Medio de comunicación independiente

Por Alejandro Salamanca

La oleada de protestas que sacudió el mundo árabe en 2011 pilló por sorpresa a la mayoría de los especialistas e investigadores occidentales centrados en la región. Por aquel entonces la mayoría de los análisis sobre la región se centraban en el ascenso del islamismo y el fracaso del panarabismo, la resiliencia de los regímenes autoritarios de la región y la flexibilidad de los Estados rentistas ―aquellos que proveen a la población de bienes y servicios con muy poca presión fiscal a cambio de no conceder derechos políticos, como podían ser la Libia de Gadafi o Arabia Saudí.

Salvo algunas excepciones ―como el historiador y especialista en movimientos sociales Joel Beinin― la narrativa general sobre los países árabes de la primera década de los 2000 había presentado a la población como un sujeto pasivo, sometido eficientemente por sus gobiernos autoritarios mediante la cooptación y la represión. Sin embargo, la primavera de 2011 mostró cuan equivocados estaban la mayoría de los autoproclamados expertos. Inmediatamente se sucedieron los análisis, esta vez enfatizando el carácter emancipador de las nuevas tecnologías, el impacto de la crisis económica de 2008 y los problemas derivados de las privatizaciones de los años 90 y las aspiraciones democráticas del pueblo árabe. Si bien en noviembre de 2010 muy pocos habían sido capaces de prever un movimiento político transnacional, en julio de 2011 ya habían aparecido decenas de libros y centenares de artículos que explicaban lo que había pasado y lo que iba a suceder.

Con esta introducción tan solo quiero advertir al lector que las lecturas occidentales sobre los países árabes u Oriente Medio, especialmente las que intentan predecir las tendencias futuras, suelen estar bastante desencaminadas. Explicar lo que ha sucedido es complicado pero posible; prever lo que va a suceder es arriesgado y suele producir resultados risibles cuando pasa el tiempo.

La ¿nueva primavera árabe? de 2018-2020

Durante los últimos dos años las protestas han vuelto a sacudir de nuevo al mundo árabe, si bien en distintos escenarios y con diferentes resultados. Desde Argelia hasta las protestas de Irak, pasando por los exitosos movimientos de Sudán y la “revolución” libanesa, muchos árabes han vuelto a tomar las calles repitiendo uno de los principales eslóganes de la primavera árabe, “el pueblo quiere la caída del régimen”.  Si bien en la región ya ha habido otras oleadas de manifestaciones en los últimos años ―el más relevante ha sido el movimiento popular rifeño de 2016-7 en Marruecos, que acabó con decenas de manifestantes encarcelados o exiliados―, las protestas del año pasado han sido las más importantes desde 2011.

El protagonismo esta vez no ha sido para Túnez y Egipto ―donde ha habido manifestaciones, aunque más modestas― sino para cuatro países donde las protestas de 2011 tuvieron menor recorrido: Argelia, Sudán, Líbano e Irak. Cada uno de estos cuatro países tiene su propio contexto y particularidades, pero podemos observar algunos puntos en común:

Manifestantes sudaneses se reúnen frente a los edificios del gobierno en Jartum para celebrar la firma final del Proyecto de Declaración Constitucional entre representantes militares y civiles.

Tanto los manifestantes como los gobiernos han aprendido de las lecciones de hace una década. Si bien las consignas de las protestas se siguen centrando en la dignidad y la justicia frente a unas élites percibidas como corruptas, en esta ocasión los manifestantes no exigen un mero cambio de gobierno, sino transformaciones profundas en sus regímenes. En 2011 los movimientos populares en Túnez y Egipto se apagaron tras la caída de Ben Alí y Mubarak y la convocatoria de elecciones. En 2019, por el contrario, la dimisión de los presidentes o primeros ministros de los cuatro países no aplacó el fervor popular; las elecciones son percibidas como un trámite cosmético que no traerá cambio real. Del mismo modo, la respuesta de los regímenes está siendo algo más contenida, aunque en Sudán e Irak muchos manifestantes han muerto a manos de las fuerzas de seguridad.

Protestas contra el gobierno en Beirut (2019).

En Argelia, las protestas se iniciaron con la quinta candidatura de Buteflika a presidir el país y continuaron tras su dimisión y la de su sucesor, Abdelkader Bensalah; las elecciones de diciembre de 2019 han sido boicoteadas por más de la mitad del electorado. En Líbano, la dimisión del primer ministro Saad Hariri tampoco logró sofocar un movimiento transversal y antisectario que sus integrantes han calificado como revolucionario y en el que uno de los cánticos más populares ha sido “todos significa todos” ―haciendo referencia a que la mayoría de los líderes y partidos políticos libaneses se benefician del desgobierno y la corrupción. Algo parecido ha sucedido en Irak, donde tras la dimisión del primer ministro Adel Abdul-Mahdi las calles de las ciudades del sur han seguido siendo el escenario de manifestaciones duramente reprimidas por las fuerzas de seguridad y las milicias. Por último, en Sudán las protestas acabaron forzando al ejército a intervenir y derrocar al dictador Omar al-Bashir, lo que ha dado pie a un periodo de transición de tres años ―de momento está siendo turbulento― hasta que se produzcan elecciones democráticas. Curiosamente, los manifestantes sudaneses demandaron una transición lenta frente a las pretensiones iniciales del ejército, precisamente para evitar que todo cambiase para seguir igual.

El Coronavirus: ¿fin de las protestas o una simple tregua?

Por fortuna para los gobernantes, la entrada en escena del Covid-19 ha alterado el escenario, si bien es cierto que la crisis económica en el Líbano y la escalada entre Irán y EEUU y la irrupción de las milicias en Irak ya habían debilitado los movimientos populares de dichos países. Ante la amenaza de contagio en países con un sistema sanitario bastante precario, los líderes de las protestas han decidido desconvocar las acampadas y manifestaciones en un ejercicio de responsabilidad ciudadana. La energía de los integrantes de estos movimientos se ha centrado desde entonces en tratar de prevenir y paliar los efectos del coronavirus en sus respectivos países, bien mediante campañas de concienciación y sensibilización o bien mediante la fabricación y distribución de mascarillas y equipos de protección improvisados. En cierto modo, la sociedad civil ha asumido las funciones que los Estados no pueden desempeñar, ya sea por incapacidad o por dejadez.

Al mismo tiempo, los gobiernos y las élites de los países árabes han aprovechado la crisis para presentarse como única alternativa seria y sólida en situaciones de crisis. El aparente éxito de la estrategia del régimen autoritario chino en comparación con la mala gestión de las democracias occidentales es esgrimido como argumento por parte de los defensores del status quo. En Argelia el gobierno ha cerrado las fronteras, ha suspendido la actividad en las mezquitas y ha prohibido las reuniones públicas y manifestaciones. Si bien las medidas son temporales, pueden ser aprovechadas para reprimir las protestas una vez pase la epidemia. En el Líbano, donde el Estado tiene poca presencia, han sido los partidos sectarios tradicionales ― los que han asumido las funciones de desinfección y reparto de material sanitario y control de la población, una manera de reivindicarse frente a los eslóganes de los revolucionarios.

No obstante, por lo general la población árabe está descontenta con el nivel de sus precarios servicios de salud, que son privados o requieren del pago de sobornos al personal sanitario ―la excepción son las monarquías petroleras del Golfo, que cuentan con unos servicios públicos excelentes como contrapartida a la ausencia de libertades políticas. Además, muchas voces críticas demandan más transparencia, algo fundamental para poder controlar una pandemia y calcular sus efectos y que por desgracia escasea en los regímenes árabes.

¿Volverán los árabes a las calles cuando se acabe la pandemia? Como decía al principio del texto, los análisis sobre esta región deben ser tomados siempre con mucha cautela, más en un futuro inmediato tan incierto como el que nos aguarda. Las contradicciones de los regímenes árabes y la insatisfacción de sus ciudadanos van a seguir ahí y tal vez incluso se agraven por la crisis económica que derivará del virus. Un escenario probable es que las protestas se reanuden con más fuerza, especialmente si la gestión sanitaria de los gobiernos no es buena. Sin embargo, otra posibilidad es que la tregua inesperada concedida por el coronavirus permita que los regímenes y sus apoyos externos se reagrupen y preparen la contrarrevolución.  El tiempo dirá.

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