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Como todos sabemos, el día 10 de julio se escenificaba la enésima decisión polémica del gobierno turco, - Erdogan anunciaba a su país que la mítica basílica de Santa Sofía se reabriría al servicio religioso por primera vez desde el año 1931.

A sabiendas del revuelo que causaría semejante acción, la comunicación estratégica turca ha afilado sus armas y se ha lanzado a defender la decisión de Erdogan alegando que lo mismo ha sucedido con edificios como la catedral de Córdoba, en la que se celebran misas pese a que en origen era una mezquita.

Sin lugar a dudas, el edificio más simbólico de Turquía, lo que le otorga un valor político intrínseco.

En realidad no habría sido una decisión tan grave, y de hecho no lo es per se, de no ser por la deriva de Turquía en los últimos años. Vayamos por partes.

La imponente basílica fue erigida por el emperador Constantino I en el siglo VI d.c. aunque fue el  Sultán Mehmet II "El Conquistador" quien destruyó al Imperio Romano de Oriente, tomando Constantinopla en 1453 y transformándola en una mezquita. Pasados varios siglos, a partir de los años 20 y 30 en Turquía ganó fuerza el nacionalismo republicano del militar Mustafá Kemal, el padre de la República Turca.

Entre las ideas de Kemal había un marcado laicismo que anhelaba extirpar el pasado imperial otomano del que en los años 20 y 30 la moderna república renegaba.

La modernización de Turquía y la erradicación de los símbolos del imperio fue contundente. Dieron el derecho al voto a las mujeres, cambiaron el nombre imperial de "Constantinopla" por uno turco, "Estambul", trasladaron la capital al interior del país, a Ankara, legalizaron el consumo de alcohol y en 1934 la mezquita de Santa Sofía pasó a ser el símbolo de la modernización turca convirtiéndose en un monumento y dejando de ser una mezquita.

En Occidente aquel gesto fue apreciado: la que fue primero una catedral y luego una mezquita ya no pertenecería a ninguna religión, solo al Estado moderno.

Pero que lejos quedan aquellos tiempos en nuestro 2020. El Islamismo más rancio, lejos de retroceder, avanza y lo hace de la mano de decisiones como la de reconvertir a Santa Sofía en un centro de culto.

El Papa Francisco ya ha afirmado estar dolido por la decisión turca, mientras que el Iglesia Anglicana ha rechazado la decisión de Erdogan, mientras que la UNESCO cuyo deber es velar por el patrimonio de la humanidad ha pedido a Ankara que abra posibilidades de diálogo inmediatamente.

Sin embargo las declaraciones más certeras las ha realizado Ioan Sauca el Secretario interino del Consejo Mundial de Iglesias, que representa a más de 500 millones de cristianos.

Al tomar la decisión de reconvertir la basílica de Santa Sofía en una mezquita habéis convertido a un símbolo  de la positiva apertura [modernidad] turca en un símbolo de exclusión y división.

En realidad, la decisión de Erdogan habría sido mucho menos polémica de no ser por la intensa involución del país en la última década.

El Neo-Otomanismo se masca en el ambiente: Turquía ya no duda en intervenir mucho más allá de sus fronteras, amenazar con cañonear a los navíos de bandera francesa y burlar el bloqueo europeo, Ankara tampoco duda en intervenir allá donde se le antoje a Erdogan: Somalia, Irak, Siria, Libia... No pasa nada si hace falta enviar una o dos oleadas de refugiados contra Grecia, apoyar a los pueblos hermanos de Asia Central, a Azerbaiyán contra Armenia o tratar de apropiarse de los yacimientos de gas del Mediterráneo Oriental.

El proyecto de Erdogan se convierte en el de un Emperador Republicano, un oxímoron que mezcla incoherentemente república y autoritarismo, democracia y persecución de la prensa, el expansionismo en el exterior y la regresión en el interior.

Los costes del expansionismo son altos.

Reconvertir a Santa Sofía, una de las mayores basílicas del planeta en una mezquita es un mensaje y un símbolo más dentro del camino hacia la regresión, dentro del camino a darle alas al Islamismo frente al laicismo, dentro del camino de apoyar más y más a los Hermanos Musulmanes para instrumentalizarles en la ascensión a la hegemonía regional.

Mientras el Sultán persigue sus ambiciones la economía turca que las soporta, se hunde. Veamos algunos datos. Si en 2006 una lira valía 0,50 céntimos de euro hoy apenas vale 0,13 céntimos y la proyección indica que irá a peor. Si los turistas se gastaban un promedio de 820 dólares y 3,3 días en 2008, en 2018 gastaban 647 dólares y pasaban 3,8 días.

En 2008, hace 12 años, Turquía obtenía unos 4.200 millones de dólares gracias al turismo, mientras en 2019 esa cifra apenas ha crecido: 4.900 millones de dólares.

Un país como Turquía era ideal para beneficiarse del turismo. Un Estado fuerte capaz de proporcionar seguridad, legado histórico, conjuntos monumentales, playas paradisíacas y con una ubicación privilegiada a medio camino entre Europa y Asia.

Convertir a las antiguas catedrales en mezquitas, apoyar al Islamismo y en definitiva crear una atmósfera cada vez menos acogedora solo contribuyen a aislar a Turquía y a los turcos del bienestar que otorga una economía próspera y moderna.

Por si todo esto fuera poco empiezan a aparecer grupos como el American Hellenic Educational Progressive Association que piden el boycott a los productos y al turismo de Turquía, a lo que se suman las sanciones que Berlín, Roma y París amenazan con imponer contra los participantes en el conflicto de Libia.

Las conclusiones van quedando claras: La opción de la blanda mano y del diálogo son insuficientes. Cada decisión que toma Ankara y en especial esta última van contra lo deseable como europeos y vecinos del Mediterráneo. A Europa sólo le queda la posibilidad de hablar el lenguaje universal de la coherción y empezar a tomar medidas tales como sanciones económicas, cierre de pasos fronterizos, boycots y guerra jurídica.

Tan solo un mensaje alto, claro y respaldado por medios militares y económicos podrá evitar nuevas decisiones menos simbólicas pero mucho más dañinas por parte de Erdogan, por eso es necesario actuar y la polémica decisión de respecto a Santa Sofía representa una oportunidad de "meter en cintura" estratégicamente a Turquía.

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