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Ha vuelto a ocurrir. Otro Primer Ministro británico abandona el cargo antes de tiempo o, mejor dicho, le fuerzan a abandonarlo. David Cameron, Theresa May, Boris Johnson y ahora Liz Truss son los gobernantes a los que el Reino Unido tuvo que decir adiós antes de lo previsto en esa trituradora política que es el sistema británico postbrexit. Todos ellos cometieron errores insalvables y la historia no podrá decir que fueron buenos gobernantes.

De hecho, varios de ellos (especialmente Cameron, Johnson y Truss) competirán por un lugar en la historia de los gobiernos más disfuncionales, dañinos e incapaces de la historia británica y, sin embargo, el problema no eran ellos, o no sólo ellos, sino una decisión histórica ruinosa llamada Brexit que es imposible hacer real, lo que a su vez choca de frente con años de relatos basados en mentiras que el partido conservador quiso abrazar por motivos electoralistas cegado por un nacionalismo que no le conduce a ninguna parte.

La entonces Ministra de Asuntos Exteriores, Liz Truss, en una llamada con el Ministro de Asuntos Exteriores de Francia, Jean-Yves Le Drian. Fuente: UK Government

Es este choque entre la realidad del país y las mentiras del Brexit el que ha condenado a Reino Unido a una inestabilidad política por perseguir un imposible, que el Brexit funcione.

Crónica de una muerte anunciada

A pesar de estar sólo cuarenta y cuatro días en el cargo, la dimisión de Truss era segura desde hace tiempo, su gobierno estuvo condenado al fracaso desde el momento en el que presentó un borrador de presupuestos que incluía masivas bajadas de impuestos al mismo tiempo que un importante aumento de la inversión pública, incrementando así la deuda pública y poniendo en cuestión la sostenibilidad de los servicios públicos.

El mercado reaccionó como se esperaría en estos casos, la libra se desplomó, los intereses de la deuda británica aumentaron considerable y el Banco de Inglaterra tuvo que intervenir para sostener a la Libra, mientras criticaba públicamente la política económica de la nueva mandataria.

En un primer momento, Truss intentó aguantar el tipo copiando una página del libro de su predecesor Boris Johnson; huida hacia adelante haciendo caso omiso a las críticas y defendiendo su programa a pesar de la evidencia de que simplemente su anuncio estaba conduciendo a Reino Unido a la ruina económica. No funcionó. La presión de los mercados continuaba y en su propio partido pedían a voces que diera un giro a sus políticas y Truss finalmente cedió.

El que absorbió el impacto fue el ministro de hacienda Kwasi Kwarteng, que se habia implicado personalmente en el borrador de presupuestos y era, junto con Truss, el gran valedor del mismo. Pero la dimisión de Kwarteng no calmó ni a los mercados ni a su partido, a partir de ahí Truss no tenía nada que hacer y su retirada era sólo cuestión de tiempo.

El último clavo en el ataúd de Truss fue la llegada del nuevo ministro de hacienda Jeremy Hunt, su primera medida fue revertir el borrador de presupuesto, retirando las bajadas fiscales (e incluso anunciando que subiría los impuestos) y admitiendo que el plan presentado por su jefa había sido un error. Hunt aparecía en prensa dando una sensación de control y calma, mientras Truss estaba desaparecida desde la dimisión de Kwarteng. Fue en este momento cuando perdió el poder definitivamente y lo que siguió es una pantomima que, si no fuera por la seriedad de la situación británica, pasaría a los anales de la historia del humor inglés.

Las cartas en el comité 1922 (el que puede proponer una moción de confianza si suficientes diputados lo piden) se acumulaban y cada vez había más voces dentro de los Tories que pedían la dimisión inmediata de Truss. Pero había un problema, las reglas del Comité otorgan un periodo de gracia de un año al Primer Ministro en el que no pueden presentar la moción de confianza, esta era una decisión interna y el comité podía cambiar las reglas si así lo deseaba, pero hubiera sentado un precedente con el que no todos los Tories estaban de acuerdo.

De esta manera, los Tories plantearon la siguiente votación en Westminster (concretamente una que versaba sobre el fracking) como una moción de confianza encubierta que mediría el apoyo del partido al gobierno de Truss. Durante la sesión finalmente apareció Truss y ocupó su asiento, pero por poco tiempo, en plena sesión la jefa de disciplina del partido se levantó gritando que estaba harta y que dimitía en ese mismo momento, Truss la siguió, la agarró del brazo para que no se fuera y abandonó la sala persiguiéndola.

Mientras estaba fuera se votó la moción y cuarenta diputados Tories votaron en contra, Liz Truss terminó su gobierno sin votar en su propia moción de confianza. Tras la votación y debido a la situación, la tensión en los Tories aumentó y la prensa reportó gritos, insultos y hasta agresiones físicas, mientras Truss continuaba sin anunciar su dimisión. En definitiva, un espectáculo indigno para un país antaño considerado respetable.

Pero nada es lo que parece en este día de la marmota en que se ha convertido Reino Unido desde 2016. Truss finalmente anunció que dimitiría y, aunque esto pudiera haber sido el final de la historia, lo cierto es que no lo fue. Tras su dimisión se inició la lucha por sucederla y las perspectivas no estaban claras por la falta de un candidato de unidad en un partido profundamente fragmentado y hundiéndose en las encuestas.

La magnitud de la falta de alternativas pudo verse claramente en algunos de los candidatos posibles. Hubo voces pidiendo el regreso de Boris Johnson, aquel al que su propio partido había echado hace menos de dos meses por sus constantes mentiras. También se habló de Theresa May, otra Primera Ministra defenestrada por los propios Tories y, finalmente, Rishi Sunak, que hace poco más de un mes había perdió las primarias en favor de Truss.

Como es por todos conocido finalmente será este último el que intentará manejar este barco a la deriva en que se ha convertido Reino Unido.

El Brexit seguirá ahí

A pesar de este espectáculo y la más que dudosa capacidad de selección de élites de los Tories, el problema no está en Truss como no lo estaba en Cameron, May ni en Johnson. Por supuesto que cometieron errores y sin duda alguna sus decisiones contribuyeron a empeorar la situación y todos (quizá con excepción de May) pusieron sus intereses personales por encima de los de su país, pero la situación británica no es una que pueda solucionarse con un cambio de líder.

Vamos camino del quinto Primer Ministro en seis años y no podemos decir que los cambios en Downing Street hayan mejorado la situación, de hecho podríamos argumentar lo contrario, que la situación se ha ido deteriorando cada vez más con cada nuevo Primer Ministro. Al final la cuestión que provoca está disrupción constante en la política británica es de fondo y se llama Brexit.

Los Tories persiguen un imposible: que el Brexit funcione. El Brexit jamás podrá funcionar ya no sólo porque simplemente no es posible mantener las ventajas de la pertenencia a la Unión Europea estando fuera de ella, sino porque ni siquiera existe un Brexit que hacer funcionar.

Rishi Sunak, el nuevo Primer Ministro. Fuente: HM Treasury

Los partidarios del Brexit nunca construyeron un sistema coherente detrás del mismo, nunca definieron que políticas concretas perseguirían más allá de la salida de la UE o que modelo de país pretendían instalar y, en ese vacío, cada Brexiteer introdujo las ideas que más le atraían.

Para algunos Tories el objetivo era convertir a Reino Unido en un paraíso fiscal estilo Singapur alejado de las restricciones de Bruselas, otros creían realmente que podrían mantener las ventajas de ser miembro de la UE estando fuera, por lo que ganarían soberanía y mantendrían su estatus económico. A su vez, para otros iba sobre todo de inmigración y de evitar que europeos del este se establecieran en Reino Unido y otros simplemente lo veían como una lucha de honor nacionalista sin mayor contenido en la práctica.

Así las cosas, el Brexit no puede funcionar porque nunca significó un conjunto de políticas coherentes, sino una serie de ideas difusas que en la práctica significaban cosas distintas para muchos Tories. De ahí que los últimos primeros ministros lleguen al cargo prometiendo lo necesario para ocupar el puesto, pero luego la realidad les impida aunar las distintas sensibilidades en torno al Brexit, lo que hace que rápidamente una facción u otra comience a pedir su cabeza. La dificultad de encontrar un líder de unidad es mayúscula cuando no hay una idea sobre la que unificar.

El gobierno de Truss terminó y su sucesión también, pero lo que es seguro es que, independientemente de lo mucho o poco que aguante el nuevo Primer Ministro, la inestabilidad en Londres ha venido para quedarse provocaba por las consecuencias de un error histórico mayúsculo llamado Brexit.

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