Oriente Medio y la Imaginación Geopolítica (II)
Por Jesús M. Pérez Triana
El pasado día 17 de enero fue el 30º aniversario del comienzo de la Operación DESERT STORM, la campaña multinacional para liberar Kuwait de la ocupación del régimen de Saddam Hussein. La crisis internacional había comenzado el 2 de agosto de 1990 con la invasión del pequeño emirato. Una oportuna campaña de influencia en Estados Unidos predispuso a la opinión pública estadounidense a favor de una guerra.
Tras semanas de bombardeos que machacaron al ejército iraquí, las fuerzas terrestres de la coalición multinacional se pusieron en marcha el día 24 de febrero y, en una fulminante campaña de 100 horas, expulsaron de Kuwait al ejército iraquí. En realidad, Saddam Hussein retiró sus tropas, que huyeron en desbandada. La puerta hacia Bagdad quedó abierta pero para el gobierno estadounidense un cambio de régimen en Iraq excedía el mandato otorgado por Naciones Unidas. Según el presidente George H. W. Bush, cabía el peligro de perder el consenso logrado por la comunidad internacional y que se rompiera la coalición militar que incluía países árabes.
El presidente Bush pocos meses después anunció que el mundo se abría a un "Nuevo Orden Mundial". Los regímenes comunistas de Europa del Este se habían disuelto, dando paso a nuevos gobiernos democráticos. Por su parte, la Unión Soviética había entrado en una nueva fase de distensión con Occidente. Durante varias décadas la rivalidad geopolítica había paralizado el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas gracias al poder de veto de las cinco potencias con asiento permanente. La guerra de la coalición multinacional contra Iraq para liberar Kuwait habría una nueva era de consenso y cooperación.
En 1994, un asesor presidencial acuñaría el concepto de "estados canallas" (rogue states) para referirse a países que se saltaban las leyes internacionales, apoyaban el terrorismo, reprimían a su propia población y desarrollaban armas de destrucción masiva (la tríada nuclear, biológica y química).
La victoria militar contra Iraq llevó a una ola de euforia y patriotismo en Estados Unidos, donde hubo desfiles militares con globos, serpentinas y confetis. Se habló del fin del "Síndrome de Vietnam". Pero al año siguiente de la guerra, el republicano George H. W. Bush perdió las elecciones presidenciales frente a un político mucho más joven, el demócrata Bill Clinton, uno de cuyos asesores se hizo famoso por haber escrito en una pizarra en la oficina de la campaña la frase "Es la economía, estúpido".
Mientras tanto, Saddam Hussein se mantuvo en el poder en Iraq. Pero el asunto quedó convertido en una espina clavada en la memoria de muchos altos cargos del gobierno del presidente saliente. A finales de los años 90 un grupo de ellos creó un think-tank llamado Project for An American Century y en su agenda política figuraba abiertamente el cambio de régimen en Iraq.

Cuando las elecciones presidenciales del año 2000 fueron ganadas por el republicano George W. Bush, hijo de George H. W. Bush, contó con muchos antiguos miembros del equipo de su padre para su nuevo gobierno. Por ejemplo, Dick Chenney, que había sido secretario de Defensa con el padre, se convirtió en vicepresidente del gabinete del hijo.
George W. Bush accedió a la presidencia de los Estados Unidos con una agenda en política exterior que pretendía enmendar el intervencionismo de Bill Clinton, que había desplegado tropas en sitios como Haití y los Balcanes, pero entonces sucedió el 11-S.
Estados Unidos fue golpeado el 11 de septiembre por una red subestatal y transnacional que había atentado en África, lo había intentado en Filipinas y en sus preparativos movió personas desde Afganistán a Estados Unidos pasando por España. En palabras del periodista y escritor argentino Fernando Iglesias en su libro "Twin Towers. El colapso de los estados nacionales“ (2002, página 13) señalaba que el 11-S había demostrado:
"la espeluznante incapacidad del estado nacional más poderoso del planeta para cumplir con la más elemental de sus funciones -la protección de la vida de sus ciudadanos- y al inmenso poder destructivo que frente a éste posee una pequeña red que se organiza desanclada y desterritorializadamente en un mundo global determinado por la tecnología punta".
Se cuenta que al día siguiente de los atentados del 11-S había ya altos cargos del gobierno de George W Bush pidiendo planes para invadir Iraq por los pasillos del Pentágono, uno de los edificios golpeados aquel día. Para los planificadores estadounidenses era más fácil visualizar un enemigo estatal. La caída del régimen talibán en Afganistán a finales de 2001 había dejado una sensación de anticlímax. Tras el 11-S, se aspiraba a una clara victoria militar con tropas estadounidenses izando su bandera en el corazón de la capital del enemigo como si de soldados soviéticos ondeando la bandera roja sobre el Reichstag de Berlín se tratara.

El 29 de enero de 2002, apenas cinco meses después del 11-S, el presidente George W. Bush se refirió en el discurso del estado de la Unión a Irán, Iraq y Corea del Norte como el "Eje del Mal", con diferentes acusaciones contra cada país que repetían los criterios empleados anteriormente para señalar a los "estados canallas". Un año después, Estados Unidos invadió Iraq.
La justificación para la invasión fue que Iraq no estaba colaborando con los inspectores de Naciones Unidas y que eso significaba que el régimen de Saddam Hussein mantenía un programa secreto de armas químicas. Años después, el ejército de los Estados Unidos llevó a cabo un proyecto de investigación sobre el punto de vista iraquí sobre la invasión de Iraq de 2003. Altos cargos del régimen fueron entrevistados y numerosa documentación fue cotejada. Según los altos cargos del régimen las famosas armas de destrucción masiva nunca existieron, pero Saddam Hussein necesitaba hacer creer que las tenía como un farol que poder lanzarse frente a Irán.
Para los críticos de la política de George W. Bush la invasión de Iraq de 2003 fue sólo un episodio más del imperialismo estadounidense apoderándose de recursos valiosos de países no desarrollados. Pero los libros de periodistas e historiadores que han tratado de desentrañar cómo es que el gobierno de Bush tomó la decisión de invadir Iraq, hablamos de libros como Los Vulcanos de James Mann, retratan una galería de personajes afectados de "hubris" que se creyeron capaces de cambiar la historia y el mundo.
Para los conservadores de Washington D.C., enfrentarse al desafío global del salafismo yihadista requería ir a las causas políticas y sociales. Derrocar el régimen de Saddam Hussein iba a ser la oportunidad para democratizar por la fuerza a un país musulmán del corazón de Oriente Medio y convertirlo en brillante ejemplo para la región.
Durante la fase de preparación de la cumbre del G-8 de junio de 2004, el gobierno de George W. Bush preparó un plan de acción para un área denominada “Gran Oriente Medio” que añadiría el Magreb y las Repúblicas ex-soviéticas de Asia Central a los países que normalmente se consideran en esa región. La idea era lanzar un paquete de medidas orientadas al desarrollo económico y social con el poco disimulado objetivo de atacar el caldo de cultivo del extremismo político en el mundo musulmán. Si el mundo musulmán va de Nigeria al sur de Filipinas, Oriente Medio ha sido siempre su corazón cultural e intelectual

La idea era que impulsar el desarrollo económico y social de los países musulmanes reduciría la carga de agravios de unos países con una elevada población joven con expectativas vitales limitadas. Esa frustración ayudaría finalmente años más tarde a articular la ola de protestas conocida como "Primavera Árabe" de la que en 2021 se cumple el décimo aniversario.
Es indudable la interconexión del Oriente Medio “tradicional” con el Magreb y Asia Central, como demostró la propagación de la “Primavera Árabe” de Mauritania a Yemen o el papel que Irán y Turquía juegan en el Cáucaso y Asia Central. Pero la iniciativa del gobierno Bush fue criticada desde el comienzo porque bajo el concepto Gran Oriente Medio aparecían englobadas regiones dispares y distantes con dinámicas políticas, sociales y económicas diferentes, por lo que difícilmente las medidas podrían ser efectivas. Desde el propio mundo árabe se criticó la iniciativa por etnocéntrica, paternalista y simplista. Evidentemente, la idea de fondo que a nadie se le escapaba era la premisa de que estos países eran atrasados y problemáticos.
La iniciativa no llegó muy lejos pero el concepto Gran Oriente Medio ha tenido sus adeptos. Sirve para expresar la naturaleza flexible del tablero de juego del mundo árabe y musulmán. Un tablero de juego donde la caída del régimen de Saddam Hussein provocada por Estados Unidos eliminó un importante contrapeso a Irán y le abrió la puerta a construir un corredor chií hasta el Mediterráneo como veremos en la siguiente parte.
[Continuará]