Los Talibán acaban con el opio
En el año 2000, durante su primera etapa en el poder, los Talibán lograron acabar con el cultivo de opio en Afganistán. Lo hicieron gracias a una estrategia de represión brutal que castigó severamente a aquellos que desafiaron la prohibición y continuaron cultivando amapola. Sin embargo, la prohibición no duró mucho y al año siguiente la producción se había reanudado.
Con la invasión estadounidense las cosas no fueran distintas y durante los 20 años de presencia yanqui el opio siguió siendo una de las piezas centrales de la economía afgana.
Por último, cuando volvieron al poder los Talibán prometieron acabar con el opio, pero el anunció se recibió con escepticismo.

En un primer momento los Talibán ansiaban el reconocimiento internacional que permitiera mantener abiertos los canales de ayuda extranjera y este anuncio se interpretó como una manera de cortejar a las organizaciones internacionales sin ninguna intención real. Ahora, casi dos años después de la caída de Kabul, las imágenes por satélite nos muestran que las promesas Talibán no eran un intento de seducción sino el inicio de un programa efectivo para acabar con el opio. ¿Han conseguido los Talibán acabar con el cultivo de opio en Afganistán?
La prohibición
Afganistán produce el 80% del opio mundial y supone el 95% del mercado europeo. El opio es un problema endémico en Afganistán y supone una herramienta de subsistencia para miles de campesinos, promueve la corrupción y actúa como combustible de la violencia con distintas milicias y facciones (incluso dentro de los Talibán) financiándose a través del cultivo y tráfico de opio.
Así las cosas, cuando en abril de 2022 los Talibán prometieron acabar con el opio no parecía muy realista esperar resultados a corto plazo. De hecho, ese mismo año el cultivo de opio subió un 32% con respecto al 2021, aunque lo cierto es que esto tiene más que ver con la naturaleza de la prohibición de los Talibán que con su ausencia.
Los Talibán comenzaron a implementar la prohibición poco después de su anuncio en 2022 pero, al contrario que en otros intentos por erradicar el cultivo, decidieron optar por una estrategia más pragmática. En primer lugar, buena parte de esos cultivos ya estaban en marcha antes de que los Talibán llegaran al poder y, por otro lado, el nuevo gobierno afgano decidió sólo erradicar los cultivos más recientes, los que estaban más lejos de recolectarse.
Así, permitieron a los agricultores cuyos cultivos ya estaban avanzados quedarse con el opio y obtener ingresos con él. Esto se hizo principalmente para evitar una contestación popular ante la prohibición y reducir sus costes, pues estos son mayores cuanto más tiempo tiene el cultivo.
El resultado de estas políticas fue muy satisfactorio. Las imágenes por satélite de la provincia de Helmand, al sur del país, muestran la gran efectividad de la prohibición. En 2022 se dedicaban 129.000 hectáreas en la región al cultivo de opio, mientras que en abril de 2023 sólo 740 hectáreas se dedicaban a su producción. Esta reducción significativa contribuye a su vez a reforzar la prohibición pues es más sencillo identificar a aquellos que tratan de evitarla.

Además, los Talibán no sólo están actuando contra el cultivo en sí, sino contra la producción de drogas, acabando con los laboratorios de metanfetamina en el país.
En este sentido, los Talibán también comenzaron a implantar restricciones a finales del 2022 al comercio y cultivo de la efedra, que es una planta cuyo extracto se utiliza para la fabricación de metanfetamina. También se prohibió su almacenamiento y los cultivos fueron destruidos dejando los mercados de la droga como el Abdul Wadood completamente desiertos.
Estas medidas han aumentado los riesgos y costes, haciendo de este tipo de cultivos una opción cada vez menos atractiva y enviando el mensaje claro de que la prohibición del opio iba a ser integral, lo que ha tenido un gran efecto disuasorio en la población rural. Al fin y al cabo, dedicar las tierras al cultivo de opio supone el riesgo para los agricultores de quedarse sin nada. Los Talibán destrozarán el cultivo y el agricultor se quedará sin cosecha, con los campos destruidos y sin tiempo ni recursos como para plantar alguna alternativa.

A la vista de los resultados podemos concluir con certeza que los Talibán han conseguido lo que tantos otros intentaron sin éxito, acabar con el cultivo de opio en el país, al menos de momento.
Consecuencias
La presencia del opio en Afganistán ha sido prácticamente constante (con excepción del breve parón en 2001 a causa también de la prohibición por parte de los Talibán) y su erradicación podría tener consecuencias significativas tanto internas como externas. Desde el punto de vista interno hay que tener en cuenta que el opio es un medio de subsistencia para muchísimos afganos.
La mayoría de la población del país no cultiva su propia comida sino que cultiva productivos competitivos económicamente como el opio y con sus beneficios satisfacen sus necesidades vitales durante todo el año.
Además, la mayor parte del opio se está sustituyendo por trigo, un cultivo de bajo valor desde el punto de vista económico que no puede ni acercarse a las rentabilidades que produce el opio, por lo que la prohibición puede ahondar en la crisis de una población ya de por sí vulnerable.
Por otro lado, el cultivo de alternativas más rentables económicamente como la granada o el azafrán requieren mayor inversión y unas infraestructuras como canales de irrigación, que simplemente no están disponibles, por lo que las posibilidades de su establecimiento son muy limitadas.

De hecho, el opio es una de las industrias más prosperas de Afganistán, sólo en 2022 empleó a más de 450.000 personas y generó 1.300 millones en salarios para los agricultores. Esto es una realidad a la que el gobierno Talibán deberá hacer frente si no quiere ahondar aún más en la complicada situación económica y humanitaria del país.
La prohibición también afectará de manera desigual a los agricultores, siendo aquellos que tienen más tierras y la capacidad para almacenar suficiente opio los beneficiados a corto plazo. Estos agricultores pueden aprovecharse de la subida de precios que provocará la prohibición para vender más caro y mantener sus beneficios, mientras que aquellos con extensiones de tierra más pequeñas no tendrán esa capacidad y su situación económica empeorará notablemente.
En el plano exterior los efectos tardarán en notarse. En el año 2000 los Talibán ya consiguieron imponer con éxito la prohibición sobre el cultivo de opio, pero no fue hasta casi dos años después cuando los efectos comenzaron a notarse en Europa. Se calcula que la cosecha de opio afgana tarda entre un año y 18 meses en llegar a Europa, por lo que los efectos no se sentirán en los mercados europeos a corto plazo.
Sin embargo, con la anterior prohibición los efectos fueron significativos. Dos años después de la prohibición la pureza cayó del 55% al 34%. Además, la escasez de heroína que provocó la prohibición abrió el camino para la llegada de opiáceos sintéticos como el fentanilo que poco tiempo después apareció en Europa por primera vez. Se calcula que los opiáceos sintéticos como el fentanilo son 50 veces más potentes que la heroína natural y el riesgo de sobredosis es significativamente más alto.
En Estados Unidos, dónde la crisis de los opiáceos no tiene que ver con el tráfico ilegal sino con su deficiente sistema sanitario y el abuso de prescripciones medicas de opiáceos, el fentanilo acabó con la vida de 68.000 personas solo en 2021.

Por el momento, la evolución de los precios en Europa nos muestra que hay heroína suficiente como para abastecer al mercado, por lo que no debemos esperar efectos dramáticos a corto plazo.
La prohibición del opio, un cultivo que ha sesgado innumerables vidas y fomenta la criminalidad, la inestabilidad y la violencia en un país devastado como Afganistán debería acogerse como una buena noticia independientemente de quién lo haya conseguido.
Sin embargo, que no hayan conseguido establecerse alternativas creíbles a largo plazo genera dudas sobre la continuidad de esta prohibición. Asimismo, tendrá consecuencias para su principal cliente, el mercado europeo, por lo que los gobiernos de la región deberán abordar decisivamente si quieren evitar una nueva amenaza a la salud pública.