La OTAN y la soberanía limitada en Ucrania
En los últimos días se están recuperando numerosos términos políticos de la Guerra Fría para tratar de explicar la situación en Ucrania. Entre ellos destaca la expresión “soberanía limitada”, acuñada por el presidente de Yugoslavia, Josip Broz “Tito”, para denunciar la invasión soviética de Checoslovaquia en 1968 que puso fin a la Primavera de Praga.
La intención de Leonid Brézhnev, por entonces secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, era otorgar legitimidad al Pacto de Varsovia –el equivalente oriental de la OTAN– para intervenir militarmente en cualquier país del bloque comunista si se consideraba que la continuidad de sus regímenes corría peligro.

El reciclaje de este concepto es muy revelador de la sensación de Nueva Guerra Fría que se percibe en los últimos años, y más intensamente en el último mes, desde la invasión rusa de Ucrania. Con su utilización se alude a la intromisión del Kremlin en los países de la antigua órbita soviética, lo que permite transmitir fácilmente una imagen general, pero limitada, de lo que está sucediendo. Por ello, a continuación se profundiza en la idea de soberanía limitada de Ucrania en relación a su deseo de ingreso en la OTAN.
Las bases de la convivencia internacional
La integridad del territorio nacional, junto a la que va aparejada la inviolabilidad de las fronteras, es uno de los principios fundamentales del Derecho internacional. Esas normas de las que las sociedades humanas se han ido dotando progresivamente para evitar repetir los errores del pasado. Estas reglas han funcionado tan bien que buena parte del mundo se ha desacostumbrado a las guerras, pero siempre hay que tener presente que históricamente apenas ha pasado tiempo desde el holocausto nazi o el lanzamiento de las bombas nucleares en Hiroshima y Nagasaki.
El sistema internacional de Estados se “congela” en 1945, a falta de la descolonización, con los límites acordados por Franklin Roosevelt, Winston Churchill y Iósif Stalin en la Conferencia de Yalta –curiosamente en Crimea– escribiendo las preferencias de cada parte en una servilleta. Aquello fue una disposición de todo el mundo en manos de tres potencias que bien podría considerarse el mayor ejercicio de reafirmación de las soberanías limitadas de la historia, pero por entonces los acuerdos simplemente se negociaban así.
El período de la Guerra Fría no fue pacífico, pero sí relativamente estable a escala internacional; y lo fue, entre otros motivos, porque el equilibrio de poder entre los dos bloques enfrentados garantizaba el respeto de las fronteras en la mayoría de lugares donde podía existir un conflicto potencial. En la década de 1990, con la caída del bloque soviético, parecía que se había llegado a la ansiada era de la paz, lograda gracias a la democracia liberal como sistema político y al capitalismo como sistema económico hegemónico –lo que el politólogo estadounidense Francis Fukuyama denominó “el fin de la historia”–, pero el optimismo fue en realidad muy efímero.

Occidente hizo y deshizo a su antojo durante los años noventa, aprovechando la debilidad de Rusia, y creó un nuevo orden mundial respaldado por la superioridad militar de Estados Unidos. En pocos años surgió una gran cantidad de nuevos Estados y cambiaron las fronteras de otros, pero una vez que el mapa era más favorable a las grandes potencias se decidió volver a congelar la realidad internacional. El Derecho Internacional, una vez más, fue suspendido durante ese período de tiempo para dejar espacio a los intereses geopolíticos de los Estados más poderosos.
La desintegración de la Unión Soviética fue sorprendentemente pacífica si se tiene en cuenta la dimensión del acontecimiento histórico: una de las dos grandes potencias perdía la Guerra Fría, pero lo hacía de buena gana, “sin pegar ni un tiro”. En el contexto de distensión de 1990, Mijaíl Gorbachov se preguntaba de quién se iba a defender la OTAN tras el final de la Guerra Fría, y llegó a plantearle al secretario de Estado de Estados Unidos, James Baker, que si no iba a ser una alianza militar contra la URSS sino contra los desafíos futuros de la humanidad ellos también querían formar parte. Es probable que Baker todavía se esté riendo en su rancho de Texas.
Finalmente, las condiciones pactadas por los gobiernos de George Bush y Gorbachov incluían la reunificación de Alemania a cambio de la promesa de no expansión de la OTAN al este, de manera que todos los demás países del Pacto de Varsovia quedaban de facto como “Estados tapón” entre occidente y Rusia. Este acuerdo verbal se lo llevaría el viento tras la fallida reelección de Bush contra Bill Clinton.

El propio Joe Biden reconocía en 1997, cuando era senador, que la ampliación de la OTAN hacia los países bálticos provocaría una respuesta hostil por parte de Rusia, y esta ha tardado en llegar, pero ha llegado. La invasión de Ucrania es una agresión injustificable y está dejando consecuencias humanitarias durísimas, pero es imprescindible hacer un esfuerzo por entender las motivaciones geopolíticas de Rusia para no caer en la clásica denuncia de la paja en el ojo ajeno.
El encaje de Ucrania
Otra de las claves de la sociedad internacional es la existencia de Estados nación, cuyo fundamento es la coincidencia entre su territorio y la población de su grupo étnico o cultural mayoritario. Esta norma no escrita da estabilidad a la anterior, ya que las fronteras son más respetadas si las personas que las habitan se sienten parte de la misma comunidad política. Por el contrario, existe contradicción allí donde una nación no puede constituir su propio Estado porque las fronteras artificiales, aquellas que se han diseñado por intereses históricos, no se corresponden con las poblaciones, siendo fuente potencial de conflicto.
Ucrania es un Estado soberano, miembro de pleno derecho de la ONU, y como tal debe ser tratado en el orden internacional, pero al mismo tiempo no se puede obviar que se trata de un Estado accidental. El territorio de Ucrania ha pasado por muchas manos a lo largo de la historia y en él convive una población mayoritaria, los ucranianos propiamente dichos, y una minoría que se considera oprimida, los prorrusos, con orígenes, idioma y religión diferente. Los rusos étnicos se concentran principalmente en la zona sureste del país, en las provincias secesionistas del Donbás, pero como suele ser habitual la población está mezclada en distintos porcentajes por todo el país, por lo que no existe una solución territorial que convenza a las dos partes.
En cuanto a los proyectos políticos, en líneas generales se asume que los ucranianos son prooccidentales, a pesar de los matices internos. El relato mayoritario sobre Europa del este, en el que Ucrania ocupa un papel destacado, es el de pueblos que se levantan contra sus gobiernos tiránicos y exigen la entrada en la Unión Europea y en la OTAN por el atractivo de pertenecer al “club de los ricos” y como garantía de su libertad. En Ucrania, al igual que en otros países de la antigua órbita soviética como los bálticos, conviven las aspiraciones legítimas de una mayoría prooccidental con un dudoso respecto a las minorías, uno de los fundamentos de las democracias y clave en la estabilidad interna de cualquier Estado, pero especialmente en los plurinacionales.

Las reivindicaciones democráticas de los ciudadanos del este de Europa efectivamente existen, como se puso de manifiesto al inicio del Euromaidán, pero son solamente una parte de la historia. En la práctica, el desarrollo de las revoluciones de colores parecería invertir el orden de los factores: primero se decide en algún despacho de Washington qué países deben ser los próximos en cambiar de bando y después se movilizan todos los recursos mediáticos y económicos necesarios para hacerlo atractivo y, si eso no es suficiente, los de inteligencia y hasta militares para hacerlo realidad.
La Realpolitik también está ganando esta vez, pero en sentido contrario al que suele ser habitual. Con un enorme desgaste militar, económico y político, Rusia ha conseguido el reconocimiento del propio presidente Zelenski de que Ucrania deberá renunciar a entrar en la OTAN y seguirá siendo un Estado tapón.
En este punto, merece la pena sacar del cajón otro término geopolítico de la Guerra Fría, el de finlandización, que hace referencia al histórico papel neutral de Finlandia a pesar de las presiones estadounidenses y la amenaza del vecino ruso. Lograr algún tipo de acuerdo con Rusia que deje a un lado lo militar, poniendo fin a la invasión y al conflicto en el Donbás, no implica necesariamente que los ucranianos tengan que enterrar su pretensión de occidentalizarse en lo relativo a la democracia y la economía, siempre y cuando eso sea lo que realmente desean y no se impongan las minorías reaccionarias. A otros países neutrales como Finlandia, Suecia, Austria, Suiza o Irlanda, no les ha ido mal con ese estatus internacional.
Soberanías limitadas
Estados Unidos siempre ha maniobrado para evitar una política de defensa común europea autónoma de la OTAN. Estos intereses han sido canalizados normalmente por vías diplomáticas, pero existe una parte de la historia menos conocida que parece pertinente en este momento de debate sobre la injusticia de la soberanía limitada.
La Operación Gladio fue una misión secreta de la OTAN y la CIA para dirigir en la sombra la política europea durante la Guerra Fría a través de métodos ilegales. Se vincula con las actividades de grupos terroristas de extrema derecha con el objetivo de tensionar la situación política, con especial presencia en aquellos países en los que el Partido Comunista llegó a tener opciones de alcanzar el gobierno, como Francia e Italia. Bajo esta oscura operación pesan acusaciones como el atentado de la estación de Bolonia –atribuido a las Brigadas Rojas–, el secuestro y asesinato del primer ministro italiano –democristiano– Aldo Moro o la matanza de los abogados de Atocha.

Si estas injerencias con tintes imperialistas pueden hacer tambalearse a las democracias europeas, en el resto del mundo la historia ha sido mucho menos “amable”, como explica el periodista estadounidense Vincent Bevins en su libro El Método Yakarta. La cruzada anticomunista y los asesinatos masivos que moldearon nuestro mundo.
Su investigación revela el modus operandi del imperio estadounidense, que ha derrocado gobiernos democráticos con colores políticos distintos a sus intereses y, mucho más grave y menos difundido, ha cometido auténticas limpiezas ideológicas que habrían comenzado con el asesinato de aproximadamente un millón de personas consideradas comunistas en Indonesia en 1965, pero que se habría extendido a otros países como Chile, Argentina, Brasil, República Democrática del Congo, Sudáfrica, Corea del Sur, Vietnam…
Con este brevísimo repaso histórico podría dar la impresión de que se trata de episodios aislados, lejanos e incluso justificables en el contexto de la Guerra Fría, pero lo cierto es que esta dinámica se ha mantenido hasta la actualidad. Piénsese en la campaña de desprestigio mediático y la persecución judicial y en el ámbito personal –todo bajo la apariencia de normalidad democrática– que recibiría un candidato que propusiera hoy en día la salida de su país de la OTAN.
Conclusión
No se puede profundizar aquí en los detalles de las acciones de la CIA y otras agencias de inteligencia para supeditar las políticas de los diferentes Estados a la voluntad de Estados Unidos y sus socios, por lo que se intentará ampliar el tema en otro artículo. En cualquier caso, con lo visto hasta ahora, parece más acertado hablar de soberanías limitadas en la mayoría de países del mundo.

Un Estado no decide entrar a formar parte de la OTAN: Rusia no pudo; tampoco salirse: el gobierno de Felipe González lo prometió pero recibió innumerables presiones para reconsiderar su postura; ni siquiera es invitado: es forzado a entrar o vetado, según sean los planes de la potencia hegemónica.
Las cuestiones nacionales son sin duda muy importantes, pero este panorama mundial explica buena parte de las diferencias entre eventos políticos relativamente asimilables como el reconocimiento por parte de la comunidad internacional de las declaraciones unilaterales de independencia de países como Eslovenia o Letonia, frente al rechazo de la anexión de Crimea o la independencia del Donbás, que son dos de las principales causas del conflicto abierto en Ucrania.
Referencias
AFP (1982): “La doctrina de la soberanía limitada”, El País. https://elpais.com/diario/1982/11/12/internacional/405903611_850215.html
Ferreira, M. (2015): “Los ejércitos secretos de la OTAN: la Operación Gladio”, El Orden Mundial. https://elordenmundial.com/la-operacion-gladio/
Martínez, G. (2021): “Publicación de 'El Método Yakarta'. Torturas y asesinatos: la estrategia de EEUU durante el siglo XX para vencer al comunismo”, Público. https://www.publico.es/culturas/publicacion-metodo-yakarta-torturas-asesinatos-estrategia-eeuu-siglo-xx-vencer-comunismo.html
Muñoz González, S. (2022): “La acusación de Putin a la OTAN: "Ni un centímetro hacia el este, nos dijeron en los años noventa"”, COPE. https://www.cope.es/actualidad/internacional/noticias/acusacion-putin-otan-centimetro-hacia-este-nos-dijeron-los-anos-noventa-20220309_1959135
Sarotte, M. E. (2019): “Rusia y la OTAN: ¿promesas rotas?”, Política Exterior. https://www.politicaexterior.com/articulo/rusia-la-otan-promesas-rotas/