Uzbekistán, entre las reformas y el antiguo régimen
Por Francisco Olmos
En septiembre se cumplen cuatro años de la llegada al poder en Uzbekistán de Shavkat Mirziyoyev. Durante este tiempo, el nuevo presidente ha copado titulares en los medios de comunicación internacionales alabando sus reformas y el nuevo camino que Uzbekistán ha emprendido ¿Pero se puede considerar a Mirziyoyev como un reformista? ¿Hasta qué punto ha cambiado el país?

A principios de septiembre del 2016, el entonces presidente Islam Karimov falleció en la capital de la nación centroasiática, Tashkent. Karimov había estado al frente de Uzbekistán desde su independencia de la Unión Soviética en 1991. Durante sus 25 años en el cargo, el que fuera Primer Secretario del Partido Comunista de Uzbekistán estableció un régimen férreo de corte aislacionista conocido por la constante violación de los derechos humanos. Quien sucedió a Karimov en calidad de interino no fue otro que su primer ministro, Shavkat Mirziyoyev.

Mirziyoyev se hizo con el timón de Uzbekistán tras una lucha entre bambalinas con el ministro de Finanzas Rustam Azimov y el jefe del temido Servicio Nacional de Seguridad, el sucesor del KGB, Rustam Inoyatov. Una vez fue refrendado en su puesto tras las elecciones presidenciales de diciembre del 2016, unos comicios sin validez democrática, cimentó su poder purgando a los miembros del antiguo régimen, un proceso en el cual estuvo ocupado hasta al menos 2018.
¿Un reformista?
El que fuera durante más de una década primer ministro de Islam Karimov bien pudo haber continuado en la senda de su predecesor. Sin embargo, Mirziyoyev, casi 20 años más joven que Karimov, ha emprendido un camino diferente y ha tratado de distanciarse explícitamente de su antecesor en el cargo.
Con Mirziyoyev el estado policial de Karimov ha comenzado a mostrar una cara más amable, aunque eso no quiere decir que no esté presente. Con cuentagotas, el régimen ha ido liberando a presos políticos que en muchos casos ya no suponen ninguna amenaza por su avanzada edad o estado de salud. Al mismo tiempo, ha eliminado cerca de 16.000 nombres de una supuesta ‘lista negra’ de extremistas religiosos.[1]En su política de gestos, el gobierno cerró en 2019 la prisión de Jaslyk, conocido como el peor centro de represión y tortura de la era Karimov. Estos acontecimientos hubiesen sido impensables bajo el mandato de su predecesor.
Estos avances, aunque importantes por su simbolismo, adolecen de falta de profundidad. A día de hoy se sigue produciendo la detención de activistas, periodistas o blogueros críticos con el gobierno. Existen también casos rocambolescos como el de Kadyr Yusupov, un exdiplomático que sufre esquizofrenia y que, tras intentar suicidarse en el metro, fue detenido acusado de traición. Los críticos argumentan que, tanto en el caso de Yusupov como en el de otros funcionarios jubilados encarcelados por espionaje, son los servicios de inteligencia y seguridad los que crean enemigos y conspiraciones para justificar su existencia.
Uno de los puntos más controvertidos en Uzbekistán en lo que a los derechos humanos se refiere es el trabajo forzado para la recolección del algodón. Se trata de un problema que lleva décadas empañando la imagen de Uzbekistán en el mundo y que Mirziyoyev llegó a reconocer en el 2017. Desde entonces, el gobierno ha introducido reformas para limitar su impacto, incluyendo consecuencias penales para reincidentes y un mayor número de investigaciones y condenas por el uso de trabajo forzado. Sin embargo, el problema persiste y según la Organización International del Trabajo algo más de 100,000 personas habrían sido obligadas a recoger algodón en el 2019.[2]Una vez más, la implementación de las reformas no llega a todos los estratos del Estado.

Del mismo modo que los avances en materia de derechos humanos han sido importantes, pero principalmente cosméticos, lo mismo se ha visto en el campo de la política. Uzbekistán sigue siendo un estado autoritario, pero el gobierno quiere lavar la cara al sistema. Esto se vio claramente en las elecciones parlamentarias de diciembre-enero del 2019-2020. A los comicios concurrieron cinco partidos políticos, todos ellos progubernamentales y sin una autonomía real.
Se trata de un espejismo de democracia parlamentaria en el que todos los partidos apoyan la línea oficial del gobierno. Sirva como ejemplo que los verdes, el Partido Ecologista de Uzbekistán, se mostraba a favor de la energía nuclear tal y como proponía el ejecutivo. Pese a ello, por primera vez se pudo ver un debate televisado entre representantes de las cinco formaciones, lo que les expuso a críticas de sus ciudadanos. Según la OSCE, pese a visibles mejoras, las elecciones estuvieron plagadas de irregularidades.[3]Lo que sí cambió tras los comicios fue la composición de la Cámara Baja, con legisladores más jóvenes en sustitución de miembros de la época de Karimov y un creciente número de mujeres, pasando éstas de 24 a 48.
Conviene destacar que el impulsor de dichos avances es en gran medida el propio presidente. Se trata de cambios impulsados desde arriba, lo que no necesariamente resulta en su adopción. Años del régimen de Karimov han hecho mella, a lo que hay que sumar la herencia soviética, creando un establishment reacio a las novedades, excesivamente burocrático, averso al riesgo y con un importante nivel de corrupción. Esta es una de las razones por las cuales algunos de los anuncios grandilocuentes no llegan a implementarse.

Pese a su deseo de introducir reformas, sería un error calificar a Mirziyoyev, quien fuera primer ministro de Karimov durante 13 años, de reformista ya que mantiene los pilares del antiguo régimen. Y hasta que no acabe con las prácticas habituales en el gobierno, tales como el autoritarismo en todos sus niveles, la corrupción y la falta de libertades, no se le podrá considerar como tal. Más bien, se trata de un mandatario pragmático que es consciente de los cambios por los que el país debe de atravesar.
Uzbekistán se abre al mundo
Mientras que las autoridades uzbekas en muchos casos dan un paso adelante y otro atrás en las reformas domésticas, el país sí está avanzado claramente en materia de política exterior. El régimen de Islam Karimov se caracterizó por una política aislacionista y sus malas relaciones con sus vecinos. Éstas se basaban en gran medida en la relación personal entre el presidente uzbeko y sus homólogos centroasiáticos, tal y como ha sido común en la región desde la caída de la Unión Soviética.

La llegada al poder de Shavkat Mirziyoyev dio un giro a la política exterior uzbeka. Tashkent no solamente ha estrechado lazos con sus vecinos, sino que ha impulsado una nueva etapa de colaboración regional, cuyos resultados son todavía modestos pero suponen un importante avance en comparación a la situación anterior. Desde el 2017, Mirziyoyev ha visitado Kazajstán en siete ocasiones, Turkmenistán en cinco, Kirguistán y Tayikistán en tres. Todo un récord.
Esta proactividad ha estado acompañada de una nueva manera de resolver conflictos entre vecinos como se pudo ver este año entre Uzbekistán y Kirguistán. Debido a las vicisitudes de la historia, existen numerosos enclaves en Asia Central y uno de ellos es el del Soj, territorio perteneciente a Uzbekistán rodeado por Kirguistán. A finales de mayo, una discusión sobre la propiedad de un manantial acabó con un enfrentamiento entre habitantes de pueblos a ambos lados de la frontera que se saldó con una docena de heridos.
Lo normal en esos casos hubiese que los gobiernos uzbeko y kirguizo se echasen la culpa mutuamente e incluso que hubiese una escalada del conflicto. Sin embargo, el día después de los disturbios Mirziyoyev envió a su primer ministro a la frontera para reunirse con el viceprimer ministro kirguizo y más tarde mantuvo una conversación telefónica con el presidente de Kirguistán. Las tensiones se rebajaron entre ambos países en cuestión de horas.

Puede que más importante que los conflictos fronterizos como el de Soj sea la relación entre Uzbekistán y Tayikistán en lo referente al agua, un bien escaso para Uzbekistán. El proyecto tayiko de la presa hidroeléctrica Rogun se convirtió en un importante obstáculo en la relación entre ambos países. Uzbekistán siempre vio con recelo dicho plan ya que argumentaban que afectaría al volumen de agua que les llegaría río abajo, afectando a su importante industria algodonera. En el 2012, Islam Karimov llegó a mencionar la posibilidad de una guerra al respecto.[4]Por el contrario, en el 2018 el gobierno de Mirziyoyev anunció que no se opondría a la construcción de la presa. Todo un hito para la región tras décadas de tensas relaciones entre ambas naciones.
La apertura encabezada por Mirziyoyev también está favoreciendo al país en la balanza de poder regional. Desde la caída de la URSS ha existido en Asia Central una rivalidad no escrita entre Uzbekistán y Kazajstán. Tashkent y Nur-Sultán han competido veladamente desde entonces. Los primeros han tenido a su favor el peso demográfico y la posición geográfica, mientras que los segundos su pujanza económica gracias a sus recursos energéticos. La proactividad de Mirziyoyev ha coincidido con un periodo de zozobra política en Kazajstán debido a la transición incompleta ente Nursultan Nazarbáyev y Kassym-Jomart Tokayev. Uzbekistán ha tomado la iniciativa en detrimento de un Kazajstán concentrado en solventar sus problemas domésticos. Esta proactividad se pudo ver durante los primeros meses de la pandemia con el envío de material sanitario por parte de Uzbekistán a Kirguistán, Tayikistán y Afganistán, entre otros países.

En lo referente a política internacional, Mirziyoyev ha seguido la senda de su predecesor en lo concerniente a la relación del país con las potenciales mundiales, manteniendo buenas relaciones pero sin involucrase decididamente con ninguna. Pese a ello, Uzbekistán bajo Mirziyoyev ha incrementado la cooperación con China en materia económica y de seguridad mientras ha seguido conservando lazos estrechos con Rusia. En este último apartado, Uzbekistán está jugueteando con la idea de unirse a la Unión Económica Euroasiática, presionado por Moscú, en la que actualmente tiene el status de observador.
Otro aspecto destacable de la apertura de Uzbekistán al mundo es el boom turístico que ha experimentado en los últimos años. El país posee atracciones turísticas destacables como son las ciudades legendarias de la Ruta de la Seda, así como importantes paisajes naturales. En un paso de pragmatismo, Uzbekistán ha abierto sus puertas a los extranjeros, lo que puede llegar a suponer una importante fuente de ingresos y divisas. De este modo, el país ha liberalizado su política de visados. El rígido sistema burocrático de herencia soviética para la obtención de visados ha dado paso a la exención de los mismos para ciudadanos de hasta 45 países, incluyendo la mayoría de las naciones europeas, y un método de visados electrónicos para los nacionales de más de 70 países.

El impulso al turismo ha ido acompañado de una importante campaña de relaciones públicas, a la que han contribuido medios internacionales como The New York Times, The Daily Telegraph o The Guardian. Hasta entonces, siempre ha sido Kazakjstán la que, a base de petrodólares, se ha esforzado más en la región para limpiar su imagen a ojos de Occidente. Para obtener el máximo rédito a su potencial turístico, Uzbekistán ha mantenido encuentros con empresas e instituciones extranjeras como la española Paradores[5] y está invirtiendo en mejorar su infraestructura, incluyendo la construcción de un nuevo aeropuerto en la capital y la extensión de la línea de alta velocidad, operada por trenes Talgo, desde Bujará hasta Jivá.
Conclusión
No hay duda de que los cuatro años de Shakvat Mirziyoyev al frente del país han supuesto un avance para Uzbekistán. El aislacionismo y el estado policial de su predecesor han dado paso a una apertura y una rebaja del autoritarismo, aunque éste sigue muy presente en el país. El análisis de las reformas impulsadas por Mirziyoyev requiere mesura ya que hay que distinguir entre la aspiración inicial y lo que realmente se ha logrado.
El presidente no tiene intención de reformar el estado de arriba abajo, y aunque quisiese es probable que no pudiese, al menos en el medio plazo. En demasiadas ocasiones las iniciativas legislativas, algunas ya de por sí descafeinadas, no han llegado a implementarse debidamente y han quedado principalmente como un ejercicio de relaciones públicas. Esa es la principal asignatura pendiente del gobierno: introducir reformas de calado y asegurarse que se ponen en práctica. Mientras tanto, la política de colaboración con sus vecinos sigue siendo uno de los mayores cambios introducidos por Mirziyoyev, y probablemente el más importante para la región de Asia Central.
[1] https://www.rferl.org/a/uzbekistan-thaw-prison-releases-mirziyoev-human-rights/28806562.html
[2] https://www.ilo.org/wcmsp5/groups/public/---ed_norm/---ipec/documents/publication/wcms_735873.pdf
[3] https://www.osce.org/files/f/documents/9/3/452170_1.pdf
[4] https://www.thedefensepost.com/2018/07/30/uzbekistan-tajikistan-no-more-rogun-dam-problems/