2022, Bamako expulsó al embajador francés del país.
En conclusión, las tensiones traducidas en protestas antifrancesas que se han extendido por toda la región donde Francia tiene personal militar desplegado han precipitado a su vez, una cascada de golpes por parte de coroneles que se ven entre la espada y la pared: entre gobiernos ineficientes y corruptos, soldados que mueren ante estrategias infructuosas diseñadas por extranjeros y una población que quiere y necesita un cambio.
Bibliografía
Guichaoua, Y. (2020). The bitter harvest of French interventionism in the Sahel International Affairs 96: 4, 895–911
Medessoukou, S. (2018). The Foreign Security Policy in Africa: France in Sahel Region. ASRJETS Volume 47, No 1, pp 156-165
Pérouse de Montclos, M. (2019). La politique de la France au Sahel : une vision militaire. Hérodote, 172, 137-152
Thurston, A. (2022). After a fourth coup in West Africa, it’s time to rethink international response. The Conversation.