El RCEP, ¿una nueva derrota de U.S.A ante el Gigante Asiático?
Análisis realizado por Luis Guillén Martín. Estudiante de Estudios Internacionales por la Universidad de Castilla-La Mancha.
Fue el pasado domingo 15 de noviembre de 2020 cuando se confirmaba la noticia: el acuerdo comercial más grande del mundo, llamado Asociación Económica Integral Regional (RCEP, por sus siglas en inglés), se firmaba por fin durante la cumbre de los líderes de ASEAN, en la que estaban invitados varios socios externos.

El acuerdo venía negociándose desde 2012 por la ASEAN y otros cinco países con los que la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático ya tenía acuerdos. Este tratado comercial estará conformado por China, Australia, Nueva Zelanda, Japón y Corea del Sur, más todos los países de la ASEAN (Myanmar, Tailandia, Laos, Camboya, Vietnam, Indonesia, Malasia, Singapur, Brunéi y Filipinas).
Los países que se han adherido al RCEP conforman un PIB combinado de 26,2 billones de dólares (el 30% del PIB mundial), y albergan a 2.200 millones de personas, cerca de un tercio de todos los habitantes del mundo. Así, se posiciona como el acuerdo comercial más amplio del mundo, por encima de la Unión Europea o del nuevo tratado de libre comercio firmado este año entre Estados Unidos, Canadá y México, el USMCA (al menos en cuanto a cifras).
El RCEP, además, ha supuesto varios hitos históricos entre las principales potencias económicas de Asia. Es el primer acuerdo multilateral en el que participa China, y el primer acuerdo de libre comercio en el que se incluyen las 3 mayores potencias económicas de Asia (China, Corea del Sur y Japón).
¿En qué consiste?
El objetivo principal de este acuerdo es la eliminación de hasta el 92% de aranceles en el comercio entre sus miembros, fomentando así el desarrollo económico mutuo y la cooperación comercial entre los países de la región de Asia-Pacífico.

Analizando en profundidad los 20 capítulos que componen el tratado, podemos destacar otros objetivos importantes:
Ø Otorgar tratamiento nacional a los productos de otros miembros para liberalizar el comercio regional.
Ø Facilitar que las empresas puedan situar las cadenas de suministros en los diferentes países para vender más en la región (lo que, a su vez, hace más complicado que empresas extranjeras compitan en Asia con los países miembros del RCEP).
Ø Simplificar los procesos fronterizos para agilizar el comercio.
Ø Proteger los derechos de propiedad intelectual.
Ø Promover el comercio electrónico entre ellos como forma de cooperación, invirtiendo en dispositivos electrónicos que agilicen los procesos comerciales.
Es evidente que el RCEP no inventa nada nuevo en cuanto a Tratados comerciales, ni es tan profundo como otros acuerdos de libre comercio (como el CPTPP o USMCA), pero su importancia radica en los miembros firmantes y en lo que significa para el comercio y la influencia a nivel regional.
Además, al RCEP se le ha criticado porque faltan muchas cuestiones por abordar. Por ejemplo, no hace ninguna mención a derechos laborales ni al impacto medioambiental que supone.
También se han señalado las desigualdades que creará entre grandes empresas y pequeños productores, ya que este acuerdo beneficia principalmente a los empresarios más poderosos, sobre todo en el sector primario.
La ausencia de la India
Uno de los países que estuvo presente desde el principio en las negociaciones del RCEP fue la India. Sin embargo, decidió abandonarlo a finales de 2019.

El presidente indio, Narendra Modi, advirtió de la posibilidad de que participar de este acuerdo podría provocar una avalancha de productos de varios países (principalmente chinos, pero también australianos en sectores clave como los lácteos) demasiado baratos con los que sus empresas no pudieran competir. También hay que contar con que India tiene déficits comerciales con 11 de los 15 países miembros, y temen que este Tratado agrande esa brecha comercial.
Pero la principal razón podría ser otra. Como se ha mencionado anteriormente, el RCEP beneficiará principalmente a los grandes empresarios del sector primario. Esto es algo que el país no puede permitirse, pues a pesar de que el sector agrario representaba en 2019 apenas el 17% del PIB indio, más del 50% de los indios trabajan en este sector.
Entrar en un acuerdo de libre comercio regional que favoreciese la llegada de empresas extranjeras a un sector que sufre tantos problemas en la actualidad (lo que ha supuesto que entre 250 y 300 millones de trabajadores se hayan unido a una huelga nacional masiva), sería tremendamente impopular, por lo que queda descartado, por el momento, de los planes del primer ministro indio, cuya fuerza radica en su alto índice de aprobación entre los ciudadanos indios.

La decisión de Modi fue un duro golpe para el acuerdo (India representaba el 11% del PIB conjunto de todos los países firmantes cuando decidió abandonarlo). Sin embargo, se añadió una cláusula que permitía la adhesión futura de India al acuerdo en caso de que hubiera una reconsideración por su parte. Esta cláusula es meramente simbólica, pero podría considerarse como un guiño de Xi Jinping a Modi, dejando claro que, a pesar de abandonar la iniciativa, China está dispuesta a cooperar en un futuro con India.
El Acuerdo Transpacífico
Se puede decir que el RCEP surgió como una alianza comercial alternativa al Acuerdo Transpacífico (actualmente el CPTTP), en el que participan 11 países (entre ellos, algunos miembros que pertenecen al mismo tiempo al RCEP y al CPTPP como Japón, Australia o Nueva Zelanda) y representa el 13,4% del PIB mundial.
Este es un tratado similar al RCEP, pero algo más ambicioso, pues elimina el 100% de los aranceles al comercio entre los países miembro, y sí incluye regulación sobre empleo y medio ambiente.
El Acuerdo Transpacífico (TPP, precursor del actual CPTPP) era un proyecto nacido para favorecer el comercio entre Nueva Zelanda y Chile, que ganó fuerza con el ingreso progresivo de nuevos integrantes y con el interés de Barack Obama en la región de Asia-Pacífico, que condujo a la entrada de Estados Unidos en febrero de 2016. Con la participación estadounidense, el acuerdo (aunque nunca se llegó a aprobar en el Congreso) habría llegado a combinar el 40% del PIB mundial.

El objetivo de Obama con este ingreso era contrarrestar la creciente influencia regional de China mejorando la cooperación económica en la zona, y, quizá, apretar al gobierno chino para que se viese forzado a incluirse en el Acuerdo Transpacífico (obligándolos a asumir los estándares de derechos laborales y respeto medioambiental que incluía el TPP).
Sin embargo, la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca el 20 de enero de 2017 supuso el fin de la participación estadounidense en el TPP. Como había prometido durante su campaña, 3 días después de su investidura, retiró al país del Acuerdo Transpacífico bajo el lema de “America First”, sirviendo como advertencia de que Trump no tenía intención de fomentar el multilateralismo.
“Es un desastre potencial para nuestro país. Negociaremos acuerdos comerciales que generen empleos e industria en EE. UU. de nuevo. Lo que acabamos de hacer es muy importante para los trabajadores estadounidenses”, dijo el presidente, mientras firmaba la orden ejecutiva que confirmaba el abandono del TPP.
Por su parte, los once países restantes siguieron negociando el tratado, que sería finalmente firmado en marzo de 2018 bajo el nombre de “Comprehensive and Progressive Agreement for Trans- Pacífic Partnership” (CPTPP, por sus siglas)
Bajo la bandera de la protección del empleo norteamericano, Trump perdía la oportunidad de liderar el acuerdo comercial más amplio, no sólo de Asia, sino del mundo, y que, para más inri, dejaba fuera a su gran rival comercial, China.
Nuevo liderazgo regional
Xi Jinping no perdió el tiempo tras el anuncio de la retirada de EE. UU. del Acuerdo Transpacífico y se puso al mando de las negociaciones para acordar definitivamente el RCEP.

Gracias a este acuerdo, China consigue paliar algunas de las pérdidas económicas que ha supuesto la guerra comercial con Estados Unidos. Se prevé un aumento del porcentaje de materias primas y de servicios domésticos comercializados. Sin embargo, los beneficios económicos que obtiene China no son nada comparados con los beneficios geoestratégicos.
“La firma de la RCEP no es sólo un logro histórico de la cooperación regional de Asia Oriental, sino también una victoria del multilateralismo y el libre comercio”, dijo Li Keqiang, primer ministro chino, tras la firma. China había sido capaz de llegar a un acuerdo comercial por primera vez con enemigos tradicionales como Vietnam, lo que parece mandar un mensaje claro a todos los vecinos regionales (incluyendo a India y Rusia) sobre la disposición china a cooperar con otros países a pesar de tener disputas abiertas en algunas áreas (pues recordemos que países firmantes como Vietnam, Filipinas o Malasia siguen manteniendo intensas disputas territoriales en el Mar de China meridional).
Un caso interesante es el de Australia, cuya relación comercial con China quedó dañada cuando la ministra de Relaciones Exteriores australiana exigió el envío de una comisión internacional independiente que se encargase de investigar los orígenes de la pandemia del coronavirus en China. En respuesta, el gobierno chino prohibió la importación de varios productos clave para la economía australiana (azúcar, cebada, carbón, trigo, etc). Sin embargo, fueron capaces de firmar el acuerdo de libre comercio, lo que además podría suponer la retirada de dichas sanciones.
No obstante, debemos ir más allá. Algo que llama irremediablemente la atención es el caso de Japón y Corea del Sur. La firma del RCEP supone que China, el gran enemigo estratégico de Estados Unidos, ha firmado por primera vez un acuerdo comercial con los dos principales apoyos norteamericanos en Asia.
El acercamiento chino a los gobiernos de Tokio y Seúl, al menos para cuestiones comerciales, no habría sido posible durante las anteriores administraciones estadounidenses, muy concienciadas (sobre todo la de Barack Obama) con lo fundamentales que resultan los aliados estratégicos en Asia (“Pivot to Asia”).

Sin embargo, Donald Trump supuso una disrupción en la estrategia de EE. UU. en la región (como en tantas otras cosas). El presidente comenzó a cuestionar cuál tenía que ser el papel de su ejército en Japón, exigiendo a Tokio cuadriplicar los pagos anuales a las fuerzas estadounidenses con la amenaza de retirar sus tropas. Algo similar ocurrió con Corea del Sur, donde Trump exigió que Seúl asumiera más costes por el despliegue de tropas militares estadounidenses.
Pero esta alianza con Japón y Corea del Sur tiene aún más consecuencias. En 2015, China anunciaba su plan estratégico “Made in China 2025”, cuyo principal objetivo es dejar de ser la fábrica barata del mundo mejorando la capacidad de fabricación de la industria china para poder ofrecer productos y servicios de mayor valor.
Para esto, cobrará una gran importancia la transferencia tecnológica de Corea del Sur y Japón mediante este acuerdo de libre comercio, que ayudará a China a desarrollar más rápidamente su tecnología y, así, mejorará más rápido la industria del país (otros países menos desarrollados como Myanmar, Laos o Camboya también se beneficiarán de esa transferencia tecnológica)
Es absurdo, y un error, restarle importancia a la victoria que consigue el gobierno de Xi Jinping. Gracias a este tratado, China consigue aumentar su influencia comercial en Asia-Pacífico, la región que mayor protagonismo ganará durante las próximas décadas, y consigue ayudar a la integración económica regional en un momento muy complicado para todos los países de la zona con la pandemia de la COVID-19.

No sólo eso. El presidente Xi ya anda al acecho del CPTPP. “China considera favorablemente unirse al Acuerdo Transpacífico”. Sus declaraciones durante la cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico deberían preocupar a Joe Biden si realmente pretende recuperar influencia en la región. “
De cumplirse las palabras del presidente chino, China pasaría a formar parte de los dos acuerdos comerciales más grandes de Asia-Pacífico (cooperando a través del CPTPP, además, con otros aliados tradicionales de Estados Unidos como Canadá o México), mientras que Washington quedaría fuera de ambos. Si esto llegase a ocurrir, supondría una ventaja escandalosa para los dirigentes chinos a la hora de establecer su propia agenda comercial regional.
En definitiva, no es descabellado pensar que la firma del RCEP es la confirmación de que Donald Trump está perdiendo a sus aliados asiáticos.
Biden, ¿vuelta al multilateralismo?
El panorama con el que se encontrará Joe Biden el 20 de enero no será demasiado esperanzador en cuanto a Asia-Pacífico se refiere.
El demócrata repitió constantemente durante su campaña que “Estados Unidos estará de vuelta”. Y, de hecho, es muy probable que intente volver a colocara Estados Unidos en el primer plano internacional.

En el terreno institucional, el regreso al Acuerdo de París, el reingreso en la Organización Mundial de la Salud, la vuelta a un tono amistoso con sus aliados de la OTAN (aunque sin dejar de exigir una mayor contribución económica), o el intento de reforma de la Organización Mundial del Comercio, sin duda, reafirmarán la vuelta de Estados Unidos al multilateralismo tras el controvertido paso del trumpismo por la Casa Blanca.
También en el ámbito militar se espera que Biden sea algo menos reacio a hablar con sus rivales, por ejemplo negociando de nuevo el acuerdo nuclear con Irán (aunque, tras el asesinato de Fakhrizadeh en una operación de inteligencia presuntamente organizada por el Mosad, quizá sea el régimen islámico el que se niegue a retomar el acuerdo), o renovando el acuerdo START con Rusia para mantener congelados los arsenales nucleares (que expira el 7 de febrero).
Sin embargo, el espacio comercial es otra cuestión. Lo más seguro es que la estrategia de Biden no difiera demasiado de la que ha planteado Donald Trump.
El presidente electo apenas habló de acuerdos comerciales durante su campaña, más allá de su intención de rebajar las tensiones con la Unión Europea y poner fin (si se llega a un acuerdo en la cuestión de Boeing y Airbus) a la imposición de aranceles de un lado y otro. No obstante, no puede esperar que la Unión Europea les reciba con los brazos abiertos, pues su nueva visión del mundo pasa por la autonomía estratégica y una menor dependencia del resto del mundo, sobre todo de Estados Unidos.

Tampoco habló de su estrategia comercial en Asia. Aunque Obama fue uno de los mayores impulsores del Acuerdo Transatlántico, la situación de Biden no es la misma que la de Obama. La elección del demócrata ha sido posible gracias al apoyo que ha recibido en el llamado “Cinturón de óxido”, la zona con mayor industria del país. Su victoria en estados como Pensilvania, Michigan o Wisconsin ha sido la clave del éxito demócrata.
Una vuelta al CPTPP en estos momentos sería considerado, sin lugar a duda, como una gran traición a los trabajadores del “Rust Belt” que han permitido que Biden llegue al poder. Además, el plan de “Made in America” que ha acompañado a la campaña del presidente colisiona directamente con la idea de adherirse a un tratado que favorezca las importaciones de otros países.
El mundo no espera a EE. UU.
Biden se encuentra en una posición complicada. Una vuelta a los pactos comerciales (y, por tanto, a recuperar su posición en Asia) no es factible a corto plazo (a no ser que quiera ser arrollado en las elecciones de mitad de mandato en 2022 y desperdiciar así los dos años restantes de su mandato).

La estrategia que debería seguir no es clara. Para que el nuevo presidente electo consiga devolver a los Estados Unidos a su lugar en el mundo, deben volver a escuchar a sus aliados y restaurar la imagen de líder mundial que han perdido (para lo cual tiene una gran oportunidad, como argumenta Samantha Power, con la distribución a nivel mundial de la vacuna del coronavirus).
Pero para ello, también debe empezar por recuperar su posición en materia estratégica y militar (antes de que pierda más terreno con nuevos rivales como la Turquía de Erdogan), al mismo tiempo que trabaja por recuperar la economía en zonas clave del país (“Rust Belt”).
También es importante que se lleve a cabo lo antes posible una reforma de la Organización Mundial del Comercio, órgano clave en el contexto de la guerra comercial sino-americana. Los continuos bloqueos de Trump y la no renovación del tribunal de disputas han condenado al organismo a su peor crisis en 25 años de existencia.
En materia comercial, aunque se debe actuar con cautela y no precipitarse, Estados Unidos debe volver a participar progresivamente de nuevos acuerdos comerciales con sus aliados. A su economía y a sus empresas, en un mundo tan interdependiente, no les conviene un aislacionismo extremo como el que parecía desear Donald Trump.

Cabe recordar que, debido al RCEP, las grandes compañías estadounidenses (cuyas cadenas de suministro están, en gran parte, situadas en Asia) quedarán en desventaja frente a las empresas de los países firmantes del acuerdo, que tendrán mayores facilidades para situar allí sus fábricas y para agilizar el comercio entre sus países. Esta, probablemente, no será una prioridad para la administración Biden, ya que antes se ha marcado el claro objetivo de combatir la pandemia y afrontar la recuperación económica del país. Pero esta cuestión no debería dejarse en un rincón durante demasiado tiempo.
También tienen la oportunidad de volver a colaborar con la Unión Europea, la cual, aunque parece perseguir su tan ansiada “autonomía estratégica”, seguirá por mucho tiempo siendo muy dependiente del comercio con Estados Unidos y de su apoyo militar(pues la “defensa europea” está bien lejos de poder considerarse autónoma, y sigue dependiendo en gran medida de la OTAN)
Por último, pero no por ello menos importante, los estadounidenses deben asumir que ya no estamos en 2016, ni en el 2000, ni mucho menos en 1945. Han aparecido nuevos competidores dignos de discutir su poder (China, India… ¿Turquía?), y otros parecen resurgir tras años oscuros (Rusia, o, mejor dicho, Putin).
Su dominio hegemónico ha terminado, y ahora deben adaptarse a su nuevo papel en el mundo, como actor principal (pero no único) de un nuevo mundo multipolar. Deben aprender a escuchar de nuevo tanto a aliados como a rivales. Deben aprender a negociar de nuevo sin recurrir continuamente a acciones unilaterales. Y, sobre todo, deben aprender a cooperar de nuevo con sus aliados para recuperar su confianza y no seguir perdiendo poder en el mundo. Sólo así se puede cumplir el sueño de Trump, aquel “Make America Great Again”