Una discusión sobre la Alemania post-Merkel
Las elecciones federales alemanas del 26 de septiembre de 2021 se hicieron históricas ya en octubre de 2018, cuando Angela Merkel anunciaba que no buscaría otro mandato como canciller del país. En aquel mismo mes, se resignó igualmente al liderazgo de su partido, la Unión Cristiana Democrática (CDU, en alemán). Desde entonces, su sucesión se convirtió en un tema de interés constante en la política nacional y ganó importancia en el plano internacional.

Conforme se acerca el momento de la elección del nuevo canciller y las especulaciones sobre la “era post-Merkel” ganan fuerza, ¿qué se puede esperar del próximo gobierno alemán? ¿Cuáles serán sus características y qué desafíos tendrá por delante? Naturalmente, una previsión exacta es inviable, pero el clima en Berlín, la carrera electoral y el contexto internacional nos ofrecen pistas.
Primeramente, miremos el camino por el cual van las elecciones. Tras 16 años en el poder, muchos consideran el gobierno de la CDU fallido y ultrapasado, sin nuevas ideas para conservar el vigor económico y diplomático de Alemania. El Partido Socialdemócrata (SPD, en alemán), principal oposición de centroizquierda a Merkel, tampoco entusiasma a los nuevos sectores del electorado. Un mes antes de las elecciones, las encuestas no sugirieron ningún partido como el gran favorito, reforzando la posibilidad de meses de negociaciones hasta que se forme una nueva coalición.
Las inundaciones de julio de 2021, que afectaron duramente al Este del país y dejaron al menos 190 muertos, dañaron aún más la popularidad de los partidos mayoritarios, elevando la confianza de siglas alternativas para el proceso electoral.
Con eso, estas elecciones deben ver una prominencia inédita del Partido Verde, que ha modelado su imagen como un grupo centrista, atento al mercado y con una opinión asertiva de la política exterior alemana, algo bien visto en un mundo donde China es cada vez más autosuficiente y las tensiones con Rusia son comunes.
Además, las opiniones del pueblo alemán sobre el cambio climático y la adopción de tecnologías verdes han cambiado considerablemente desde la elección de 2017, impulsando al partido en un momento en que la elección de un nuevo canciller es el único elemento totalmente definido de la disputa. Su participación en el próximo gobierno es dada como cierta hasta por los partidos mayoritarios, lo que ya aportará un cambio significativo tras décadas de dominancia de la CDU y del SPD en Berlín.

El 30 de agosto, las encuestas daban una mínima ventaja al SPD con el 23.1% de las intenciones de voto, con la CDU en 2º lugar con el 22.6%, seguidos por los Verdes con el 17.5%. Si dicha tendencia se mantiene, el líder socialdemócrata Olaf Scholz será el favorito para suceder a Merkel, pero es muy poco probable que gobierne solo.
Así, se espera un gabinete menos conservador y más heterogéneo, que, independiente de quien le lidere, mantenga algunas de las mejores características de la canciller saliente (pragmatismo, buena gestión de crisis, habilidades de negociación), pero con más asertividad en puntos interpretados como débiles al final de su administración, como la recuperación económica y la postura de Alemania como un líder europeo y global.

¿Y qué esperan los demás países de esa nueva Alemania? A nivel regional, una alta capacidad de acción en el tocante a la Unión Europea, donde respuestas rápidas serán necesarias en la recuperación post-COVID, la transición verde y digital, la política de migración y asilo, y la preservación del Estado Democrático de Derecho (en especial tras las recientes regresiones autoritarias en Polonia y Hungría).
Se espera que Alemania desarrolle una visión más a largo plazo de la UE, algo que faltó al país tras una década de sucesivas crisis, donde Merkel prefirió gestionar de forma pragmática cada situación particular en lugar de impulsar esfuerzos a nivel comunitario para crear mecanismos preventivos.
Para Johannes Greubel y Sophie Pornschlegel, del European Policy Centre, con sede en Bruselas, eso implica también “europeizar” la política doméstica, una vez que la UE no estuvo tan presente como podría estar en los debates del Bundestag durante el gobierno de Merkel. A su vez, la coordinación con las políticas comunitarias es necesaria en todas las grandes decisiones nacionales de un Estado miembro del bloque. Eso requerirá una cancillería fuerte, capaz de coordinar a varios ministerios para que la producción legislativa en Bruselas, Estrasburgo y Berlín esté mejor interconectada y alineada en sus objetivos.

Esto se hace aún más necesario si consideramos que Merkel tuvo una imagen negativa en sus últimos años de su mandato. Para Heribert Dieter, del Instituto Australiano de Relaciones Internacionales, la percepción de una canciller eficiente fue sustituida por la de una canciller desorganizada, y eso disminuyó la demanda de los demás países europeos por un liderazgo alemán fuerte en los asuntos del continente.
Un cambio de postura en el próximo gobierno será importante para que Alemania no pierda a su protagonismo en la UE, en especial cuando el gobierno de Francia, otro actor clave en la construcción del bloque, estará en manos del europeísta Emmanuel Macron al menos hasta 2022.
Más allá de las fronteras comunitarias, habrá igualmente otros desafíos, una vez que el rol de Alemania en el escenario global ha cambiado considerablemente desde la reunificación del país y su protagonismo ha crecido. Todavía no está muy claro cómo será la postura del nuevo gobierno en política exterior, una vez que las opiniones cambian entre los principales partidos alemanes y sus plataformas.
Sobre Rusia, por ejemplo, existe una especie de consenso sobre la necesidad de equilibrar compromiso y contención. Se entiende que Moscú contribuye a un escenario internacional más inseguro, en especial tras los escándalos de ataques cibernéticos y la supuesta difusión de información manipulada por agentes rusos, pero nadie quiere adoptar un discurso abiertamente hostil al Kremlin.
El pragmatismo es el principal regulador de las relaciones entre ambos países y eso se transfiere a las interacciones entre la UE y Moscú. Mientras los candidatos más conservadores prefirieren apostar por una mayor cooperación con Rusia, los más progresistas desean mantener las sanciones de la UE sobre el país, en especial si hay nuevas investidas militares contra Ucrania.

Si miramos hacia China, la CDU, el SPD, los Verdes y el Partido Democrático Liberal (FDP, en alemán) están de acuerdo sobre la necesidad de construir una coordinación a nivel europeo con el país, visto como un rival estratégico con pretensiones hegemónicas, al igual que Rusia.
Las violaciones de derechos humanos en territorio chino, bien como su postura frente a Taiwán y Hong Kong, limitan el consenso sobre el grado de dicha cooperación. Otra vez, mientras que los grupos más progresistas critican tenazmente a las actitudes de Pekín, los más conservadores no las mencionan en sus propuestas de política exterior, sugiriendo menos trabas para acercarse al gigante asiático. Así, dichas preferencias nos orientarán sobre la estrategia del nuevo gobierno para Rusia y China una vez que la composición del nuevo ejecutivo alemán esté clara.
Heribert Dieter cita además tres desafíos particulares de política exterior para una Alemania altamente condicionada al legado de Merkel. Primeramente, Berlín debe marcar su presencia en los debates sobre el futuro de la integración y cooperación europea, en especial para abrir las instituciones comunitarias a una mayor y más eficiente participación ciudadana.
En segundo lugar, Alemania debe desarrollar políticas para relaciones a largo plazo con el Reino Unido, que sigue siendo uno de sus principales parceros comerciales tras su salida de la UE.
Por último, existe la necesidad de elaborar una estrategia no solo para China, pero para toda la región indo-pacífica, en especial si consideramos que Merkel, aunque tuviera una relación cómoda con Pekín durante todos sus mandatos, falló en adaptar su abordaje a la creciente relevancia del país en el medio internacional.

Por lo tanto, “inseguridad” sería un término adecuado para definir la sucesión de Angela Merkel. Inseguridad a nivel doméstico, una vez que la composición del nuevo gobierno no puede ser proyectada de forma muy fiable. E inseguridad a nivel externo, pues el nuevo canciller hará frente al desafío de reforzar y mantener la presencia alemana en una serie de agendas de gobernanza global, condicionado por los aciertos y errores de su antecesora. Existe la sensación de que Alemania pierde a su principal factor de estabilidad de los últimos 16 años.
Sin embargo, Alemania ha enfrentado momentos en su historia peores que un cambio de gobierno. La canciller parece haber entendido que su contribución estaba hecha y se retira cuando ya no puede ofrecer más soluciones para el país. Su sucesor será responsable de un gabinete heterogéneo, con miembros de más partidos y más jóvenes en la tarea de gobernar, para continuar con el legado de su antecesora.
Habrá una vida después de Merkel, bien como hubo una antes de su llegada a la Cancillería alemana. Si el próximo canciller comprueba su capacidad de identificar errores anteriores y no repetirlos, y extiende las manos al mundo con los mejores intereses de Alemania siempre en mente, el país tendrá mucho a ganar con su nuevo gobierno.
Referencias
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