Geopolítica del Espacio: los recursos naturales y su propiedad
Ayer Elon Musk sorprendió al mundo afirmando que su empresa SpaceX, no respetaría las leyes de la Tierra en Marte, proclamando ese planeta libre de las soberanías y gobierno terráqueos.
La declaración de Musk puede parecer una simple excentricidad con las que, de cuando en cuando, el magnate intenta animar las redes sociales y acaparar atención pública.
Sin embargo, la aseveración de Musk no es ninguna excentricidad desde el punto de vista del derecho internacional, reflejando un asunto de extrema importancia y gravedad en la competición entre las grandes potencias que ya se está librando en el espacio ultraterrestre.
Dado que Musk quiere explotar recursos en Marte para su propio beneficio, se abre la cuestión de si realmente existen normas y derechos para que particulares o gobiernos hagan algo así.
Téngase en cuenta que la delimitación de la soberanía espacial no es un simple entretenimiento académico o la clásica quimera de leguleyos internacionalistas.
Por ejemplo, establecer exactamente donde se separa el espacio aéreo del espacio ultraterrestre, otorga el derecho a que un país pueda derribar una nave orbital que orbite bajo ese límite; o el derecho de sobrevuelo (como hizo el X-15) si vuela u orbita por encima de dicho límite (podría tener una gran importancia estratégica futura a medida que mejoren la propulsión de satélites pequeños que puedan hacer órbitas muy bajas).
Lagunas legales para apropiarse de recursos
El público suele pensar que el espacio ultraterrestre está regido por el Tratado del Espacio Exterior de 1967, en el que se indica que ningún país puede apropiarse o reivindicar la soberanía de ningún cuerpo celeste; y que como indica dicho tratado, la explotación de los recursos extraterrestres debe hacerse para el beneficio común de toda la humanidad.
Todo ese tratado está imbuido de una retórica sumamente pacifista e idealista, en el que el espacio no debe ser corrompido por el egoísmo, competencias y conflictos típicos de los humanos en la Tierra; reservando el espacio, la Luna y todos los cuerpos celestes como un lugar de unidad humana en el que la mentalidad y comportamientos estén regidos por el bien común.

Sin embargo, el Tratado no prohíbe que una empresa (pública o privada), agencia gubernamental, ciudadanos individuales o representantes de un gobierno, se apropien de los materiales que estén en un cuerpo celeste como la Luna, Marte, un asteroide, etc. Lo único que dice el Tratado, es que se use en beneficio de toda la humanidad, pero no prohíbe la propiedad privada o pública de los materiales extraídos (como las piedras lunares que trajeron los astronautas de las naves Apollo).
Es decir, podrían aparecer numerosas explotaciones comerciales en la Luna o Marte en una anarquía total como si fueran buscadores de oro; con instalaciones y vehículos de minería chinas, estadounidenses y europeas unas junto a otras, sin que ningún país pudiera reclamar un área de suelo concreto. Incluso un vehículo podría hacer minería exactamente en el mismo lugar que en el vehículo de otro país una vez dejase temporalmente el lugar.
(Aquí pueden ver el Seminario sobre Estrategia Espacial que hicimos en Political Room hace unos días)
Leyes para minería en el espacio
Aprovechando esta laguna legal, los Estados Unidos en 2015 aprobaron una ley de competitividad espacial, en la que no solo se daba cobertura a la libre empresa e iniciativa privada en los vuelos y actividades orbitales; sino que en su título cuarto se da cobertura legal total a que empresas y ciudadanos de EE.UU. pudieran explotar recursos en el espacio, lo que incluye explícitamente no solo minerales sino también agua.

En ese apartado de la ley, también se exhorta a las agencias y ramas del gobierno a dar todas las facilidades para hacer negocio y derribar todas las barreras burocráticas que impidieran el emprendimiento empresarial minero en el espacio. Recientes hallazgos demuestran que el agua es más común en la Luna de lo que se creía, y ello permitirá usarla como combustible facilitando las actividades lunares y espaciales.
Es decir, que Musk plantee la cuestión de la actividad económica en cuerpos celestes no es una excentricidad, sino que ya empieza a ser recogido por la legislación (no solo de EE.UU.). De hecho es algo contemplado por autores serios como Linda Dawson en su libro "War in Space. The Science and Technology Behind Our Next Theather of Conflict".

Por otra parte, las armas en el espacio no están prohibidas por el Tratado del Espacio Exterior. Solo se prohíben las armas de destrucción masiva y el emplazamiento de bases militares en la Luna y cuerpos celestes, así como el despliegue de bases militares, fortificaciones militares, el ensayo de armas o la ejecución maniobras.
Aunque prohíbe emplazar armas de destrucción masiva en la Luna, en realidad no prohíbe otro tipo de armas. Es decir, podrían haber bases civiles con armas que, en la práctica, no serían armas militares espaciales (sino civil).
En ese caso, cuando ocurra algún incidente armado en la Luna deberíamos hablar de "hombrecillos blancos" (como los hombrecillos verde rusos en Crimea), que armados establecerían de facto áreas de "no-go-zones". Por lo tanto, es muy probable que en un futuro en la Luna, la competición entre las grandes potencias reúna todos los requisitos de las Estrategias de Zona Gris que ya he explicado en un artículo anterior.
China, EE.UU., Rusia, incluso con vehículos no tripulados, ejecutarán un juego estratégico que recordará mucho a lo que ocurre en aguas internacionales actualmente en el Mar de la China Meriodional o el Mediterráneo Oriental.
Guerras, territorio y derecho internacional
En los Estudios Estratégicos y la Ciencia Política, es un tópico bien fundado afirmar que la principal causa de las guerras reside en disputas por el territorio, y que cuando no hay normas internacionales fuertes que impidan la apropiación e intercambios de territorios, la guerra en el sistema internacional es mucho más probable. Senses y Vásquez lo demuestran empíricamente en "A Unified Explanation of Territorial Conflict: Testing the Impact of Sampling Bias, 1919-1992" (2003); así como en el excelente libro de Vásquez y otros autores "Territory, War, and Peace" (2011).

Por tanto, para evitar un escenario de anarquía que podría terminar llevando inevitablemente a un conflicto ultraterrestre entre grandes potencias, sería imperativo establecer unas normas y leyes que de algún modo repartan el territorio lunar y otros cuerpos celestes, o que por lo menos repartan los derechos de explotación de una manera neutral y equitativa.
La Ciencia Política y los Estudios Estratégicos también han establecido que, de darse ciertas condiciones, las organizaciones internacionales con normas estrictas y claras, evitan el estallido de conflictos al hacer un reparto de derechos neutral, eliminando la desconfianza e incertidumbre del dilema de la seguridad, induciendo a la cooperación (ver "Clear and Clean: The Fixed Effects of the Liberal Peace", de Oneal y Bruce Russet (2001)).
Sin embargo, como indica el gran intelectual de asuntos estratégicos y de seguridad espacial James Moltz (ver su libro "The Politics of Space Security: Strategic Restraint and the Pursuit of National Interests" (2011)), es posible que no se puede aplicar en el espacio esas normas internacionales que han tenido un éxito importante en limitar conflictos territoriales después de la Segunda Guerra Mundial.

Moltz nos explica que para explicar la dinámica de la política en el espacio debemos tener en cuenta cuatro escuelas de pensamiento: la del nacionalismo espacial (realismo); determinismo tecnológico (el progreso tecnológico conduce a conflictos manejables y a la carrera de armas); el interaccionismo social (desarrollo pacífico a través de normas, reglas de conducta o interacciones que vayan creando una progresiva sociabilidad); y por último el institucionalismo global (uso pacífico basado en cooperación y tratados).
Es difícil imaginar que vaya a celebrarse algo similar al Congreso de Berlín en el que se establecieron las reglas del reparto de África entre las potencias coloniales europeas, para evitar de ese modo que la carrera por África desembocase en una guerra entre esas potencias. Por tanto, la posibilidad de que se termine estableciendo el institucionalismo global para los cuerpos celestas parece sumamente remota.
Por otra parte, el interaccionismo social que termine por crear de facto una normas de conducta que permitan una explotación pacífica, también parece distante, teniendo en cuenta que las potencias ya tienen graves conflictos previos en la Tierra. Como dicen Hafter-Burton y Montgormery en "Power Positions: International Organizations, Social Networks, and Conflict" (2006), no son las normas en sí lo que permiten la cooperación, sino la existencia previa de "equivalencia estructural" (como ser gobierno democráticos, etc) que de el contexto apropiado para que emerja la cooperación.
Como bien explica el académico e intelectual realista John Mearsheimer, las normas y la cooperación hacen una falsa promesa cuando las grandes potencias tienen conflictos entre sí, usando las normas como un simple instrumento de poder que no dudarán en romper abiertamente cuando surja alguna manzana de la discordia lo suficientemente importante ("The False Promise of International Institutions" (1995); "A Realist Reply" (1995)).
Conclusión
La legalidad internacional tiene importantes lagunas que las grandes potencias y los magnates del espacio ya están comenzando a explotar en estos momentos, preparando la legislación y haciendo planes de negocio. La propias lagunas legales y el interés de las grandes potencias, implicará que, probablemente, el institucionalismo global e interaccionismo social no prosperen, limitando las posibilidades de un uso pacífico y para la toda la humanidad de los cuerpos celestes; sino que imperará la coerción estratégica, la disuasión, y el beneficio económico privado y nacional (cuando no el uso directo de la fuerza en el espacio).
La Luna y otros cuerpos celestes (como Marte) son ya legalmente apropiables (al menos el recurso extraído), y la competición entre potencias es posible que conduzca a una competición coercitiva, estratégica y de "zona gris", creándose finalmente territorios de facto.
Por último, que Musk pueda explotar Marte sin adscribirse a la protección diplomática y militar de EE.UU. u otra gran potencia, es muy discutible; ya que podrían enfrentarse a sanciones económicas, financieras y penales de diferentes países, sobre la empresas y bancos que intenten comercializar los bienes y servicios de Musk, concederle préstamos y servicios financieros a Musk y sus empresas, etc.
(Por último, también pueden leer mis artículos "La lógica de la Estrategia Espacial contemporánea", "Guerra Espacial. Estrategia y Disuasión en la Segunda Era Espacial"; y el de Christian Villanueva "Guerra Espacial. Medios y Protagonistas").