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Guillermo Pulido Pulido

Una masa exaltada ha asaltado el Congreso de Estados Unidos en un acto que una gran mayoría de analistas se ha precipitado a catalogar, erróneamente, como un acto irracional y absurdo, producto de la antipolítica, la desconfianza popular en las élites y de simples teorías de la conspiración. Sin embargo, en este artículo se expondrá que acciones como las de este asalto al Capitolio, son racionales y buscan crear un mito movilizador.

El falso relato del problema

La corriente de opinión que cataloga a los asaltantes de irracionales, a grandes rasgos, suele resaltar dos aspectos para explicar y etiquetar estos actos como políticamente absurdos. (1) Por un lado, la creciente importancia de las redes sociales, que difunden noticias e informaciones falsas que exaltan a las multitudes. (2) Por otro lado, la racionalidad limitada del individuo, que, asediada por multitud de sesgos cognitivos, le impiden razonar con lucidez y le inducen a ser receptivo a creencias irracionales. Hay multitud de variantes en esta línea argumental, pero, en general, tienen en común que comporten, de fondo, esas dos hipótesis explicativas.

Civiles armados, simpatizantes de Trump, ayer en el Capitolio de Missouri

Las personas que sostienen tal corriente de opinión, son individuos que se ven a sí mismos como adalides de la racionalidad, la verdad y defensores de la democracia (liberal), combatiendo al absurdo y el autoritarismo.

Bajo este prisma, la democracia (liberal) sería el único foro para la racionalidad, la verdad, y el único foro posible en donde los individuos pueden dialogar racional y científicamente intercambiando ideas. Mediante ese diálogo, los ciudadanos se despojarían de sus sesgos cognitivos y prejuicios, para alcanzar la verdad y el bien común. Tal visión de la racionalidad grupal y de la democracia, es la que en la historia de la ideas políticas han defendido autores tan dispares como Stuart Mill (ver su insuperable obra Del gobierno representativo), Habermas (Teoría de la acción comunicativa) o Karl Popper (La sociedad abierta y sus enemigos).

Los grupos de personas, como los países, necesitan de un régimen específico de libertad de opinión y en la que cada opinión esté visiblemente representada, para que en una suerte de tormenta y confrontación de ideas, termine aflorando la verdad. Humanidad, racionalidad y democracia, conformarían una suerte trinidad inextricablemente unida. Por consiguiente, la supuesta irracionalidad de las masas que apoyan a Trump, los hace antihumanos y antidemocráticos; versiones de humanos degenerados y enfermos por causa de los sesgos cognitivos y la jaula de grillos que son las redes sociales.

Casa del gobernador del estado de Washington (costa oeste)
Civiles armados en la casa del gobernador del estado de Washington (costa oeste), ayer

Otra forma de contemplar este mito es creer que la humanidad ha ido evolucionando desde los incultos e irracionales trogloditas hasta alcanzar su cumbre en el ciudadano racional y democrático de la segunda mitad del siglo XX, involucionando desde entonces al populismo irracional y casi cavernícola de Trump.

El mito de Sorel y la psicología de las masas

Sin embargo, esa corriente de opinión no podría estar más equivocada de lo que son los fundamentos de la política, de la democracia y de la naturaleza humana.

La deleznable acción política de la masa que asaltó el Congreso de EE.UU., tiene una lógica y racionalidad mucho más preclara e intuitiva de lo que suele admitirse, y se retrotrae a pensadores clásicos como Georges Sorel, Gustave LeBon o Curzio Malaparte, para los que la irracionalidad es consustancial a la experiencia humana. Incluso filósofos poco sospechosos de ideas antidemocráticas o antiliberales, caso de Hume, admitían que la racionalidad es la esclava de las pasiones.

El ser humano es un ser cuya racionalidad está permanentemente muy limitada. Es igual de irracional ahora, con el rampante populismo trumpista esparciéndose por Occidente, respecto al periodo cuando la democracia liberal logró su hegemonía en Occidente durante la segunda mitad del siglo XX.

Recordemos que la democracia liberal, en Occidente, desde el primer momento de su aparición, ha estado constantemente bajo asedio de manera cíclica. La democracia liberal parecía haber logrado su hegemonía en algún momento de comienzos del siglo XX, para luego verse arrinconada por la aparición del comunismo y el fascismo. Antes de eso, multitud de revoluciones no liberal-burguesas azotaron Europa y gobiernos de restauración monárquica tuvieron momentos de gloria.

Civiles armados frente al capitolio de Arizona

La culpa del gobierno de Napoleón III, la dictadura de Lenin o la de Hitler, no la tuvieron las redes sociales; ni ningún virus o bacteria degeneró los cerebros de la gente, inoculándoles "sesgos cognitivos" para facilitar y promover los ascensos de Mussolini o Perón al poder. Las explicaciones simplistas de redes sociales y sesgos psicológicos, se deben acabar si se quiere entender cuestiones tan complejas que incumben las ideologías políticas, la economía, la teoría política, filosofía política y la sociología.

Georges Sorel, en su libro de 1908 Reflexiones sobre la violencia (aquí descargable), explicó de manera muy preclara e intuitiva, que las personas no actúan como individuos aislados y racionales, sino que tienden a unirse en grupos, perdiendo la la identidad y racionalidad individual, para adoptar una mentalidad de grupo que prescinde de la racionalidad para movilizarlos como un conjunto.

Para que las personas se agreguen en grandes grupos, necesitan no de explicaciones racionales y respetuosas con la verdad, sino que necesitan de un mito movilizador, un icono que le llene de emoción y vida, para actuar sin pararse a pensar demasiado.

Sobre el mito, Sorel escribió literalmente que "los mitos no son descripciones de cosas, sino expresiones de voluntad, un conjunto de imágenes capaces de evocar en bloque y a través de la intuición, sin ningún análisis reflexivo".

Sorel era un intelectual socialista y sindicalista revolucionario, profundamente antiliberal, antiburgués y antidemocráctico. Creía que una huelga general y la violencia de oponerse al estado, la policía y los partidos del parlamento, se crearía un mito que demostraría a las masas que era posible cambiar la sociedad mediante una revolución. El tabú de la violencia, los procedimientos parlamentarios, la separación de poderes, impide cambios radicales por requerir consensos casi unánimes imposibles de alcanzar. La protesta y la violencia, formaría mitos que agregaría a una masa crítica de personas que, como una ola, cambiarían constitucionalmente la sociedad y la regenerarían (no explicaba concretamente el cómo: no era un teórico del estado, sino un teórico revolucionario).

El lector que encuentre paralelismos con las ideas de Sorel con el populismo de izquierdas que se basa en las teorías de Gramsci, está totalmente en lo cierto. Gramsci tradujo al italiano obras de Sorel. En Gramsci y el populismo de autores como Laclau, en el que una lucha concreta de un grupo, terminará uniendo a otros sectores de la sociedad, creando un núcleo de masa crítica que atraiga a los descontentos, busca crear los mitos que de manera preclara expusiera Sorel.

La política de Trump negando el resultado electoral y la acción de tomar las cámaras legislativas, buscan crear un mito en el que Trump se convierta en un mártir político que haga despertar a una gran masa de ciudadanos. Trump no habría perdido las elecciones, sino que le fueron robadas, por lo que él mismo o un legado suyo, podría presentarse a las primarias de 2024.

Además se demuestra que el poder del estado y las fuerzas del orden son un tigre de papel ante una muchedumbre armada. Salvando las distancias, esa técnica de crear un mito que movilice a la masa contra las fuerzas del orden del estado, son las que inspiran a Gene Sharp en su libro De la dictadura a la democracia, por el la ciudadanía unida, puede derribar una dictadura (como se ha visto recientemente en Armenia, o pudo verse en todo el bloque comunista cuando finalizó la Guerra Fría).

La masa que asaltó el Capitolio en Washington D.C. no fue espontánea. A lo largo de EE.UU. otros grupos similares rodearon y entraron en capitolios estatales de estados como Georgia, Kansas, Michigan, California, Kansas, Texas u Oklahoma. También entraron en varios edificios públicos como la casa del gobernador de Georgia (ver aquí noticia y fotos de estos hechos).

El mitin de Trump

Los asaltantes al Congreso de los EE.UU., primero asistieron al mitin de Trump junto al obelisco del monumento a Washington, para luego dirigirse al Capitolio (a unos dos kilómetros de distancia). En ese momento, el Congreso procedía con el trámite de validar el resultado del colegio electoral que designaba a Joe Biden como presidente electo.

El asalto al Congreso de EE.UU. trataba de paralizar ese proceso, y para simbolizar el respaldo a dicho asalto otros muchos grupos se concentraron frente a los capitolios de los estados y asaltaron edificios públicos.

Los sectores radicales de derecha que simpatizan con Trump, durante muchos años, se han basado en mitos de violencia y asaltos armados, con los que tratan de exponer la iniquidad del gobierno federal y las administraciones públicas, que destruyen las libertades de los individuos (causa muy popular en la cultura estadounidense); así como la degeneración moral del mundo moderno (la globalización), que destruyen la familia y una vida normal, promoviendo el libertinaje e ideas estrafalarias de feminismo radical, ideología de género o transexualismo.

El libro Los diarios de Turner (1978), es una obra de ficción (muy popular en la extrema derecha estadounidense) en el que un grupo de extrema derecha provoca una guerra civil para purgar y expiar los pecados de una América degenerada moralmente y racialmente mezclada. La organización que provoca la guerra civil empieza con acciones y ataques de relativamente baja intensidad, para provocar una represión violenta y exagerada de las autoridades, en el clásico ciclo violento de acción-reacción que pretenden causar muchos grupos terroristas.

Esos sectores de la población americana, vieron los acontecimientos de Waco, como una demostración de cómo los federales y el gobierno trata de matar a mujeres y niños para aplastar la disidencia y seguir manteniendo oculta la verdad de un plan globalista y antiblanco (aunque hay una gran cantidad de simpatizantes de Trump no blancos).

Ejemplos de actos que buscan crear mitos insurreccionales los encontramos como en la Rebelión de los Bundy, el Asedio de Ruby Ridge, etc. En general, grupos armados toman una propiedad y se niegan a obedecer leyes que consideran injustas, atrayendo la atención de la prensa de forma masiva.

Rebelión del rancho de los Bundy

Estos actos armados no buscan una acción táctica concreta de tomar el poder, sino que ante todo buscan la publicidad por el escándalo, o como dirían ciertos grupos terroristas anarquistas: la propaganda por el hecho y la acción directa. Las masas contemplarían los hechos y muchos sectores de la población simpatizarían con la causa.

El ser humano está lejos de ser plenamente racional y las masas se guían por mitos. Gustave LeBon escribió en 1896 el preclaro libro La psicología de las masas (multitudes en algunas traducciones), aquí descargable. El libro describe muy bien como en democracia las multitudes pueden llegar a un alto grado de excitación en el que un líder debe guiar sus primitivos impulsos. LeBon se inspiró en el movimiento del general Boulanger en Francia, pupular a fines de la década de 1880 y principios de la de 1890. Boulanger quería la revancha contra Alemania, y restaurar el honor perdido en la guerra de 1870-71. El movimiento populista y ultranacionalista para hacer a Francia grande de nuevo, tenía una clara intención no liberal y de alcanzar el poder mediante una suerte de putsch o un golpe de Estado.

El ser humano nunca ha sido racional del todo. Por consiguiente, para alcanzar ciertos objetivos políticos, ha de prescindirse de los mensajes racionales y de diálogo de la democracia ya que el diálogo mismo de la democracia no se basa en la racionalidad sino en la persuasión. La racionalidad real hay que buscarla en la filosofía o en la ciencia, pero no el diálogo político que es un diálogo de poder.

Curzio Malaparte, en su famoso libro Técnica del golpe de estado, describe el modo en que un grupo reducido moviliza a las masas para tomar el poder mediante la amenaza de la violencia en un putsch. No debe confundirsse el putsch con el golpe de Estado. El golpe de Estado consiste en que algunos orgnismos o unidades de fuerzas del propio estado, derroca ilegalmente gobierno mediante la fuerza (o amenaza de la fuerza). Un putsch es cuando grupos sociales ajenos al estado, asaltan el poder y obligan mediante la violencia (o amenaza de usar violencia), a un cambio de gobierno. El pustch se corresponde con Lenin tomando el Palacio de Invierno o cuando Hitler hizo su famoso "putsch de la cervecería" (intentando tomar el poder del gobierno de Baviera).

Lo que ayer intentaron los grupos radicales simpatizantes de Trump, fue un intento de putsch (no un golpe) para crear un mito nacional de robo de las elecciones.

No pueden reducirse a esos grupos extremistas y sus simpatizantes, con personas confundidas por sesgos cognitivos y las redes sociales. Tienen ideologías políticas que no son producto de ninguna confusión.

La movilizaciones y actos como los de los Bundy, los Proud Boys, la Milicia de Michigan, etc, tienen raíces con la rica filosofía liberal y libertaria que creó a los propios Estados Unidos. Pensadores clásicos como Locke, Jefferson o el mismísimo James Madison (el genio creador de la Constitución), en el que la protección del individuo y restringir el estado a un gobierno mínimo, era su principal leitmotiv. Exponiendo la violencia federal intentan demostrar como, según ellos, el individuo ha sido aplastado por el estatismo y el gobierno federal. De ahí la insistencia de estos grupos por portar armas y reivindicar la Segunda Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos. Estos argumentos se encuentran también en el pensador anarquista Spooner en su famoso libro No Treason: The Constitution of No Authority (1867), por el que se critica el exceso de poderes que había acumulado el gobierno durante la presidencia de Lincoln durante la guerra civil.

Es una mezcolanza rica aunque desordenada de pensadores clásicos como el vicepresidente John Calhoun y la causa de los derechos de los estados, anarquistas y los neoconfederados libertarios contemporáneos como Thomas Woods y Thomas DiLorenzo, unido a visiones fascistoides del uso de la fuerza como método insurreccional para alcanzar el poder.

La tradición filosófica en la que esos grupos se amparan, tiene su correspondencia actual con muchos de los autores de la escuela austriaca como Mises o Hayek, filósofos como Robert Nozick; la ciencia económica de las escuelas neoclásicas y monetaristas; además de corrientes conservadoras y comunitaristas como MacIntyre y Daniel Bell.

Es decir, reúnen muchas tradiciones filosóficas diferentes y contradictorias, que tienen en común el rechazo al: izquierdismo económico y el estatismo; el globalismo y relativismo cultural que destruye la identidad y buenas costumbres de la comunidad; y lo que consideran las excentricidades excesivas de lo que denominan la ideología de género.

Además, la crítica a la degeneración moral de la democracia liberal y la sociedad burguesa, no son exclusiva de la extrema derecha y recorre todo el espectro ideológico.

Según los críticos de la democracia, el relativismo cultural implícito a la actitud de diálogo y tolerancia de toda democracia liberal, termina llevando inevitablemente al caos y la anarquía. Al no existir ni la verdad ni la virtud (la verdad ética), está permitido el "todo vale" y se incita a la proliferación de estilos de vida decadentes de libertinaje sexual, abuso de drogas, el declive demográfico, la desintegración de la familia. La unicidad, grandeza y armonía del individuo virtuoso, según los críticos de la democracia, se descompone en multitud de elementos amorfos e incoherentes.

En la vida pública, la ruptura de la unidad lleva a la creación de multitud de grupúsculos políticos que, en lugar de buscar el bien común, se despedazan para intentar conseguir ganancias electorales. Por ello, la filósofa Hannah Arent (poco sospechosa de simpatizante con la extrema derecha), escribió en su gran libro Los orígenes del totalitarismo, que el liberalismo creaba la condiciones de caos que de manera trágica e inevitable llevan al nazismo y el totalitarismo.

Los filósofos Max Horkheimer y Theodore Adorno, neomarxistas fundadores de la escuela de Frankfurt, en su magistral obra Dialéctica de la Ilustración, exponen la tesis de que es la racionalidad individualista de la modernidad e ilustración, y la cultura de masas de la democracia, es lo que inevitablemente lleva al caos y esto a su vez esto origina el fascismo. Por otra parte, en España tenemos la filosofía de Ortega y Gasset en su libro La rebelión de las masas, con una tesis similar a que la masa en democracia degenera en caos. Eric Voegelin, en su libro La nueva ciencia de la política, también hizo un análisis similar sobre las taras que, según este tipo de autores, generan la libertad y la democracia.

Ni Arendt, Adorno, Horkheimer u Ortega, estaban confundidos por sesgos cognitivos, ni redes sociales en sus ordenadores o teléfonos móviles. Tampoco se puede reducir el ideario de la masa extremista que asaltó el Congreso de EE.UU., a una simple y ridícula teoría de la conspiración como el QAnon.

Filósofos tan sólidos como Alan Bloom, en su libro El cierre de la mente americana, hace una magnífica descripción (de la óptica conservadora) de cómo la de cultura pop, la democracia y el liberalismo progre o progresista, crea una sociedad antiintlectual y estupidizada. El gran historiador e intelectual de izquierdas Arthur Schlesinger, (estuvo en varios gobiernos demócratas de Roosvelt a Kennedy), en su libro The Disuniting of America: Reflections on a Multicultural Society (1991), describió a la perfección la guerra cultural que hay hoy en marcha en los Estados Unidos y todo el mundo occidental. La guerra cultural básicamente estaba creada por el liberalismo de la posguerra, relativista y multicultural, que lleva al caos de las filosofías posmodernas.

La democracia auténtica y los Padres Fundadores

Ni el ser humano ni la democracia han sido, jamás, el templo sagrado de una incólume racionalidad. Los Padres Fundadores sabían muy bien esto, y por ello crearon una Constitución y régimen político que controlara y domara los excesos del pueblo que exacerba la democracia.

Por consiguiente, denominaron a sus sistema político como república, no como democracia, ya que como lectores de literatura clásica e historia antigua, conocían de sobra los fallos de la democracia ateniense. Como he explicado en otro artículo ("¿Por qué son un ataque a la constitución las medidas que propuso Trump?"), crearon un sistema de controles y contrapesos, en el que el poder sería desagregado para que luchara uno contra el otro e impedir la tiranía de un organismo de poder solamente. Los controles eran procedimientos legales específicos que impedían un uso discrecional y tiránico del poder (como intentó Trump al querer desplegar por su cuenta a las fuerzas armadas y la Guardia Nacional).

Es decir, los Padres Fundadores sabían de sobra que, la democracia y la libertad, generan ciclos de caos en el que se conforma una masa de ciudadanos que intentará tomar el poder hegemónico del estado. Por ello, de manera clarividente dividieron el poder entre diferentes órganos en el nivel federal, y también dividieron el poder entre multitud de estados (leer la gran obra recopiladora de los escritos de los Padres en El Federalista, de Madison, Hamilton y Jay, aquí descargable.)

Trump y sus seguidores extremistas, son el enésimo ejemplo de lo que previeron los Fundadores, especialmente James Madison, cuando abordaron la cuestión de las facciones (partidos y grupos luchando entre sí para lograr el poder central).

El diseño de los Padres Fundadores ha tenido un éxito arrollador en esta crisis política, ya que la toma del Capitolio no puede, en el desagregado poder político de EE.UU., implicar tomar el poder del Estado. Hay muchos controles y vías por los cuales los generales y el Pentágono se pueden oponer a una decisión ilegal de Trump o un grupúsculo que tome el poder. Y de controlar realmente todo el poder federal, deben tomar el poder luego de cada estado con su propia policía y Guardia Nacional.

En EE.UU. es muy complicado que termine sucediendo una toma y ejercicio del poder antidemocrática como han hecho recientemente Erdogán en Turquía, Orban en Hungría, Putin en Rusia o como hizo Perón en Argentina.

Como expuse en mi artículo "El declive de la cultura política americana", la actual inestabilidad se puede explicar por una cultura política estadounidense que pasó de la cultura cívica, a una cultura populista de alta y excesiva participación democrática.

Como sabían los Padres Fundadores, y como sabían Arendt, Adorno, Gasset, etc, el exceso de participación democrática conlleva inevitablemente al caos del populismo, en lugar del orden y sobriedad de la cultura cívica de las democracias anglosajonas de la posguerra.

Actualmente los politólogos Levistky y Ziblat, en su excelente y didáctico libro Cómo mueren las democracias, relatan de manera magistral como el exceso de democracia está tras la actual ola de inestabilidad y populismo. Los partidos políticos en EE.UU. sufrieron dos cambios fundamentales que ha promovido el actual estado de cosas.

El primer cambio, fue el sistema de primarias en el que las bases eligen los compromisarios para la convención del partido (que elige al candidato presidencial). Toda competición electoral promueve las opiniones y mensajes más acérrimas y esencialistas, en lugar de al centrismo. La única manera de desmarcarse entre candidatos más o menos iguales, es un mensaje de ser más fiel a las esencias de la ideología del grupo. En lugar de los caucus cerrados que escogían a un líder centrado, capaz de robar votos en el centro (donde están la mayoría de votos), triunfa un candidato que es afín no al centro, sino a las esencias menos centradas que se corresponden con todo partido político.

Ese caos lo vivió el partido demócrata entre fines de los años 60 y principios de los 70, lo que llevó a la creación de los supercompromisarios, que equilibraran a la masa radical de la base. Eso impidió que, afortunadamente, se escogiera al candidato radical Sanders en las primarias de 2016. El partido republicano no introdujo las reformas del demócrata, y de ahí que las bases se impusieran al aparato del partido nombrando a Trump candidato presidencial.

El sistema de primarias, junto a una cultura política que ha abandonado el centrismo, facilitaron la llegada al poder a personajes como Sanders o Trump.

El segundo cambio, fue la sentencia del Tribunal Supremo del año 2010, por le que se permitía una financiación mucho más liberal, lo que permitía que millonarios o corporaciones inundaran de dinero el proceso de primarias, superando con mucho al dinero que tradicionalmente manejaban los aparatos de los partidos. Esto permitió a Trump usar su dinero y la recaudación masiva de fondos, para ganar las primarias y cooptar al aparato del partido republicano.

Como demuestran las encuestas demoscópicas, la polarización en EE.UU. fue anterior al boom de las redes sociales, y de no haberse dado esos dos cambios en el régimen y sistema de partidos estadounidenses, Trump habría tenido muy difícil llegar a ser candidato. Las variables explicativas están muy lejos del psicologismo corto de miras de las echar las culpas a las redes sociales y los sesgos cognitivos.

En el caso que una persona autoritaria como Trump llegue al poder, si se encuentra con un régimen político como el diseñado por los Padres Fundadores, se encontrará tan limitado que no podría cambiar el régimen al autoritarismo. Sin embargo, de hacerlo en países con regímenes políticos producto de constitucionalistas de mentes inferiores al de los Padres, como Turquía, Rusia o Hungría, no encontrará esos contrapesos y podrá comenzar a pervertir el sistema político para ir haciéndolo progresivamente autoritario. La constitución española tendría dificultades para, en caso de un gobierno extremista elegido democráticamente, parar los pies a un líder populista de izquierdas o derechas.

La concepción de la democracia al estilo de los Padres Fundadores, no es la naif e idealista de pensadores como Stuart Mill o Habermas, sino la de la teoría realista, del conflicto y pluralista de autores como Robert Dahl (por ejemplo, ver su libro La Poliarquía: Participación y oposición).

Conclusión

La irracionalidad es connatural al ser humano; las libertades sociales que conceden los sistemas políticos democráticos, de manera cíclica generan oleadas de inestabilidad e iliberalismo.

No puede reducirse el análisis de un complejo fenómeno social a teorías de la conspiración, redes sociales manipuladas por empresas como Cambridge Analytica y  sesgos cognitivos que impiden conocer la verdad. La racionalidad no es que esté limitada, sino que es esclava de las pasiones, que en la cultura de masas alcanza un clímax de pasionalidad y mitos.

Es evidente que ningún ser humano es perfectamente racional, ni omnisciente y con capacidad infinita de procesar información instantáneamente. Eso siempre ha sido así y ese no es el problema de fondo de las crisis actuales en las democracias occidentales.

Por otra parte, los deleznables actos de los radicales que asaltaron el Congreso, no actúan de manera irracional, sin ideología ni teoría, sin tener una concepción fundada de la política.

Al contrario, entienden la teoría política y la filosofía política de una manera mucho más profunda, preclara e intuitiva que la gran mayoría de sus críticos en los medios de comunicación. Entienden la política a un nivel de profundidad y preclaridad de autores como Sorel, Adorno, Arendt u Ortega y Gasset.

La teoría de Sorel sobre el mito y la violencia revolucionaria, probablemente sea la que mejor describa la racionalidad que hay tras los sucesos como los del asalto al Capitolio en Washington.

El remedio a esto males debe estar inspirada por la filosofía de los Padres Fundadores, en el que las masas y el populismo estén controladso por una república democrática, en el que las facciones estén equilibradas entre sí, y por instituciones que moderen a los exaltados de los propios partidos políticos.

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