Nigeria: cultos, juju y deudas que esclavizan a mujeres camino de Europa
Bella trabaja en un antro de prostitución en la mina artesanal de Bantako, en el este de Senegal. Tiene veintiún años. Antes, entre los diecisiete y los diecinueve años, fue sexualmente explotada en Mali por el desolador precio de 500 francos CFA (76 céntimos de euro) por servicio. Bella, como todos los seres humanos, tiene sueños: le gustaría ser peluquera, quizás, algún día, cuando consiga liberarse de las cadenas que le atan y llegue al destino final en su odisea personal. Europa. Esa tierra prometida que hizo que abandonara a su familia en Benin City (Nigeria) para ser llevada a Mali y luego a Senegal, arrastrada siempre bajo el subtítulo de la promesa que dice que un día llegará a Europa.

Pero primero debe pagar sus deudas. Si no las paga, sería la hecatombe. Una maldición pesa sobre ella como una espada de Damocles, elaborada por la misma mujer que convenció a Bella para aceptar su odiosa vida; si Bella huye, o reniega de su doloroso oficio, la maldición se desplomará sobre su espíritu y desgracias terribles les ocurrirán a ella y a su familia. No hace falta que Bella esté encadenada, ni siquiera le han quitado el pasaporte. Saben que no se atreve a huir. Que no dará un paso hacia su libertad hasta que la mujer que la “reclutó” en Benin City, la dueña de su maldición, le diga que puede seguir avanzando.
Claro que ni siquiera en Europa estará segura. Según un informe de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) publicado en 2017, en 2015 y 2016 llegaron a Italia 21.000 mujeres nigerianas, y el 80% fueron identificadas como potenciales víctimas de trata con fines de explotación sexual. Son 16.800 mujeres y niñas malditas en sólo dos años.
El caso de Bella es, por tanto, como un grano de trigo en el asfixiante silo de la trata de mujeres nigerianas con fines sexuales. Un hilo que se extiende desde Nigeria, con su epicentro en Lagos y Benin City, para llegar luego a otros países africanos (Senegal, Gambia, Ghana, Mali, Libia…) y luego a Europa y Asia. De todos los países africanos, Nigeria es aquél donde se encuentra una documentación más extensa y abundante vinculada a la trata de mujeres con fines sexuales.
Y la dinámica siempre es similar: una mujer o niña en situación vulnerable acude a quien le garantice un viaje a Europa; una vez cae en la red de trata, es transportada a otro país africano, donde es explotada sexualmente, en ocasiones hasta la muerte. Las más afortunadas, si puede decirse, llegan a Europa al cabo de los años, donde son igualmente utilizadas con fines sexuales hasta que paguen su deuda, que es económica y espiritual.
Espiritual, porque no quedan liberadas hasta que se desprenden del maleficio, y económica porque deben pagar cantidades desorbitadas a sus traficantes a cambio de los costos de transporte (cuyas cifras se falsean), los administrativos (también falsos en muchas ocasiones) y otros gastos, como alimentación, sanidad y alojamiento a lo largo de los años que dure el periplo.
Fraternidades, cultos, mafias
Las redes que mueven a las mujeres nigerianas son de sobra conocidas en el país africano. Una de las más famosas es la Supreme Eiye Confraternity. Una cofradía universitaria nacida en la Universidad de Ibadan en 1965 y que devino en los años posteriores en un “culto” externo al mundo universitario que dedica sus actividades al tráfico de drogas, la extorsión (con especial presencia en la ciudad de Lagos) y, como ya se conoce, al tráfico de personas.
Cuando las películas de Hollywood muestran a “mafiosos nigerianos”, como si fuera este un concepto volátil y similar a la imagen de un mafioso italiano, lo más probable es que se refieran en realidad, con su lenguaje hollywoodiano, a la Eiye Confraternity y sus coetáneos. Esos cultos-mafia cuyos miembros tienen una cicatriz en el costado (en el caso de la Eiye Confraternity), de manera que sólo tienen que levantarse un poco la camiseta para mostrar a su interlocutor con quién están hablando y lo que se espera de ellos.
Enero de 2016. Una investigación de la BBC destapa una red criminal que “usa documentos y pasaportes falsos para llevar a sus víctimas nigerianas a lugares como Gatwick”. Según el informe de la BBC, las víctimas suelen ser abordadas por traficantes en ciudades y pueblos de Nigeria, atraídos por la promesa de ganar dinero mediante la prostitución. El nombre de la organización implicada: Supreme Eiye Confraternity.
Marzo de 2021. La Audiencia Provincial de Barcelona condena a 33 años de cárcel a varios miembros de una mafia que llevó a España a “decenas” de mujeres para prostituirlas bajo amenazas. El nombre de la organización ya se conoce: Supreme Eiye Confraternity.
Octubre de 2021. Doce nigerianos fueron condenados a penas de entre dos y nueve años de prisión por el Tribunal Penal de Marsella. Fueron procesados por tráfico de personas, asistencia con residencia ilegal y proxenetismo. Su organización: Supreme Eiye Confraternity. Y siguen noticias similares en informes de la INTERPOL de 2025 (Sex Trafficking in Women in West and North Africa & Europe) y noticias relacionadas con tiroteos y asesinatos como moneda de cambio en Nigeria, siempre señalando al mismo grupo: la Supreme Eiye Confraternity. Cuya presencia traspasa fronteras y llega a Barcelona, Marsella y Londres, pero también a Nueva York, Roma y Ginebra.
Pero debe entenderse que esta organización criminal no es la única de su tipo en Nigeria. La más poderosa de su estilo es, de hecho, Black Axe, nacida en la Universidad de Benin. Suenan con igual fuerza otros nombres, como la Supreme Vikings Confraternity (Universidad de Port Harcourt), Klansmen Konfraternity (Universidad de Calabar), De Norsemen Kclub of Nigeria (una escisión de los Vikings), etc.
Cada uno de estos cultos criminales tiene sus propios ritos de iniciación, sus normas, sus orígenes, su especialidad. Si los “Air Lords” (como se conoce a los integrantes de la Eiye Confraternity) son conocidos por sus vínculos con el tráfico de personas, igual que los miembros de Black Axe, en la Klansmen Konfraternity se especializan en secuestros, asesinatos y extorsiones. Los Norsemen se involucran en robos a mano armada y secuestros, etc.

Según un comunicado que emitieron en su página de Facebook hace media década, desde la Eiye Confraternity se consideran la fraternidad más “excelente y venerada” de Nigeria y la única organización que respeta las tradiciones y el espíritu africano.
Y este es el quid de la cuestión: la filosofía tradicionalista que se esconde tras sus actos.
Ritos y supersticiones: construyendo el juju
En ocasiones, diferentes creencias nacidas de las religiones tradicionales que predominan en el sur de Nigeria (que es la zona donde se originan estos cultos) se entremezclan con los rituales propios de cada organización hasta convertirse en una mezcolanza de ideas, supersticiones, dioses y símbolos que contribuyen a la hora de fortalecer el juju (ritual mágico africano de juramentos, coerción espiritual y control mediante fetiches), que concede esa fuerza sacada de una dimensión espiritual y que no sólo sirve para coaccionar a las mujeres que se han citado, sino para imponer su autoridad sobre barrios, negocios e incluso personalidades locales.
Un claro ejemplo de este tipo podría encontrarse con Gbenga Ogunsanya, conocido como Spartacus, uno de los líderes de la Eiye Confraternity en la ciudad de Lagos. Spartacus es mitad príncipe del crimen, mitad sacerdote del dios Shango (espíritu yoruba encargado del rayo y las tormentas). Las conversaciones con este inquietante individuo, que indicó a este periodista que “podría llamar a veinte hombres ahora mismo para que vengan a matarte, pero no lo hago porque quiero hablar contigo” giran en torno a la protección espiritual que cree poseer, las nueces de cola que sirven de ofrenda a la deidad y los tragos que larga a la ginebra para practicar los rituales donde conecta con Shango. Nada es estático, no existen límites para personas como él.
La moral de los cultos viene determinada por una amalgama de creencias donde influyen los orisha (nombre con que se designan a las entidades espirituales yoruba), los rituales de cada una de las fraternidades, la educación del individuo y las exigencias sociales que determinan a cualquier sujeto involucrado; desde la prostituta aprisionada en su embrujo hasta el jefecillo local imbuido por una autoridad que es celestial y terrenal.

Los cultos nigerianos apenas conocen límites. Integrantes de distintas fraternidades con base en Lagos confirmaron a este periodista que cuentan con miembros dentro de las fuerzas de seguridad, mientras que se sirven de la superstición y de las amenazas espirituales para amedrentar a aquellos que reúnan el valor para interponerse en su camino.
El ejemplo ideal puede encontrarse con el propio Spartacus. En 2018, confesó tras ser detenido por la policía de Ogun que él y su banda habían matado a nueve personas en un año, según informó The Guardian Nigeria… y cinco años después, en 2023, Spartacus ya estaba en libertad. Su caso retrata la impotencia del sistema nigeriano para investigar a fondo a los cultos y garantizar que sus crímenes no acaben en impunidad.
No quepa duda de la extensión de los cultos criminales en Nigeria. Inciden en los negocios del país, en el tráfico de drogas y de personas, en la política, en los límites de la policía, en cuestiones terrenales y religiosas. Son, algunos dirían, la autoridad que circula a pie de calle, el verdadero poder popular que dicta qué es ley y qué es norma. Dentro de Nigeria… y tan lejos como Nueva York.